Los recuerdos del ¨²ltimo de los 2.800 norteamericanos de la Brigada Lincoln
Una visita en las monta?as de California a Delmer Berg, de 99 a?os, el ¨²ltimo superviviente de los 2.800 norteamericanos que lucharon en la Guerra Civil espa?ola
La casa donde vive Delmer Berg est¨¢ en un bosque a las afueras de Columbia, un pueblo del norte de California a tres horas en coche de San Francisco, en las monta?as de la fiebre del oro. "?Para qu¨¦ quiere ir a esa carretera? Por ah¨ª solo se llega a las antiguas minas", advierte un vecino despu¨¦s de prestar su ayuda. Tras conducir un par de millas por un camino de monta?a, si uno tiene la suerte de ver el n¨²mero del buz¨®n, debe subir por una cuesta imposible que llega a un rellano. Cuando se retir¨®, Berg compr¨® aqu¨ª poco m¨¢s de una hect¨¢rea de terreno angosto rodeado de maleza. Tard¨® 10 a?os en construir la casa en la que pasar su vejez. Hace pocas semanas, su esposa June entr¨® en un asilo. ?l, a los 99 a?os, todav¨ªa se vale por s¨ª mismo. Vive con un gato, una asistenta dos d¨ªas por semana, y los recuerdos del ¨²ltimo testigo norteamericano de la Guerra Civil espa?ola.
Mi vida ha transcurrido marcada por las cuestiones y los problemas por los que fuimos a Espa?a
"Mi vida ha transcurrido marcada por las cuestiones y los problemas por los que fuimos a Espa?a". La cabeza de Delmer Berg se amuebl¨® como testigo, en su adolescencia, de los tiempos m¨¢s convulsos del siglo XX en EE UU. Ten¨ªa 13 a?os cuando el sistema financiero se hundi¨® en 1929. Apenas oye, pero tiene una voz potente y las ideas claras. Una ma?ana de abril, mientras desayuna unos bollos, contesta que recuerda "con toda claridad" las razones que le llevaron a apuntarse a una guerra en Espa?a.
"Yo no ten¨ªa conciencia pol¨ªtica, no m¨¢s que cualquier chico del instituto. Pero la depresi¨®n golpe¨® muy fuerte a todo el mundo, a los agricultores y a los peque?os negocios". Su familia trabajaba en el campo en Modesto, California. Recuerda lo que trata de definir como "un ambiente general" de desconcierto, de "qu¨¦ vamos a hacer al respecto".
Hubo un episodio concreto, seg¨²n Berg, que despert¨® su conciencia ante ciertos problemas sociales. Los veteranos de la I Guerra Mundial organizaron un movimiento que tuvo eco en todo el pa¨ªs, con grandes manifestaciones, para exigir que el Gobierno les pagara el bonus que les deb¨ªa desde el final de la contienda. Una gran movilizaci¨®n oblig¨® a Washington a abonar lo que les deb¨ªa. "Me influy¨® el movimiento masivo de los veteranos, la movilizaci¨®n de personas en torno a problemas". Esa idea se le grab¨® en la cabeza en el instituto, cuenta Berg. "Me daba satisfacci¨®n esa idea: 'No nos pueden ignorar. ?Hemos salido a la calle con nuestras demandas y ya no nos pueden ignorar! Ese fue el momento en que empec¨¦ a entender que la acci¨®n en masa de la gente pod¨ªa conseguir cosas".
Me influy¨® el movimiento masivo de los veteranos de la I Guerra Mundial para exigir su paga, la movilizaci¨®n de personas en torno a problemas
La familia de Berg conserv¨® su dinero. Su padre, explica, lo sac¨® del banco "cuando vio que a los agricultores les iba mal". "Lo puso en un bote en la despensa". Berg recuerda perfectamente las colas ante las puertas de los bancos de gente desesperada por recuperar su dinero. A?os despu¨¦s, en el Ej¨¦rcito, Berg hizo algo de dinero con pr¨¦stamos al 25% de inter¨¦s a sus compa?eros para ir a la peluquer¨ªa o la lavander¨ªa. Gracias a eso, cuando tom¨® la decisi¨®n de salirse del Ej¨¦rcito del EEUU pudo pagar los 120 d¨®lares que costaba romper su contrato, una fortuna para 1935.
Dej¨® el campo y se mud¨® a Los ?ngeles con su hermano, que hab¨ªa conseguido all¨ª un trabajo de la Works Progress Administration, la agencia de colocaci¨®n p¨²blica del New Deal. Pero no pod¨ªa haber m¨¢s de un miembro de la familia con trabajo subvencionado. En el Los ?ngeles de los a?os 30 que mitific¨® Raymond Chandler, Berg encontr¨® trabajo de lavaplatos en las cocinas del hotel Roosevelt, el orgullo de Hollywood por entonces.
Para entonces, lo que Berg sab¨ªa de la situaci¨®n en Espa?a era esto: "El Frente Popular hab¨ªa ganado las elecciones y echaron al rey. Entonces los terratenientes decidieron que quer¨ªan volver al poder. Pero no pod¨ªan hacerlo por las urnas, la coalici¨®n de Gobierno era demasiado fuerte. La ¨²nica forma de hacerlo era utilizando al Ej¨¦rcito". As¨ª lo resume 80 a?os despu¨¦s. "?Por qu¨¦ fui a Espa?a? Espa?a hab¨ªa sido golpeada por la depresi¨®n con igual dureza que EE UU o m¨¢s. Yo me sent¨ªa parte de eso. Soy as¨ª. Sent¨ªa que hab¨ªa un 'nosotros' en todo el mundo, y yo soy parte de nosotros. Empec¨¦ a sentir que lo que estaba pasando all¨ª me concern¨ªa".
Sent¨ªa que hab¨ªa un 'nosotros' en todo el mundo, y yo soy parte de nosotros. Empec¨¦ a sentir que lo que estaba pasando all¨ª me concern¨ªa
Cada d¨ªa, de camino al trabajo, pasaba por delante del comit¨¦ de apoyo a la Rep¨²blica espa?ola. Hasta que un d¨ªa decidi¨® entrar y preguntar qu¨¦ pod¨ªa hacer para ayudar. "Dije: 'Quiero ir a Espa?a'. Pero legalmente no pod¨ªan hacerlo, no pod¨ªan reclutar de esa manera". Como trabajaba en el turno de noche del Roosevelt, dedicaba el resto del d¨ªa a involucrarse cada vez m¨¢s. "Lam¨ª sellos, ayud¨¦ a preparar m¨ªtines". Finalmente, consigui¨® que le dijera a qui¨¦n ten¨ªa que ir a ver. Obtuvo un pasaporte, pas¨® un reconocimiento m¨¦dico. Lo siguiente fue Nueva York, Par¨ªs y la frontera. "Los contrabandistas nos llevaron a trav¨¦s de un valle de los Pirineos hasta Espa?a".
Su paso por la guerra empieza en Barcelona, donde vivi¨® su primer bombardeo. Despu¨¦s en comunicaciones del Estado Mayor en Madrid. Finalmente, en Valencia, donde fue herido en otro bombardeo. Recuerda con todo detalle, la cama, c¨®mo se qued¨® en la habitaci¨®n mientras los otros sal¨ªan al patio, c¨®mo se levant¨® en el momento justo para que un trozo de metal, que le habr¨ªa pasado por encima de estar tumbado, se le incrustara en el vientre. Recuerda la sangre, el polvo y a la enfermera que lo limpi¨® en el hospital. Berg entr¨® en Espa?a el 15 de enero de 1938 y sali¨® el 4 de febrero de 1939, seg¨²n su ficha en la asociaci¨®n ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives). Con ¨¦l lucharon 2.800 estadounidenses en las Brigadas Internacionales del Ej¨¦rcito leal al Gobierno espa?ol.
"Nunca imagin¨¦ que ser¨ªa el ¨²ltimo superviviente", se r¨ªe. "No era mi intenci¨®n. Yo me cas¨¦, me jubil¨¦, compr¨¦ un poco de tierra...". A su vuelta a EE UU, dice que se sinti¨® reconocido: "Los temas eran tan obvios que nadie te lo iba a reprochar". Trabaj¨® en el campo y siempre se movi¨® en la ¨®rbita de izquierdas. En el periodo de la fiebre anticomunista de MacCarthy se sinti¨® perseguido e intimidado. Se cas¨® tres veces. Asegura que en EE UU, independientemente de las ideas pol¨ªticas de cada cual, la participaci¨®n de los voluntarios en la Guerra Civil espa?ola se ve en general como una causa justa. En esta zona tradicional que hoy vive del turismo, Obama no es precisamente bienvenido, como dejan claro algunos carteles por la carretera. "Est¨¦n de acuerdo conmigo o no, aqu¨ª todos respetan el hecho de que fuera a Espa?a". Volvi¨® a Espa?a en tours organizados para los brigadistas internacionales. Recuerda emocionado que en una de ellas los reconoci¨® un autob¨²s de estudiantes y se hicieron fotos con ellos. Se llev¨® la sensaci¨®n de que "la poblaci¨®n en general valoraba aquello por lo que hab¨ªamos luchado".
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