El 20N en Las Ramblas
Visi¨®n de Franco a trav¨¦s de varios encuentros m¨¢s o menos cercanos de un ni?o de Barcelona
Cuando llegu¨¦ a la fuente de Canaletes, un grupo de fachas con palos y pu?os de metal ya estaba all¨ª. Como la parte superior de La Rambla es el punto de encuentro t¨ªpico de manifestaciones pol¨ªticas y celebraciones deportivas, estaban esperando a cualquier progre que pudiera aparecer sonriendo. Elena y yo, como muchos de nuestros amigos politizados, hab¨ªamos guardado una botella de champ¨¢n en la nevera desde principios de octubre, cuando se anunci¨® que el general¨ªsimo Francisco Franco estaba, por fin, gravemente enfermo. Pero dado que su agon¨ªa cl¨ªnicamente prolongada dur¨® varias semanas, nos bebimos la botella una noche para la cena y la reemplazamos con una nueva para cuando llegara la ocasi¨®n. Por fin, hoy hacia las cinco de la ma?ana mi hermana Montserrat me llam¨® por tel¨¦fono: "Desperta, ¨¦s un nou dia!", dijo, citando un poema recientemente musicado. La radio lo hab¨ªa anunciado. En el kiosco de la esquina compr¨¦ todos los diarios con la primera p¨¢gina hist¨®rica e hice unos cuantos comentarios con algunos vecinos, alegres aunque contenidos. Era, sin embargo, un d¨ªa normal, as¨ª que tuvimos que trabajar como de costumbre. Unas horas m¨¢s tarde vimos al jefe del Gobierno sollozando en televisi¨®n mientras le¨ªa el comunicado oficial.
Mis abuelos maternos sacaron la bandera espa?ola que yo no sab¨ªa que guardaban en el arca del recibidor y con entusiasmo mi madre la colg¨® en el balc¨®n
Vi a Franco en persona unas cuantas veces. La primera fue en una de sus visitas a Barcelona cuando yo ten¨ªa seis a?os de edad. Mis abuelos maternos sacaron la bandera espa?ola que yo no sab¨ªa que guardaban en el arca del recibidor y con no poco entusiasmo mi madre la colg¨® en el balc¨®n con agujas de tender la ropa. A media tarde, nosotros cuatro -mientras mi padre estaba en el trabajo y, probablemente, no tan entusiasta- fuimos a la plaza de Espa?a para ver c¨®mo hab¨ªan decorado el monumento para la bienvenida, y all¨ª estaba, el general en un coche descapotable saludando a la gente que alrededor de las dos aceras de la Gran V¨ªa -entonces llamada Avenida de Jos¨¦ Antonio, por el fundador de la Falange- aplaud¨ªa con fuerza y sin parar.
Dos a?os m¨¢s tarde, la ocasi¨®n fue m¨¢s ambigua ya que implicaba a mi amado Club de F¨²tbol Barcelona. Excepcionalmente, los dos finalistas de la Copa del General¨ªsimo eran los dos equipos de la ciudad, el Bar?a y el Espa?ol, por lo que decidieron que la final no se jugara en Madrid, como de costumbre, sino en Barcelona. El campo neutral fue el estadio de Montju?c, que hab¨ªa sido construido para una Exposici¨®n Universal a finales de los a?os veinte y se hab¨ªa vuelto a utilizar para una especie de juegos pseudo ol¨ªmpicos del Mediterr¨¢neo a principios de los cincuenta. Mi t¨ªo Manuel, el fan n¨²mero uno del Bar?a en la familia, me llev¨® a m¨ª, su sobrino mayor, a la final, para mi alegr¨ªa insuperable. Justo antes de que comenzara el partido, con el estadio ya lleno, ah¨ª estaba otra vez, llegando en su uniforme brillante y con medallas al palco presidencial, un poco a nuestra derecha, entre la fanfarria del himno y los aplausos. La atenci¨®n de la gente, sin embargo, se concentr¨® en el partido. En esta ocasi¨®n ¨¦l no fue el protagonista, sino solo un invitado m¨¢s a nuestro evento, aunque ciertamente uno muy peculiar. Los verdaderos protagonistas fueron mis ¨ªdolos: el portero Ramallets, el mago Kubala y todos los dem¨¢s. El partido fue tan competido como es habitual entre los dos equipos de la ciudad porque como el Espa?ol es mucho m¨¢s flojo, la ¨²nica motivaci¨®n en la vida de sus jugadores y seguidores es ganar al Bar?a. En la segunda parte, sin embargo, uno de nuestros jugadores suplentes, Sampedro, marc¨® lanz¨¢ndose hacia la pelota con la cabeza por delante. Ganamos y el gran fulano tuvo que aplaudir al Bar?a.
Tres a?os despu¨¦s, mi abuela Conchita coment¨® un d¨ªa que hab¨ªa visto cientos de ejemplares del diario La Vanguardia esparcidos por el suelo en la Diagonal, que ahora se llama oficialmente Avenida del General¨ªsimo. Era en protesta por los insultos contra los catalanes que el director del peri¨®dico, en realidad nombrado por Franco, hab¨ªa pronunciado en p¨²blico. Mi abuela, suscriptora de La Vanguardia y la principal impulsora de las tomas de posici¨®n de la familia con respecto a Franco, se refiri¨® a las protestas con cierta diversi¨®n.
Sin embargo, apenas unas semanas despu¨¦s ella y su marido me llevaron de nuevo a una celebraci¨®n con Franco, ahora en el nuevo esplendoroso estadio del Bar?a. La ocasi¨®n fue una "Demostraci¨®n Sindical" organizada por el Gobierno el Primero de Mayo, como una alternativa a las manifestaciones de los trabajadores de todo el mundo y a los intentos de los grupos de la oposici¨®n antifranquista de levantar la voz ese d¨ªa. El espect¨¢culo lo organizaba cada a?o una agencia de los sindicatos oficiales llamada Educaci¨®n y Descanso. Se inspiraba de alguna manera en los t¨ªpicos desfiles nazis y sovi¨¦ticos y era transmitido durante varias horas por el canal ¨²nico de televisi¨®n. Siempre ten¨ªa lugar en Madrid, pero, tras las protestas catalanistas, por una vez trajeron el espect¨¢culo a Barcelona, esta vez dedicado a los deportes y a los folclores regionales "por la unidad de los hombres y las tierras de Espa?a". Sobre el c¨¦sped del estadio de f¨²tbol instalaron un vel¨®dromo y dos grandes piscinas. Supongo que a mis abuelos les hab¨ªan dado entradas gratis, como a todos los dem¨¢s asistentes, pero a¨²n as¨ª... Llegamos temprano y los tres est¨¢bamos dando una vuelta por los pasillos del estadio cuando vimos un grupo de gente que se mov¨ªa fren¨¦ticamente a solo unos metros de distancia. ?l acababa de llegar, con solo unos escoltas; mi abuela me dijo: "mira eso", as¨ª que yo, con apenas 11 a?os de edad, corr¨ª y me mezcl¨¦ entre los adultos, no muchos m¨¢s de una docena, que lo saludaban con aplausos cuando entraba caminando al palco presidencial. Franco pas¨® por delante de m¨ª, a menos de un metro de distancia. Fue algo fugaz e inveros¨ªmil.
En la final de la Copa del General¨ªsimo, entre el Barcelona y el Espa?ol, por una vez no fue ¨¦l el protagonista, sino los jugadores
Dos a?os m¨¢s tarde, cuando ten¨ªa 13 a?os, mi padre me hac¨ªa trabajar varias horas al d¨ªa durante las vacaciones de verano con la intenci¨®n de instruirme acerca de la dureza de la vida. As¨ª que cada ma?ana nos levant¨¢bamos a las siete y nos ¨ªbamos en su coche desde mi querido lugar cerca de la playa a trabajar como ayudante de delineante en una oficina de negocios en el Paseo de Gracia, en pleno centro de la ciudad. Un d¨ªa vimos por la carretera que las lluvias de septiembre hab¨ªan desbordado el r¨ªo Llobregat; de hecho, hab¨ªan provocado enormes inundaciones en todos los pueblos de la zona. Durante varios a?os, docenas de miles de campesinos hab¨ªan huido del hambre y la miseria en el sur de Espa?a y se hab¨ªan instalado cerca de las f¨¢bricas industriales alrededor de Barcelona. Muchos de ellos viv¨ªan en caba?as construidas en cualquier descampado, incluso en los lechos de los r¨ªos. Cientos de ellos fueron arrastrados por las aguas mientras dorm¨ªan y murieron. Durante varios d¨ªas la radio puso en marcha una campa?a permanente para recaudar fondos para ayudar a aquella pobre gente. Mi abuela, siempre en sinton¨ªa, nos hizo saber que estaba dando algo de dinero. Una ma?ana en el trabajo, mi jefe el delineante me dijo que iba a pasar algo y junto con la mayor¨ªa de los empleados de la oficina salimos al balc¨®n. Nada en la calle anunciaba un evento especial. Pero ah¨ª estaba otra vez, cruzando la ciudad a trav¨¦s de su m¨¢s elegante paseo para traer consuelo a los familiares de las v¨ªctimas de los suburbios y a la poblaci¨®n en general. Creo que esta vez casi nadie a mi alrededor aplaudi¨®, aunque la verdad es que ten¨ªamos ventaja ya que est¨¢bamos en un tercer piso y pod¨ªamos mirar el espect¨¢culo desde arriba.
Hace unos pocos a?os, cuando ya era estudiante universitario, todav¨ªa vi a Franco una vez m¨¢s, esta vez por sorpresa. Yo sal¨ªa de una estaci¨®n de metro y su caravana pasaba corriendo a gran velocidad por la avenida Meridiana. ?l regresaba a la ciudad por la tarde, casi de inc¨®gnito, en la que ser¨ªa su ¨²ltima visita a Barcelona. Me qued¨¦ sorprendido y molesto. Pero no vi a nadie que prestara atenci¨®n. La mayor¨ªa de la gente que pasaba alrededor ni siquiera se dio cuenta.
A finales de septiembre, hace menos de dos meses, el general Franco organiz¨® una de esas concentraciones masivas que tienen lugar peri¨®dicamente en la plaza de Oriente, en Madrid, y salud¨® desde el balc¨®n del antiguo Palacio Real. Esta vez el encuentro era en contra de los pueblos y Gobiernos de varios pa¨ªses europeos que hab¨ªan protestado por el fusilamiento de cinco activistas antifranquistas. El general, de 83 a?os, bajito, calvo y regordete, apenas pod¨ªa leer algunos p¨¢rrafos con una voz pastosa y casi ininteligible.
El general, de 83 a?os, bajito, calvo y regordete, apenas pod¨ªa leer algunos p¨¢rrafos con una voz pastosa y casi ininteligible.
El espect¨¢culo, que fue transmitido en directo por la televisi¨®n, era vomitivo. El pr¨ªncipe Juan Carlos estaba a su lado, mucho m¨¢s alto que Franco, con un aspecto tenso y sombr¨ªo, mientras la multitud agitaba sus banderas y expel¨ªa sus r¨ªtmicos saludos. Tras varios minutos resisti¨¦ndose a hacer cualquier gesto, el pr¨ªncipe acab¨® saludando brevemente con su brazo, lo cual se convirti¨®, por supuesto, en la foto de portada de todos los diarios al d¨ªa siguiente. Yo no puedo entender c¨®mo algunos de mis amigos y conocidos de Madrid pueden permanecer en la ciudad durante un d¨ªa como este. ?Se quedan en casa todo el d¨ªa, con las puertas cerradas? ?Se esconden debajo de la cama?
As¨ª que hoy, con el fin de evitar a un grupo de ese mismo tipo de fachas que siguen homenajeando al dictador hasta el ¨²ltimo d¨ªa, nos hemos retirado de la celebraci¨®n en Canaletes y hemos ido a cenar a un restaurante en la plaza del obispo Urquinaona, a un par de manzanas de distancia. ?ramos unas treinta personas, entre ellas varios aspirantes a l¨ªderes que desean convertirse en pol¨ªticos democr¨¢ticos legales tan pronto como puedan. El ambiente era de alivio y de esperanza, aunque no de euforia. No ha habido discursos. Solo hemos estado charlando sin parar en cada mesa durante la cena. En un cierto momento, todos los presentes nos hemos levantado y hemos brindado por el futuro, con m¨¢s fe que clarividencia. Sent¨ªamos que nos hab¨ªamos quitado un peso pesado de encima.
?Josep M. Colomer es economista y miembro de la Academia Europea.
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