Carmencita Franco y el amor
Franco quer¨ªa un ni?o, pero tuvo una hija, una mujer que baja por Serrano como un globo, bien conservada y con piel suave de delf¨ªn
Carmencita Franco tiene las pupilas m¨¢s bonitas de Madrid.
-Carmen, c¨®mo vas, menudas pupilas llevas ¨Cle dicen las mujeres al salir de misa.
Ella asiente o r¨ªe, dependiendo del humor. El psic¨®logo Jeremy Dean public¨® un estudio en el que dice que las pupilas se dilatan cuando una persona reconoce a gente de su misma ideolog¨ªa. Carmencita Franco sale de la iglesia como si saliese de la Ca?ada Real.
-Menudas pupilas, Carmen, arriba Espa?a ¨Cle gritan.
Hay una serenidad patol¨®gica en las viudas que de vez en cuando se re¨²nen en salones de t¨¦ a jugar al gin rummy, partidas de cartas en las que se conspira para no morir. Se re¨²nen veinte mujeres dos veces por semana, muchas duquesas, todas amables, fr¨ªas y religiosas como una c¨¦lula durmiente. Nunca se sabe si se les ha muerto el marido o la tristeza. Las ancianas se juntan para ir a misa, jugar a las cartas, beber en copa bal¨®n y viajar por el mundo. Hace poco fueron todas a Pek¨ªn, otro d¨ªa al Vaticano a tomar caf¨¦ con el Papa. Carmencita mueve a sus viudas como Di Caprio a sus amigos en avi¨®n privado para ver boxeo.
Un d¨ªa a Pitita Ridruejo, autora de la mejor frase de la historia (¡°A mucha gente no le conviene que llegue el Apocalipsis¡±, dijo como reprochando), le preguntaron por qu¨¦ las mujeres de la alta sociedad, Cuqui, Fefa y ella misma, ten¨ªan nombres de perrita. Contest¨® simplemente que eran tontas, aunque yo creo que no tienen un pelo. El titular de la entrevista fue: ¡°El Apocalipsis ha llegado, esto no es normal¡±.
Carmencita Franco baja a Serrano como un globo, bien conservada y con piel suave de delf¨ªn; no hay forma de que no la miren, sobre todo por su barrio, el de Salamanca. ¡°No bombarde¨¦is ah¨ª que nos est¨¢n esperando¡±, dijo el general, y ella vive en Hermanos B¨¦cquer porque nunca se sabe. Nenuca la llamaba su padre, que a los ocho a?os la sac¨® de actriz ante las c¨¢maras en medio de la guerra para mandar un mensaje a los ni?os nazis.
-?Quieres decir algo a los ni?os alemanes? ¨Cle pregunta Franco.
-Pero, ?qu¨¦ les digo?
-Lo que quieras.
Y acto seguido Franco empieza a susurrarle de pie lo que la ni?a va repitiendo en alto, con tanta torpeza que el general sale en plano hasta que alguien se da cuenta y lo cierra en la ni?a, que bien pudo ser peor y cerrarlo en el padre: habr¨ªa tenido una voz m¨¢s masculina. La cara de la madre, Carmen Polo, es de estar perdiendo la guerra.
-Pido a Dios que todos los ni?os del mundo no conozcan los sufrimientos y las tristezas que tienen los ni?os que est¨¢n a¨²n en poder de los enemigos de mi patria. Yo deseo que todos los ni?os espa?oles tengan una casa alegre con cari?o y con juguetes. Y, por eso, env¨ªo un beso a todos los ni?os del mundo.
No se sabe qu¨¦ les importaba eso a los ni?os nazis, que estaban organizando la invasi¨®n de Europa, y no le contestaron nunca.
V¨¢zquez Montalb¨¢n le hizo decir a Mill¨¢n Astray a prop¨®sito de Carmencita: "Esa chica es tan entera como su padre, pero en m¨¢s hombre". Se cas¨® con Crist¨®bal Mart¨ªnez-Bordi¨², del que su hijo dijo que era un se?orito andaluz que buscaba un braguetazo para pegarse la gran vida (al marqu¨¦s de Villaverde le llamaban el marqu¨¦s de Vayavida). Ese hijo, Jos¨¦ Crist¨®bal, tuvo una reacci¨®n de Hollywood al morir su abuelo dictador: lo dej¨® todo para meterse a militar y seguir sus pasos, no se sabe si literalmente. Jimmy Gim¨¦mez-Arnau lo present¨® en su libro sobre los Franco como ¡°un militar, el m¨¢s serio, con una profunda vocaci¨®n castrense y una idea solemne y honda de lo que fue su abuelo. Sin miedo a errar, el que lo tiene m¨¢s claro. Quiere ser militar a toda costa¡±. Un d¨ªa Jos¨¦ Crist¨®bal entr¨® en la redacci¨®n de Intervi¨² y anunci¨® entre chicas en tetas que dejaba el Ej¨¦rcito porque el uniforme le pon¨ªa cara de ¡°gilipollas¡±. La que se nos qued¨® a nosotros cuando termin¨® cas¨¢ndose con la mujer m¨¢s guapa de Espa?a, Jos¨¦ Toledo. As¨ª acab¨® la tradici¨®n militarista de los Franco, que se fue disipando entre rentas y alquileres de palacios para porno soft.
Crist¨®bal Mart¨ªnez-Bordi¨² fue m¨¦dico sancionado en democracia por vago (vago de profesi¨®n y de democracia), y a principios de los 90 ya se estaba dejando cosas dentro de los pacientes, como unas gasas dentro de un t¨®rax. ¡°En vez de unas gasas pudiste haberte olvidado el fascismo¡±, le dijo un jefe de planta. El primo de Franco cont¨® en sus memorias que Carmencita buscaba amigas feas para que el marqu¨¦s apaciguase el instinto. Muri¨® de frivolidad entre las ruinas del imperio firmando una frase sobre el patrimonio del dictador, que el yern¨ªsimo administr¨® como un granjero de Illinois: ¡°Llega un momento en que la vaca deja de dar leche y hay que com¨¦rsela".
La salida de misa en algunos lugares sigue siendo la Transici¨®n. Carmen Franco se recoge dentro de unos abrigos de mucha piel y se despide de la gente como si se marchase de una ¨¦poca. El fr¨ªo le rejuvenece la cara y le tensa los labios. Ha comulgado y est¨¢ en paz con Espa?a y con Dios, en orden cambiante. Todos los a?os va a su puesto del Santo Sepulcro en un rastrillo de Madrid (vestido de caballero de la orden del Santo Sepulcro de la Orden de Jerusal¨¦n apareci¨® su marido en la boda, que casi no le dejan entrar por pensar que estaba de broma) a ejercer la caridad, uno de los pilares que permanecen incorruptibles de la sociedad de entonces: que el departamento de pobres y necesitados lo lleven mujeres importantes, como las se?oras de los congresistas americanos.
El rastrillo lo lidera Pilar de Borb¨®n, hermana de don Juan Carlos, y a ¨¦l van toreros, motoristas y arist¨®cratas a recaudar fondos. En 2012 se presentaron unos funcionarios municipales a decir que aquello ten¨ªa alguna deficiencia y no pod¨ªa inaugurarse al d¨ªa siguiente. Varias mujeres se echaron a llorar sacando de golpe pa?uelos de iniciales bordadas en hilo de oro y otras permanecieron calladas sin dar cr¨¦dito a aquel violento choque con la autoridad. Do?a Pilar se subi¨® a una mesa y areng¨® a las duquesas diciendo que de all¨ª al d¨ªa siguiente las sacar¨ªan a todas la Polic¨ªa, pero el rastrillo se iba a celebrar como hab¨ªa Dios, que lo hab¨ªa y mucho. Con la luz atraves¨¢ndole el pelo blanco do?a Pilar parec¨ªa Rafael Alberti gritando en su jard¨ªn en medio de la guerra. Pu?o en alto, la presi¨®n popular termin¨® por arrodillar a Ana Botella, que les dio los permisos no fueran a acampar las duquesas en Sol para jugar al gin rummy y beber en copa bal¨®n. Tras la revoluci¨®n, la Gran Duquesa Mar¨ªa declar¨®: ¡°Muy angustioso, muy angustioso¡±.
Hace unos a?os el Abc hizo un mapa a sus lectores para contarle a d¨®nde iban a misa los creyentes m¨¢s famosos de Madrid, una especie de hit parade de la comuni¨®n. D¨®nde se cre¨ªa m¨¢s, d¨®nde se cre¨ªa mejor, a qui¨¦n te gustar¨ªa encontrarte en el ejercicio de la fe. De todos Carmencita es la que m¨¢s va al norte, a San Francisco Borja de los Jesuitas, donde comulg¨® Carrero antes de que le volaran de un bombazo. El coche del almirante aterriz¨® en un tejado y el primero que lleg¨® fue un cura que como primera medida de auxilio hizo la extremaunci¨®n sin saber qui¨¦nes estaban dentro. Cuando se conocieron las identidades de las v¨ªctimas se hicieron nuevas extremaunciones, esta vez a conciencia. Desde la iglesia, esa zona cero que dej¨® a su padre entre las l¨¢grimas y el laconismo (¡°no hay mal que por bien no venga¡±), Carmen Franco Polo tiene que recorrer para llegar a su casa 200 metros que a veces hace acompa?ada de Mar¨ªa Dolores Berm¨²dez de Castro, duquesa de Montealegre. Las dos son amigas ¨ªntimas, inseparables, y a veces se juntan con la condesa viuda de Maura o con Mar¨ªa Queipo de Llano o con quien sea, que ya son mayores de edad.
Carmencita es una mujer a¨²n bella, encogida, menos que cualquier persona de su edad a la que se puede meter en el bolsillo. Fue siempre noticia y siempre noticia absurda, pero eso no le amarg¨® la vida porque al fin y al cabo pertenec¨ªa a un programa gen¨¦tico, un arquetipo de las que habr¨ªan de ser nenucas de Espa?a. Hace poco le¨ª que el hijo de un gran sult¨¢n estaba deprimido y se quer¨ªa pegar un tiro, y hac¨ªa las declaraciones a una revista de la jet encima de un sof¨¢ enorme, m¨¢s grande que un barrio de chabolas. La familia en cierto sentido aplasta, encorva: los llevas a todos a la espalda, no digamos cuando mueren. Se van acumulando primero en el dobladillo de la nuca y luego reparti¨¦ndose el peso hasta que te agachan de tal manera que pueden enterrarte en una cajita de domin¨®.
Si a los 14 a?os a Carmencita Franco le apetec¨ªa ir a ver el Museo Naval la recib¨ªa el ministro de Marina, el director, los ayudantes y los periodistas, que hac¨ªan cr¨®nica: ¡°Sali¨® complacid¨ªsima de la visita¡±. Al terminar a la ni?a el ministro, que estaba para esas cosas porque en Espa?a entonces no hab¨ªa mar, le regalaba un modelo de gale¨®n del siglo XVII. Si los industriales valencianos en aquella ¨¦poca de bonanza, a?os 40, quer¨ªan hacerle regalos, se presentaban en El Pardo con todas las autoridades del mundo y los periodistas, que informaban al d¨ªa siguiente de que la ni?a hab¨ªa recibido trajes y abanicos, algo que le produjo ¡°grata impresi¨®n¡±; al terminar la ofrenda se pasaba casualmente su padre, Francisco Franco, y preguntaba a los industriales por la exportaci¨®n de la naranja y los tejidos de seda. En cierto modo Carmencita era como una especie de pantano m¨®vil, todo el d¨ªa inaugur¨¢ndola por ¨¦ste o aquel motivo. El dictador la hab¨ªa explotado en la guerra con m¨¢s habilidad que a los moros para presentar su lado casual, el lado casual de Franco, un hombre entregado a su familia y a una vida apacible mientras bombardeaba Espa?a.
En medio de la guerra se sucedieron reportajes alentadores, verdaderas filigranas literarias en las que Carmencita hace las veces de Blondi, la perra de Hitler, con la que Franco pudiese volcar su humanidad. Los asesinos generalmente necesitan al menos unas horas al d¨ªa para demostrarse a s¨ª mismos que nunca se abandona el amor del todo, como tampoco el odio. Juan del Mar, que acabar¨ªa escribiendo un libro de t¨ªtulo misterioso (¡®Yugo y Flechas¡¯), dijo haber sorprendido al Caudillo en medio de la guerra en su vida privada con unas fotos en las que la familia parec¨ªa haber posando los ¨²ltimos quince a?os. ¡°El Caudillo acaso hab¨ªa regresado de alg¨²n frente donde se realizan operaciones trascendentales. En sus o¨ªdos tra¨ªa el trueno artillero redoblando gloriosamente, y en sus ojos plasmada la visi¨®n de horror de un pueblo en llamas que un b¨¢rbaro enemigo hab¨ªa incendiado, para que Espa?a, en su inevitable reconquista, s¨®lo encontrara escombros; y para descansar de la visi¨®n terrible y grandiosa se sumergi¨® por unos momentos, como en un ba?o reparador, en la paz de su hogar, donde las se?oras hacen labor casera en un remanso del jard¨ªn y los ni?os juegan alegres e inocentes¡±.
A medida que las tropas franquistas avanzaban lo hac¨ªa tambi¨¦n la literatura, y a la retirada de la Generaci¨®n del 27, espantada, exiliada o fusilada, le siguieron verbos de no salir de cama, construcciones sint¨¢cticas inabordables y un polvo al que primero se empezaron a acostumbrar las palabras y m¨¢s tarde los espa?oles. Ese el polvo cay¨® primero sobre los peri¨®dicos y acabar¨ªa cubriendo los tejados de las casas: se reconoc¨ªa a un fascista por un adverbio, por el uso de un adjetivo concreto, por la manera atildada de aparentar tradici¨®n cuando s¨®lo era una forma de terrorismo dulz¨®n y encubierto. La escritura reblandecida, gomosa, que hac¨ªa rebotar el dedo si se apoyaba en alguna esdr¨²jula, se estaba pareciendo a Franco. Lo cubri¨® todo y de tal forma que sus cronistas lo ten¨ªan presente ya no en el fondo sino en la forma, como si aquel estilo se impusiese al igual que Roma, gracias a Dios, impuso una arquitectura. Se escrib¨ªa en Franco.
¡°Viendo el cuadro de su familia afortunada, porque es dichosa y tiene el sentido cabal de la vida y porque reza a Dios ma?anas y noches, el salvador de Espa?a piensa en otros ni?os infortunados¡±, cuenta una portada de ABC en 1937, que advierte con paternalismo la idea que Franco tiene para Espa?a: un pa¨ªs de ni?os. ¡°Por su ancha frente generosa pasa la idea de una Espa?a tranquila, pacificada verticalmente ¨Cdesde la ra¨ªz hasta la cumbre- y en que los ni?os no se vuelvan a ver expuestos en su cataclismo aterrador. ?l quisiera que todos los ni?os espa?oles, en la Espa?a de porvenir que est¨¢ forjando, tuvieran la alegr¨ªa de la hija y sobrinos suyos y perfumaran cada d¨ªa nuevo con una oraci¨®n a la Virgen que, como un s¨ªmbolo, lleva un Divino Ni?o en su brazos¡± (la Virgen estaba anticipando las promesas electorales del caudillo).
En tanto que ni?a, que lo fue hasta donde quiso, a Carmencita le toc¨® ser patr¨®n oro. Una alumna de 11 a?os de un colegio de Santiago escribi¨® una carta sentid¨ªsima a Abc en los que reclamaba ayuda de todas las ni?as de Espa?a para que firmasen en un pergamino gigante que enviar a Carmencita. Ped¨ªa la constituci¨®n de comisiones locales en los ayuntamientos que coordinasen la entrega de firmas y que cada una, ni?a boyante de posguerra, aportase entre cinco y 25 c¨¦ntimos; se reclamaba que fuese enviado a la primera Junta de Ni?as constituida para regalarle un pergamino con firmas a la hija del Caudillo. La raz¨®n de tanto amor fue que la gallega escuch¨® en Radio Castilla de Burgos una locuci¨®n de Carmencita Franco Polo en la que enviaba un beso a todas las ni?as de Espa?a por las fiestas de Pascua. Las ni?as de Espa?a, por tanto, estaban en deuda con ella. La carta al director se desped¨ªa de repente con un ¡°le env¨ªa un beso su amiga Teresita¡± que me tuve que levantar a ver qui¨¦n era el director.
Franco quer¨ªa ser un ni?o, o eso dec¨ªan sus cantores m¨¢s envenenados. En su peripecia por la vida privada del general, dos cuartillas y ninguna revelaci¨®n de inter¨¦s, m¨¢s all¨¢ de que el Caudillo sol¨ªa respirar ox¨ªgeno cuando ten¨ªa tiempo libre, Juan del Mar escribi¨® que Franco dar¨ªa todos los bienes de la tierra por los momentos inefables en que oye "re¨ªr a los ni?os y cantar a los p¨¢jaros", ¨²nica m¨²sica de su vida dom¨¦stica. ¡°Su mano, desguantada, ha dejado de apoyarse en el pomo de una espada invicta: empu?a la raqueta de juego de ni?os en el jard¨ªn. Quisiera ser un ni?o m¨¢s, y lo es durante los momentos felices en que Dios le brinda de sosiego¡±.
A veces en mitad de la guerra Franco cog¨ªa el coche y montaba a su mujer y su ni?a en una especie de road movie. Lo que hac¨ªan era atravesar el ¡°severo paisaje castellano, bebiendo a bocanadas el aire grave y limpio de esta Castilla que le da el sentido exacto de la raza¡±, o sea que tambi¨¦n respiraba . Un reportaje de la ¨¦poca describi¨® esa alocada huida a ninguna parte en la que los tres llamaban a las puertas de un viejo monasterio ¡°que se alza entre encinas y trigos en alg¨²n pueblo cuyo nombre recogi¨® el romancero¡± y all¨ª se pon¨ªan a rezarle a alg¨²n Cristo tr¨¢gico o un santo milagroso, interrumpiendo de forma grave el viaje que anticip¨® el de Kerouac y Cassady pero marcha atr¨¢s. Rezaban juntos, los tres, ¡°una plegaria sentida y cristalina por la gloria y el triunfo de Espa?a¡±.
No s¨¦ si Carmencita empez¨® a ser consciente de Franco antes que yo. Entre algunos de los pecados capitales de la familia est¨¢ el de ocultarlo todo: hay quien muere viendo a un padre s¨®lo como a un padre. La primera vez que me encontr¨¦ con un Franco de bruces fue desinteresadamente, cuando estaba leyendo el libro de Jimmy Gim¨¦nez Arnau y empezaron a salir Francos por todas partes como en una novela de zombis. Unos empiezan a saber de la dictadura por Vizca¨ªno Casas y otros vamos a lo pr¨¢ctico. Jimmy se encontr¨® con Carmencita ya vieja, en su piso de Hermanos Becquer, y lo que le dijo la duquesa fue que se iba a jugar a las cartas a la Fundaci¨®n. Es casi seguro que Carmencita supo antes del gin rummy que del franquismo, y a¨²n no es seguro que lo sepa ahora. Despu¨¦s de Carmencita se nos apareci¨® a Jimmy y a m¨ª la Se?ora, a la que llamaba la Diosa de la Decadencia porque viv¨ªa en una nube de la que s¨®lo descend¨ªa a atender asuntos min¨²sculos. ¡°S¨®lo me queda ver ingratitud¡±, dec¨ªa Carmen Polo deambulando por el piso entre cuadros de Paco, amargada porque le hab¨ªan retirado la escolta.
Cuando empec¨¦ a ir a misa a San Francisco Borja de los Jesuitas donde las se?oras al salir le gritaban a Carmen que menudas pupilas ten¨ªa, tambi¨¦n empec¨¦ a revelar algunos negativos que se hab¨ªan quedado dentro, reportajes en los que de alg¨²n modo me hab¨ªa quedado a vivir y no encontraba la manera de sacarlos fuera. Era la presencia de Dios, el sustituto de Franco para la primera generaci¨®n sin ¨¦l: los primeros que no lo encontramos al lado de los crucifijos al llegar a clase, los primeros que no tuvimos que tropez¨¢rnoslo en cada foto de peri¨®dico o mosaico de verbena. Parte de lo que queda del franquismo es tambi¨¦n lo que queda de Dios. La incrustaci¨®n familiar del dictador en las casas como figura paternal y recta tuvo que ser sustituida a toda prisa por la de su segundo de a bordo.
En aquella iglesia ya no hab¨ªa franquismo sino restos de Dios, maderas del naufragio que el cura iba recogiendo de un lado a otro como si fuese a subirse de nuevo el tel¨®n.
El m¨¦rito de Carmencita es que esto lo ha pasado casi sin querer, obedeciendo al padre, que dec¨ªa no meterse nunca en pol¨ªtica, y dedic¨¢ndose a la pobre dolce far niente que procuraba las estrecheces morales de la ¨¦poca: unos naipes, unos chistes mal¨¦volos, llegar tarde a misa, el locur¨®n de viajar, o sea salir de Espa?a. De su marido el marqu¨¦s, al que costaba diferenciar en sus buenos tiempos de la caricatura m¨¢s exaltada, dec¨ªa que estaba desequilibrado y no le hac¨ªa caso, ni ella ni ning¨²n otro Franco. A la boda de Merry y Jimmy, con todos de etiqueta y trajes pesados en pleno bochorno, el marqu¨¦s a los postres ya estaba vestido de tenista, y ocup¨® una pista a la que se fue a pegar bolas mientras los j¨®venes le dec¨ªan ¡°marqu¨¦s, no das una, marqu¨¦s¡± y ¨¦l los llamaba ¡°socialistas¡±.
Carmencita no encontr¨® una figura peripat¨¦tica y horrorizada de s¨ª misma en su padre, que ten¨ªa todas las papeletas, sino en su marido. No recibi¨® amor, s¨®lo alg¨²n salvoconducto, y el ¨²nico esc¨¢ndalo caro que protagoniz¨® en vida fue cuando la pararon en la frontera con un mont¨®n de oro.
En el retorcimiento absoluto de sus trovadores en la gesta con la que pretend¨ªa equipararse al Cid se lleg¨® a la conclusi¨®n de que en lugar de la guerra Franco hab¨ªa hecho una declaraci¨®n de amor. ¡°Es la preocupaci¨®n central del alma del Caudillo", escribi¨® Manuel Siurot. "Todo soldado que cae es un dolor para nuestro glorioso jefe. Esto nace del amor. Franco y sus generales aman al soldado, los jefes y los oficiales lo aman tambi¨¦n y tienen que hacer dentro de las dificultades de la lucha el prodigio de ganarla con la sublime econom¨ªa de sangre. Los rojos no aman de veras a sus hombres y por eso no se cuidaron de la sublime econom¨ªa. Es la guerra no s¨®lo una demostraci¨®n de fuerza y de inteligencia, sino de amor. El d¨ªa que las llamadas democracias conozcan el derroche de amor que Franco y los suyos est¨¢n haciendo en la guerra no tendr¨¢n ojos bastantes para llorar de arrepentimiento (¡) Saludemos, pues, al m¨¢s grande economista de sangre que ha habido jam¨¢s en las guerras¡±.
Todo era amor entonces: el dictador del amor y nuestro mayo parisino del 36, cuando el pa¨ªs empez¨® a reventar de amor.
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