De la casta a las rastas
El Parlamento experimenta un cambio de est¨¦tica aspirando a la identificaci¨®n ciudadana
No han transcurrido tantos a?os desde que Jos¨¦ Bono afe¨® al compa?ero Miguel Sebasti¨¢n la decisi¨®n de personarse en el Congreso desprovisto de corbata, insistiendo incluso en que el atuendo informal contraven¨ªa las "normas de decoro recomendadas en esta C¨¢mara".
Cuesta imaginar el esfuerzo de paciencia y de tolerancia que le supondr¨ªa ahora al propio Bono sobreponerse a la heterogeneidad est¨¦tica del Parlamento. Y hasta al desali?o premeditado con que la nueva pol¨ªtica ha convertido la corbata en una expresi¨®n inequ¨ªvoca y trasnochada de la casta.
Se la han puesto ayer, quede claro, tanto Albert Rivera como Pedro S¨¢nchez, pero su propio decoro, que dir¨ªa Bono, forma parte de los argumentos iconogr¨¢ficos con que Pablo Iglesias los ha alojado en el b¨²nker.
Hay que cambiar la pol¨ªtica. No ya atribuy¨¦ndose Podemos y las mareas el m¨¦rito de habernos tra¨ªdo la verdadera democracia representativa, sino destronando las antiguas formalidades. Que son la corbata, tratarse de usted y renegar de las convenciones. La identificaci¨®n con el ciudadano corriente requiere vestirse como el ciudadano corriente. Y m¨¢s a¨²n cuando se trata de acomodarse en la C¨¢mara que los representa. ?Es realmente as¨ª?
Podemos encontrarnos ante el en¨¦simo malentendido. O ante una concepci¨®n demasiado superficial de la liturgia. No basta vestirse de Herm¨¨s para ejercer la pol¨ªtica con aseo, pero tampoco es suficiente renunciar a la corbata y colgarse una mochila para convertirla en cercana y honesta.
No basta vestirse de Herm¨¨s para ejercer la pol¨ªtica con aseo, pero tampoco es suficiente renunciar a la corbata y colgarse una mochila para convertirla en cercana y honesta
La raz¨®n por la que Bono reclamaba la corbata a Sebasti¨¢n obedec¨ªa a la dignidad de la responsabilidad legislativa. No se trata de distinguirse del ciudadano com¨²n con el alarde de un traje caro ¡ªo de un abrigo Chester como el de B¨¢rcenas¡ª, sino de plantear un respeto al espacio donde se formalizan las leyes, como ocurre con el esfuerzo de la oratoria.
La toga y la peluca que se pone un abogado ingl¨¦s pretenden subrayar el escr¨²pulo hacia el Derecho. Les sucede a los m¨²sicos de una orquesta. Y al director. No les uniforma ninguna distinci¨®n social a los espectadores. Les identifica la aspiraci¨®n de solemnizar el culto a la m¨²sica misma.
Las formas son el fondo en su propia superficie. Es verdad que el papa Francisco abjura del boato y del fulgor, pero las pretensiones de la contrarreforma en la b¨²squeda de un impacto est¨¦tico y del delirio barroco aspiraban a despertar la fe desde la sugesti¨®n est¨¦tica, creer por los sentidos, concebir en la tierra la b¨®veda celestial.
Un torero estar¨ªa m¨¢s c¨®modo en ch¨¢ndal, si no fuera porque el hilo de oro y la seda redundan en la dramaturgia heroica de su propia misi¨®n. Podr¨ªa decirse lo mismo de una geisha. O de un luchador de sumo en su sobriedad y su peinado remotos.
La casta tiene un vestuario. Y lo tienen los pol¨ªticos corruptos. Y los no corruptos. Cuenta Yasmina Reza en su diario de convivencia con Sarkozy ¡ªEl alba, la tarde o la noche¡ª que buena parte de las conversaciones entre los parlamentarios y estadistas de altura se consum¨ªan presumiendo de traje y de reloj, trivializando como maniqu¨ªes las emergencias de altura.
No se trata de distinguirse del ciudadano com¨²n con el alarde de un traje caro, sino de plantear un respeto al espacio donde se formalizan las leyes
No es un problema franc¨¦s, sino de obsesi¨®n universal por el estatus particular. El estatus fr¨ªvolo, engominado, perfumado, que banaliza el compromiso original de hacer de la pol¨ªtica un espacio sagrado, aunque cuesta trabajo asumir que la manera de regenerarlos ¡ªla pol¨ªtica y el espacio¡ª consista en degradar el decoro institucional. Ocurre con la est¨¦tica subversivo-abertzale. Sucede con el vestuario premeditadamente desali?ado de la CUP. Y tambi¨¦n pasa con la indumentaria "proletaria" de Podemos. Son diferentes porque se visten como nosotros. Y nos ofrecen un camino de identificaci¨®n epid¨¦rmico. Y nos tutean.
Escribe Saint-Exup¨¦ry en El principito que los cient¨ªficos cuestionaron arbitrariamente el hallazgo del asteroide B-612 porque el astr¨®nomo turco que lo descubri¨® iba inadecuadamente vestido. Parece una moraleja id¨®nea contra el exceso de ortodoxia, pero tambi¨¦n dec¨ªa Karl Kraus, de ortodoxos hablamos, que una mancha de aceite en la camisa de un canciller puede originar una guerra. No digamos ya si Bush y Aznar deciden poner los pies sobre la mesa o si Fidel Castro y Maduro concluyen que el ch¨¢ndal Adidas es la prenda m¨¢s c¨®moda para gobernar, entre eructos y palabrotas.
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