El d¨ªa que el PCE empez¨® a ser legal
¡®La matanza de Atocha¡¯ muestra c¨®mo la organizaci¨®n pac¨ªfica por parte del Partido Comunista del funeral de los abogados asesinados en 1977 fue clave para su futuro
Desde la calle del Marqu¨¦s de la Ensenada, miles y miles de personas van incorpor¨¢ndose al cortejo.
Josefina Ferro tiene por entonces 70 a?os y seis hijos antifascistas, tres de ellos militantes de partidos de izquierda. Piensa que cualquiera de ellos podr¨ªa haber sido una de las v¨ªctimas y decide acudir al entierro de los abogados. Va con su hija Isabel, su yerno Gustavo y los amigos Fina y Manolo, j¨®venes progresistas que no militan en nada, pero viven con espanto e indignaci¨®n esos momentos. Josefina es ama de casa y de clase media, pero ha comenzado a manifestarse, primero por el movimiento ciudadano y luego por los derechos de la mujer. Algo est¨¢ cambiando en la sociedad espa?ola.
Su marido, Gregorio Mart¨ªnez, es periodista y le va informando de lo que est¨¢ ocurriendo y los peri¨®dicos no cuentan.
As¨ª, por su marido sabe que Madrid se ha unido en torno al Partido Comunista y que se ha resuelto que el PCE organice y lidere los funerales. Porque toda la oposici¨®n democr¨¢tica y los ciudadanos han exigido que el entierro sea digno y a la luz del d¨ªa, por las calles de la ciudad. Madrid es as¨ª.
Silencio absoluto, pu?os en alto y claveles. Nada m¨¢s. Y tranquilidad, mucha tranquilidad. Tanta como ped¨ªa Ros¨®n.
Paca Sauquillo recuerda que acompa?a a los muertos en un coche junto al padre Llanos porque su madre no quiere ir en el cortejo comunista. Le ha dolido que ni el Gobierno ni el Rey le hayan hecho llegar el p¨¦same por su hijo asesinado.
La respuesta del entierro es bastante indicativa de que se est¨¢ labrando un camino sin retorno hacia la democracia
Cerca de Paca puede verse a Jes¨²s Aguirre, futuro duque de Alba y entonces sacerdote, deshecho en llanto al paso de los f¨¦retros. Entre esas filas est¨¢ el fundador de los despachos laboralistas, Manolo L¨®pez, junto a la m¨¦dico Carmen P¨¦rez Aguado. Manolo ha querido estar con la base, con los obreros por los que han muerto sus compa?eros. Ha desechado la invitaci¨®n de asistir al cortejo oficial.
El Gobierno sigue muy preocupado y vuelve a advertir a los organizadores de la posibilidad de un ataque descontrolado por parte de la ultraderecha. Pero da igual. El cortejo avanza. No todos los asistentes pueden contener el llanto. Muchos ni lo intentan siquiera.
Manuela Carmena recuerda la enorme impresi¨®n de poder que dio el Partido Comunista en el entierro, la imagen de seguridad, de pacificadores. ¡°?C¨®mo es posible que cuando se habla de la Transici¨®n no se vea que todos estos cordones de gente eran gente del Partido Comunista? Todo esto, si se profundiza, hace pensar que la Transici¨®n fue una cosa muy diferente a lo que parece que ha sido¡±.
La respuesta del entierro, incluida la del presidente del Colegio de Abogados Antonio Pedrol, es bastante indicativa de que se est¨¢ labrando un camino sin retorno hacia la democracia.
El PCE no puede asumir m¨¢s responsabilidades en la seguridad de los participantes. Aunque muchos ir¨¢n por su cuenta a los cementerios de Carabanchel, donde ser¨¢n enterrados Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira.
?ngel Rodr¨ªguez Leal ser¨¢ enterrado primero en el cementerio de La Almudena y m¨¢s tarde trasladado a su pueblo, Casasimarro, en Cuenca. Hace un fr¨ªo tremendo en La Almudena. La madre de ?ngel Rodr¨ªguez le dice a su hijo Jos¨¦ Luis, entre l¨¢grimas, que hay que traer mantas, muchas mantas, para que su hijo no pase fr¨ªo en la tumba.
Cuando el ata¨²d llega al cementerio acompa?ado por cientos de militantes portando coronas de flores, unas tres mil personas lo reciben cantando La Internacional y luego se recogen en silencio para escuchar al secretario general de Comisiones Obreras. Marcelino Camacho termina diciendo: ¡°En el ¨²ltimo adi¨®s ante la sepultura, en nombre de la Confederaci¨®n Sindical de CC?OO, pido que sean los ¨²ltimos muertos por la libertad, comprometi¨¦ndonos a seguir sus ideales, pac¨ªficamente, como lo hemos hecho siempre¡±. Francisco Naranjo, sindicalista de Renfe, est¨¢ entre la multitud.
Mientras, en el centro de Madrid, algunos de los que no han podido llegar a los cementerios se enfrentan a la polic¨ªa que los dispersa a golpe de botes de humo y porrazos. Los que provocan los incidentes son casi siempre militantes de otros partidos que discrepan de c¨®mo lleva el PCE la organizaci¨®n del entierro y consideran que ellos tambi¨¦n tienen derecho a participar a su manera. Otras veces los generan los mismos polic¨ªas encargados de mantener el orden p¨²blico. No pueden resistir la tentaci¨®n de abrir la cabeza de comunistas que no obedecen. Hay muchos contusos, pero pocos detenidos. En todo caso, est¨¢ claro que se ha acabado la tolerancia.
La impecable y austera organizaci¨®n del entierro hace pensar a Mart¨ªn Villa que el partido se ha ganado el respeto
La impecable y austera organizaci¨®n del entierro hace pensar al ministro Rodolfo Mart¨ªn Villa que hoy el Partido Comunista de Espa?a se ha ganado el respeto como organizaci¨®n seria y democr¨¢tica y su participaci¨®n en la nueva etapa que se avecina. Ese es el titular que abrir¨¢ el diario Ya el 27 de enero: ¡°El PCE se ha ganado su legalizaci¨®n¡±. El presidente Su¨¢rez, por su parte, es consciente de que no se puede marginar a un partido con una capacidad de convocatoria tan amplia y serena y con un sentido de organizaci¨®n tan arraigado. Y adem¨¢s, al margen de la manifestaci¨®n de fuerza pac¨ªfica y de la solidaridad ocasional de la izquierda y la derecha democr¨¢tica, el entierro de las v¨ªctimas de Atocha desarma entre la gente ¡°de orden¡± muchas resistencias hacia los comunistas. Es un paso largo e imparable hacia la legalizaci¨®n del PCE.
Otra cosa son los militares.
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