Pegamento para olvidar las calles
Cerca de medio centenar de ni?os viven al raso en Melilla, donde intentan cruzar a la Pen¨ªnsula como polizones
La ¨²ltima exhalaci¨®n hincha tanto la bolsa de pl¨¢stico que la peque?a cabeza de Allal desaparece tras ella. Entonces, con ansia, el chaval de 11 a?os inhala de golpe el contenido. El pegamento inicia el camino hasta sus pulmones, pasa a la sangre y se distribuye por todo su cuerpo. En solo unos segundos, ya nota los efectos. Comienzan los balbuceos. Los ojos se le abren como platos. Grita. Y aparece una mirada perdida que comparte con la mayor¨ªa de la veintena de ni?os y adolescentes que observan, apostados de noche en la muralla de Melilla, los barcos que salen del puerto. Todos desean subirse a uno, llegar a la Pen¨ªnsula como poliz¨®n y empezar otra vida. Una que los aleje de estas calles, donde huyen de la polic¨ªa, consumen drogas, sufren abusos y duermen al raso durante a?os: hasta que cruzan o son devueltos a Marruecos.
M¨¢s de medio millar de menores magreb¨ªes, que atravesaron solos la frontera, viven actualmente en el enclave espa?ol. La tutela corre a cargo del Gobierno municipal, que cuenta con tres centros para alojarlos. Pero est¨¢n completos. Y la instalaci¨®n m¨¢s grande, La Pur¨ªsima, arrastra desde hace lustros una saturaci¨®n constante ¡ªactualmente tiene a 340 chavales, pese a su capacidad para 180¡ª y denuncias por malos tratos de las ONG. "No re¨²ne las caracter¨ªsticas para ser considerado un recurso residencial de larga duraci¨®n", sentenci¨® el Defensor del Pueblo en un informe.
Dos factores que, seg¨²n cuentan los propios j¨®venes, empujan a medio centenar de ellos a la calle. Prefieren deambular por la ciudad todo el d¨ªa, mendigar, recibir palizas en las cercan¨ªas del Rastro y dormir al raso o en edificios abandonados. Siempre, sin perder de vista el puerto. "En el centro no quiero estar. Nos tratan mal", repite Huese, vestido con pantalones y chaqueta militar, con un pa?uelo de camuflaje en la cabeza, mientras otea la Plaza del Bote. Le acaban de avisar de que una pareja de polic¨ªas la ronda, as¨ª que este adolescente ¡ªasegura que tiene 17 a?os¡ª se escabulle entre las intrincadas calles de la ciudadela. Pero vuelve a los pocos segundos. Falsa alarma.
"El problema se acentu¨® en 2013. Desde entonces, las autoridades quitan la residencia y la documentaci¨®n a quienes cumplen 18 a?os. Los dejan en la calle con lo puesto", relata Jos¨¦ Palaz¨®n, de la ONG Prodein, que explica que entonces se les detiene y expulsa a Marruecos. "No se est¨¢ aplicando ninguna pol¨ªtica m¨¢s all¨¢ de medidas policiales. El Gobierno de Melilla est¨¢ primando la seguridad ciudadana frente a los derechos de los menores", denuncia Antonio Zapata, miembro de la Subcomisi¨®n de Extranjer¨ªa del Consejo General de la Abogac¨ªa, que recuerda la redada que la delegaci¨®n del Gobierno organiz¨® en agosto, cuando despleg¨® de madrugada un dispositivo policial ¡ªincluido helic¨®pteros¡ª para perseguir e interceptar a 87 chicos que viv¨ªan en las calles.
El consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura (PP), defiende la labor desarrollada en la ciudad. Entre otras medidas, afirma que crearon equipos de educadores para "convencer a los chicos de que entren en La Pur¨ªsima". "Pero hay un grupo de ellos que no quiere normas", apostilla el representante p¨²blico, que a?ade que muchos se dedican a robar ¡ª"empleando la violencia, incluso"¡ª. Ventura considera la situaci¨®n ¡°un problema de Estado¡± y ha pedido a Interior que hable con Marruecos: "Reclamamos un techo de 500 menores. No podemos tener m¨¢s. Es insostenible"
Chaperos y sue?os
Pero estos argumentos del Gobierno local no convencen al Defensor del Pueblo, que emiti¨® el pasado 16 de enero un duro dictamen. Inst¨® a Melilla a "adoptar medidas asistenciales y educativas", "visto que las medidas coactivas no se han demostrado efectivas": "Las dificultades encontradas por los menores, como la discriminaci¨®n en su escolarizaci¨®n, desincentivan su permanencia en los centros y suponen un acicate para que quieran dirigirse a la Pen¨ªnsula".
En la calle se han sucedido los casos de abusos sexuales. Y las ONG denuncian que muchos chicos se prostituyen. Pero de "c¨®mo me gano la vida", Huese no quiere hablar. Tampoco Simo, Hasiel, de 17 a?os ambos. Ni Abdielh, de 15. Los cuatro llegaron de Fez. Entraron en la ciudad tras colarse a la carrera por los pasos fronterizos. Tienen a sus familias en Marruecos. "Habl¨¦ con mi madre hace una semana", relata Huese, el tercero de cinco hermanos. Sue?a con ser peluquero. Si consigue vivir al otro lado del Mediterr¨¢neo.
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