Columna emocional
Antes padec¨ªamos una desconfianza casi primaria hacia la pol¨ªtica; ahora la vamos a endurecer con el rencor
Una mezcla de indignaci¨®n, verg¨¹enza y esperanza nos condujeron a desear una nueva pol¨ªtica. La indignaci¨®n y la verg¨¹enza permanecen porque todos los d¨ªas nos desayunamos con un nuevo esc¨¢ndalo, con una nueva muestra de lo importante que era salir de algo que nos abrumaba por su omnipresencia y cinismo. Pero la esperanza se ha tornado en melancol¨ªa, en nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. Ten¨ªamos ilusi¨®n, s¨ª. No la ilusi¨®n por alcanzar alguna utop¨ªa irrealizable; s¨®lo ped¨ªamos una vida p¨²blica decente, pol¨ªticos sintonizados al inter¨¦s general y un espacio p¨²blico donde poder debatir las cosas que nos afectan a todos, con humildad y sin divismos, en sinton¨ªa con lo que por lo general hacemos con los m¨¢s cercanos. Despu¨¦s del espect¨¢culo de los pactos frustrados, tan profusamente retransmitidos por una maquinaria medi¨¢tica insaciable, se nos ha secado ya lo poco que quedaba del modesto oasis ut¨®pico que en alg¨²n momento imaginamos.
Todos sabemos que la frustraci¨®n genera resentimiento, que es, junto con el miedo y el odio, la peor de las emociones negativas. Antes padec¨ªamos una desconfianza casi primaria hacia la pol¨ªtica; ahora la vamos a endurecer con el rencor. Bajo estas condiciones la pr¨®xima campa?a electoral se nos va a hacer insoportable.
Las campa?as electorales tienen mucho de ritual, el ritual de la democracia en el que se escenifica que el pueblo es el soberano. Ahora ya no ser¨¢ ni eso. Se nos presentar¨¢ como una sutil forma de tortura, cargada de palabras gastadas, de los mismos gestos repetidos, de las acostumbradas coletillas program¨¢ticas y las promesas vac¨ªas. Hemos sufrido tal dosis de politiqueo en medio de un pa¨ªs a la deriva, que nos costar¨¢ volver a sintonizar con la pol¨ªtica de verdad, la que est¨¢ m¨¢s atenta a conciliar lo deseable con lo realizable en vez de a valerse de estrategias de marketing o el recurso f¨¢cil de inculpar al otro.
La experiencia del periodo de los pseudo-pactos ha mostrado que la armon¨ªa, la concordia c¨ªvica y la discusi¨®n argumentada no venden. Vende la crispaci¨®n y la polarizaci¨®n, y eso es lo que temo que vamos a tener. En las fobocracias europeas ya est¨¢n en ello. Sobre un terreno bien sembrado de pasiones negativas es la conclusi¨®n l¨®gica. Nos pod¨ªamos haber reinventado a partir de un consenso en torno a lo que significa una regeneraci¨®n pol¨ªtica de m¨ªnimos. Una vez desechado o aplazado sine die por el c¨¢lculo partidista ¡ªlo equivalente en pol¨ªtica a la codicia en el sistema capitalista¡ª, s¨®lo nos queda la soluci¨®n hobbesiana de evitar el mal mayor. De hacer de tripas coraz¨®n y no abandonar la esperanza b¨¢sica de que todo puede ser diferente. Cuesta, pero el cabreo no es necesariamente incompatible con el m¨ªnimo de reflexi¨®n exigible para empu?ar un voto cr¨ªtico.
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