Implicar a los estudiantes
Iniciativas como los sistemas de ayuda entre iguales que involucran a los propios alumnos en la mejora de la convivencia han demostrado ser eficaces
Hace m¨¢s de tres d¨¦cadas que el estudio del acoso en las escuelas, principalmente entre escolares, recibe la atenci¨®n no solo de la investigaci¨®n cient¨ªfica sino tambi¨¦n de la sociedad. Como consecuencia de ese estudio se ha ido ampliando el ¨¢mbito de conductas en las que se manifiesta este abuso sistem¨¢tico de poder dirigido contra quienes se percibe como objetivos vulnerables, hasta incluir las que se llevan a cabo a trav¨¦s de nuevas tecnolog¨ªas. Aun cuando el acoso entre escolares participa de muchas otras caracter¨ªsticas del abuso de poder entre adultos o entre personas unidas por una relaci¨®n jer¨¢rquica, varias caracter¨ªsticas lo hacen m¨¢s preocupante: se trata de una relaci¨®n perversa, no siempre de dominio-sumisi¨®n, que afecta a individuos en desarrollo y por tanto en un periodo en el que los aprendizajes son muy relevantes.
El que solo en los ¨²ltimos a?os se haya estudiado este fen¨®meno no quiere decir que no existiera, ni siquiera que haya aumentado. M¨²ltiples relatos sobre acoso escolar, se encuentran en la literatura entre ellos, Tom Brown's Schooldays de Thomas Hughes (1857), el Retrato del artista adolescente de Joyce (1916); Qu¨¦ verde era mi valle, de R. Llewelyin en 1939, El se?or de las moscas, de W. Golding (1954), o La senda del perdedor de Bukowski (1982). Isabel Oyarz¨¢bal, pensadora y diplom¨¢tica, describ¨ªa en 1921 el acoso entre escolares y el papel de las maestras para cortarlo.
?Por qu¨¦ ocurre? La causa es la b¨²squeda de reconocimiento del grupo exteriorizando de lo que se es capaz haciendo da?o a otro u otra. Es un problema de grupo generalmente pues la popularidad no existe si los dem¨¢s no la otorgan. Se ejerce contra quien apenas puede defenderse por estar en desventaja, por cualquier criterio que decidan los torturadores: sus caracter¨ªsticas f¨ªsicas o psicol¨®gicas, sus gustos, su origen nacional, su orientaci¨®n sexual -real o atribuida-, su modo de hablar, etc. En definitiva, por ser diferente. Tambi¨¦n da igual el medio, si el insulto se escupe oralmente, en un mensaje escrito pegado al pupitre o en un whatsapp. Lo importante es que se trata de odio o desprecio, que se hacen fuertes y se contagian, y provoca miedo entre quienes no lo comparten.
A pesar de este c¨²mulo de informaci¨®n y de la alarma social que provoca cada nuevo caso, es evidente que hay poco trabajo de prevenci¨®n. La sensaci¨®n de que hay que hacer algo, lleva a algunos centros o a algunas comunidades a aumentar las medidas de vigilancia, a veces poniendo c¨¢maras, a veces reclamando m¨¢s charlas de los agentes tutores (como se propon¨ªa este verano por el Ayuntamiento de Madrid); o incluso la presencia policial o las denuncias. Aunque alguna de estas medidas pueda convenir en momentos puntuales, la respuesta est¨¢ en la acci¨®n desde la propia escuela. Judicializar el problema ha de ser la ¨²ltima opci¨®n. Y como se repite demasiado poco, no solo educan la familia y la escuela, tambi¨¦n la sociedad, donde abundan los ejemplos de b¨²squeda de beneficio personal y desprecio de lo ¨¦tico, comunes tambi¨¦n al acoso. Adem¨¢s de una formaci¨®n s¨®lida del profesorado, se requiere una apuesta de cada centro escolar por una cultura de centro de relaciones interpersonales de respeto al otro, a cualquier otro. Esto implica actuar en cada ¨¢mbito de la acci¨®n educativa: la clase, el conjunto del centro, las familias, la relaci¨®n con la comunidad. Iniciativas como los sistemas de ayuda entre iguales que involucran a los propios estudiantes en la mejora de la convivencia han demostrado ser eficaces, porque env¨ªan el mensaje de que el grupo no suscribe lo que hacen quienes agreden, que hay gente para quien ¡°no todo vale¡±.
Cristina del Barrio es catedr¨¢tica de Psicolog¨ªa Evolutiva y de la Educaci¨®n de la Universidad Aut¨®noma de Madrid
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