El discurso tranquilo del telonero de S¨¢nchez
Fern¨¢ndez nos parece raro porque es normal, porque no dice que los otros son el infierno ni que ¨¦l es la gloria
Cuando Pedro S¨¢nchez asumi¨® la secretar¨ªa general del PSOE tuvo de telonero a Javier Fern¨¢ndez y el asunto que naci¨® de aquella inauguraci¨®n fue, sobre todo, el ruido que hizo la bandera espa?ola en el escenario.
Hab¨ªa que haberse fijado, tambi¨¦n, en el discurso del telonero. Como en el Bolero de Ravel, Fern¨¢ndez fue subiendo de tono para llegar exactamente a la mitad del decibelio adecuado a un mitinero de la pol¨ªtica. Cuando se somet¨ªa a la obligaci¨®n del crescendo volv¨ªa otra vez al punto de partida y actuaba como un maestro de la escuela de Aza?a y entonces acud¨ªa a la met¨¢fora que acariciaba el o¨ªdo para dar a entender que no hablaba ¨¦l sino la memoria de su inteligencia pol¨ªtica y, si se permite decir esto, la memoria de su partido. Y era un mitin.
Cuando acab¨® aquella sesi¨®n pol¨ªtica los protagonistas, l¨®gicamente, eran el secretario general y la bandera. Aquel sonido furioso que hubo en Espa?a en torno a este s¨ªmbolo, al que S¨¢nchez quiso dar car¨¢cter de normalidad, y la propia fogosidad inaugural del secretario general acallaron el estilo de Fern¨¢ndez, que ahora sorprende ya en solitario y, por tanto, por derecho propio.
?Por qu¨¦ sorprende? Estamos mal acostumbrados. Nos hemos acostumbrado, los periodistas, los ciudadanos que ya act¨²an como periodistas, los tuiteros de toda laya, y tambi¨¦n los ciudadanos a los que no les gusta lo que hay, a que la gente grite en los lugares p¨²blicos hablando de pol¨ªtica o de cualquier cosa. Las tertulias, que son el lobo para el hombre, nos han acostumbrado a la vena rota de las gargantas de ellos y de ellas, tambi¨¦n nos hemos acostumbrado a la cursiler¨ªa de los troncos y las troncas, y a la pedanter¨ªa de los humildes falsos que quisieran ver al otro enterrado bajo la cal de su soberbia.
Nos hemos acostumbrado tanto a esos apellidos que se ha dado la pol¨ªtica para vender monedas falsas como si fueran teor¨ªa pol¨ªtica, o pr¨¢ctica subversiva, que un Fern¨¢ndez as¨ª, que viene con chaqueta sin colorines, que simplemente habla, que discurre como si lo estuviera sabiendo de pronto, que digiere lo que afirma como si tambi¨¦n fuera una duda, nos parece raro. Un tipo raro porque es normal, porque dice las citas (Borges, Cernuda, Thomas Mann) en su sitio y no dice que los otros son el infierno ni que ¨¦l es la gloria.
Un tipo as¨ª sorprende, claro; es de esos de los que, puestos a calificar, se hubiera dicho hace un cuarto de hora que no se comer¨ªa una rosca, porque ya las cosas son de otra manera, que se tiene que hablar a golpe de tuit y de trumpazo, y de que, como todo se ha cambiado de lo s¨®lido a lo l¨ªquido, esos aires aza?escos del hombre que viene de Asturias son los himnos que hac¨ªan cantar en las escuelas republicanas o, por ejemplo, lo que dec¨ªa el inolvidado Ferrer i Guardia en el momento decisivo de su vida: ?Vivan las escuelas, viva aprender, vivan los que vienen, sigamos viviendo! Lo obvio dicho bien y en su sitio, como las citas, ya no est¨¢ de moda en la pol¨ªtica. Porque, ?ay!, ya no est¨¢ de moda la pol¨ªtica sino su suced¨¢neo, ese ruido.
Fern¨¢ndez. Si se llamara de otro modo lo hubieran escuchado antes. O si se se?alara su nombre a la espalda, como los futbolistas, se hubieran fijado en ¨¦l. Pero va de chaqueta, no va de camiseta, no va de nada, ni siquiera va de hombre tranquilo. Si rompiera los t¨ªmpanos en las tertulias ya tendr¨ªa un sitio en el olimpo de la pol¨ªtica de los lugares comunes, de los decibelios rotos. Pero se llama Fern¨¢ndez, fue telonero. Estos asturianos.
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