Urdangarin, el condenado por confiado
El exduque de Palma siempre actu¨® como si no fuera a pasarle nada, no se sabe si por inocencia pura o inducida
Las primeras alarmas sobre lo que andaba haciendo I?aki Urdangarin, duque de Palma, son nada menos que de 2005, hace ya 12 a?os. Cuando particip¨® en uno de los primeros ampulosos eventos del Instituto N¨®os, el Illes Balears Forum, ya hab¨ªa sonado raro. Fue entonces cuando un asesor de la Casa del Rey, Jos¨¦ Manuel Romero, conde de Fontao, se reuni¨® con ¨¦l y le dio un toque de atenci¨®n. Pero sigui¨® a lo suyo. Es lo asombroso, e interesante, de su actitud en este asunto. O nunca crey¨® que hiciera nada malo o que le fueran a pillar, y es ah¨ª donde reside la clave del caso, en por qu¨¦ pensaba semejante cosa.
Cuando lleg¨® el momento de la verdad, sentado ante el tribunal en el juicio celebrado hace un a?o, lo explic¨® de forma desvalida, casi infantil, como fruto de la ingenuidad o la confianza en quienes le rodeaban. Esa confianza es la ambigua cuesti¨®n central de este juicio, ajena a lo que se juzgaba, pero solo dentro de la sala, y de hecho su defensa ha jugado con ella hasta el final: ?Urdangarin cre¨ªa realmente que no pasaba nada o cre¨ªa que no pasaba nada porque estaba por medio la Familia Real? Esta segunda hip¨®tesis sacaba a la luz el tab¨² de la sospecha de un modo de vida en la instituci¨®n, de que las cosas siempre se hab¨ªan hecho as¨ª o se hab¨ªan consentido. En este esc¨¢ndalo han pasado en sordina la lista interminable de empresas que hab¨ªa pasado por el aro soltando pasta como si fuera una regla no escrita. Pero en cualquier caso, aunque as¨ª fuera, el caso N¨®os, y la sentencia de hoy, ha marcado una l¨ªnea muy clara: ya no es as¨ª.
La oprobiosa sensaci¨®n general de compadreo lleg¨® en aquellos a?os a cotas muy altas, si se piensa que el jefe de la Casa Real que anunci¨® en 2011 el alejamiento de Urdangarin de las actividades de Zarzuela por su comportamiento ¡°no ejemplar¡±, Rafael Spottorno, ha acabado sentado en el banquillo de las tarjetas opacas de Caja Madrid. El exduque de Palma es la principal v¨ªctima de la nueva l¨ªnea de transparencia que ha querido implantar Felipe VI tras la abdicaci¨®n de Juan Carlos I, a ra¨ªz precisamente de esas sombras que rodeaban su forma de tomarse su figura. El caso N¨®os, entre otros factores, lo precipit¨®, y gracias a eso la Corona puede hoy mantener cierta distancia. Basta imaginar que pasar¨ªa hoy si a¨²n siguiera en el trono Juan Carlos I.
El exduque de Palma es un s¨ªmbolo demasiado perfecto de la par¨¢bola de un pa¨ªs, que arranca en Barcelona 92 y naufraga en la Espa?a del ladrillo y los congresos de chichinabo. El chico guapo de la selecci¨®n de balonmano que brilla en los Juegos Ol¨ªmpicos, se liga a una infanta, se casan, son felices, monta un chiringuito de pelotazos y se compra un palacete. En un momento memorable del juicio, qued¨® en evidencia la vacuidad de este tinglado con un informe del Instituto N¨®os, mostrado en la pantalla de la sala, que llegaba a explicar lo que era el f¨²tbol: ¡°El f¨²tbol, denominado oficialmente balompi¨¦¡¡±.
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Urdangarin ha llegado hasta aqu¨ª por sus propios errores, pero siempre influidos en buena parte por esa convicci¨®n de que aquello era normal, o contaba con un escudo invisible y al final no pasar¨ªa nada. Lo sigui¨® pensando cuando la Polic¨ªa registr¨® la sede de N¨®os en noviembre de 2011 y neg¨® todo. Ah¨ª comenz¨® a alejarse de la Casa del Rey. El matrimonio Urdangarin percibi¨® esa distancia como si se cerrara un paraguas y quedaran a la intemperie, perdieron esa confianza que ten¨ªan. Desde entonces sintieron que les hab¨ªan dejado solos. En alg¨²n momento, hace ya mucho tiempo antes de ahora, Urdangarin debi¨® de darse por fin cuenta de d¨®nde se hab¨ªa metido. Era patente en la transformaci¨®n f¨ªsica de un tiarr¨®n ol¨ªmpico, muchacho sanote del norte, a esa persona de aspecto fr¨¢gil que se sent¨® en el banquillo, de rostro demacrado, marcado por un mech¨®n blanco.
La se?al m¨¢s evidente de que se estaban saltando los puentes con La Zarzuela fue el rechazo de sus abogados. Los duques ya no se fiaban. El exjugador de balonmano prefiri¨® a uno amigo suyo que conoc¨ªa de jugar al tenis, Mario Pascual Vives. Se hizo popular por sus ruedas de prensa en la acera seg¨²n se apeaba de la moto, con el casco bajo el brazo. Con este letrado no se ha sabido nunca si era muy tranquilo o muy despistado, pero ha sido tambi¨¦n otro factor entr¨®pico, de caos, en su defensa. Se ha basado en un aparatoso cambio de estrategia, convertido luego en una gigantesca contradicci¨®n: primero exculp¨® a la Casa del Rey y culp¨® a su socio Diego Torres; pero al final acab¨® ali¨¢ndose con ¨¦l, culpando a los cu?ados de ¨¦ste, que llevaban los papeles de la oficina, e implicando a La Zarzuela.
Este viraje de Urdangarin, desastroso para su credibilidad, es probable que tambi¨¦n naciera de esa ciega confianza en el temblor que produc¨ªa su apellido y qui¨¦n era ¨¦l. Le llev¨® tal vez a pensar que Diego Torres se comer¨ªa ¨¦l solo este proceso, por amor a la patria. Pero este profesor listillo y de modos jabonosos se revel¨® un enemigo muy correoso, y m¨¢s cuando sac¨® sus correos. Airear la correspondencia electr¨®nica de los duques constituy¨® uno de los peores desastres medi¨¢ticos para la monarqu¨ªa que se recuerdan. Urdangarin aparec¨ªa retratado como un jeta que se dedicaba a vivir de su t¨ªtulo aristocr¨¢tico sin dar ni golpe.
El error de la defensa del exduque fue oponerse est¨®lidamente a la desimputaci¨®n de la mujer de Torres. Fue entonces cuando ¨¦l atac¨® con todo lo que ten¨ªa. En el fondo, a un nivel humano, todo se ha ido liando por c¨®mo Urdangarin y Torres han querido defender a ultranza a sus respectivas esposas. En el juicio ya se hab¨ªan reconciliado, unidos en el intento de al menos salvarlas a ellas. Una vez m¨¢s en los juicios espa?oles por corrupci¨®n, quer¨ªan demostrar que no sab¨ªan nada y firmaban lo que les daban. A la vista de la sentencia, es lo ¨²nico en estos a?os que les ha salido bien.
El exduque de Palma subestim¨® a Torres, un espa?olito que ya les hab¨ªa conocido lo suficiente como para perderles el respeto reverencial. Como tal vez sobrevalor¨® lo que era la monarqu¨ªa, o m¨¢s bien sus privilegios, o infravalor¨® la democracia, los tribunales, que todos son iguales ante la ley. Confiando en su inocencia hasta el ¨²ltimo d¨ªa ¨Csu propio abogado, en la arenga final, lo defini¨® como un hombre ¡°siempre demasiado confiado¡±-, Urdangarin ha pasado seis a?os sin acercarse a un pacto con el fiscal que pod¨ªa haber rebajado su pena. A la simple pregunta del fiscal de qu¨¦ hac¨ªa exactamente en N¨®os, respondi¨® en el juicio: ¡°Yo me dedicaba a lo que me dedicaba¡±. Nunca se le pas¨® por la imaginaci¨®n que eso pudiera llevarle a la c¨¢rcel, y lo que es peor, a ninguno de los que le rodeaban. Quiz¨¢ hoy en Espa?a hemos aprendido algo nuevo, que ni a nosotros ni a ellos nos hab¨ªan explicado, pero que por lo visto hac¨ªa falta.
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