El Parlamento no es un bar
Pablo Iglesias y Podemos vulgarizan el templo del Congreso en su estrategia de acercar la calle y para indignaci¨®n de los dem¨¢s partidos
No hace falta recurrir al videoarbitraje para identificar la reincidencia con que las se?or¨ªas de Podemos vulneran el reglamento parlamentario en el desdoro de las buenas maneras. Camisetas reivindicativas. M¨¢rtires par¨®dicos como B¨®dalo. Lenguaje soez. H¨¢bitos de tribuna sur que trivializan el espacio sagrado de la C¨¢mara.
Se lo reprocharon ayer los dem¨¢s partidos. Y lo hizo Ana Pastor con sus galones de colegiada, aunque Pablo Iglesias interpret¨® que las amonestaciones de la presidenta del Congreso representaban un ejercicio intolerable de partidismo y de intimidaci¨®n. Como si el ¨¢rbitro estuviera comprado y fuera Podemos la v¨ªctima de una conspiraci¨®n que han urdido los partidos de la casta para dejar en fuera de juego los humores de la calle.
Iglesias pretende trasladarlos al Parlamento, los humores callejeros, los exabruptos atribuy¨¦ndose, como siempre, el privilegio inequ¨ªvoco de la interlocuci¨®n popular ¡ªla gente, la ciudadan¨ªa¡ª y erigi¨¦ndose en agotador recurso iconoclasta.
Vestir como la gente viste, al l¨ªmite del ch¨¢ndal, hablar como la gente habla ¡ªme la pela, me la bufa¡ª es la manera que ha encontrado Iglesias para reivindicar sus facultades de mediador social privilegiado. No ya convirtiendo la C¨¢mara Baja en un bar de Lavapi¨¦s, sino incurriendo en un embarazoso y tr¨¢gico malentendido lit¨²rgico.
El escr¨²pulo en la indumentaria y el esmero en la oratoria no aspiran a alejar al pol¨ªtico del ciudadano, sino a acercarlo al concepto sagrado de la ley. El Parlamento es un territorio de excepci¨®n. Un templo que aloja la devoci¨®n a la democracia representativa. Y que los diputados est¨¢n obligados a observar, no para abusar de la gomina ni de las corbatas de Herm¨¨s sino para reconocerse en la categor¨ªa de ciudadanos ejemplares. Las formas son el fondo en la superficie. Y el origen de todo misterio.
Lo saben los tenistas que juegan en Wimbledon de blanco. Lo demuestran cada tarde los toreros en sus trajes de seda y oro. Lo reivindican los jueces con sus togas. O los abogados con sus pelucas. Y lo experimentan los turistas cuando son constre?idos a vestirse con decoro en el umbral de San Pedro. La bas¨ªlica vaticana es un espacio de sugesti¨®n. Una representaci¨®n del cielo en la tierra que contraindica los selfies, las palabrotas. Y que incita al silencio en su correlaci¨®n contemplativa.
Puede decirse lo mismo de un Parlamento en su iconograf¨ªa y en su semi¨®tica. De ah¨ª la importancia que reviste el aseo y el cuidado de la palabra. Se lo debemos a nuestro linaje grecolatino y a la herencia de Cicer¨®n. Su oratoria es una ciencia de las emociones, pero tambi¨¦n el medio desde el que se desglosa un sistema de valores. Lo escribe el latinista Nicola Gardini: ¡°Hablar bien es una filosof¨ªa. Escribir bien es una manera de hacer el bien. Y Cicer¨®n lo ha demostrado, exponiendo su propia elocuencia al servicio de una sociedad amenazada por la tiran¨ªa. Fue el enemigo jurado de cualquier despotismo y fue un heroico portavoz del Senado. Su arma fue una palabra: libertas¡±.
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