El ataque ultra, la ovaci¨®n a los mossos y las urnas que llegan tarde
Acompa?amos a un voluntario del refer¨¦ndum durante 24 horas. El 1-O a trav¨¦s de los ojos de Roger
Roger Salmer¨®n llega a las 5 de la ma?ana al Centro C¨ªvico de El Putxet, una de las sedes decretadas por la Generalitat para votar en Barcelona. Llega sin dormir, despu¨¦s de pasarse la tarde anterior ¡ªs¨¢bado¡ª organizando el local para el refer¨¦ndum y la noche en casa enganchado a Internet. Y llega con un susto aguard¨¢ndole: cuatro ultras han atacado el centro durante la noche.
¡°Est¨¢bamos durmiendo ¡ªrelata un vecino que se encontraba en el interior del local cuando tuvo lugar el ataque¡ª y se acerc¨® un joven con una estelada a la espalda. Nos dijo que si quer¨ªamos un pastel y le dije que no. Entonces intent¨® abrir la puerta y peg¨® un grito. Aparecieron otros tres chicos encapuchados e intentaron entrar. Los que estaban dentro se despertaron y me ayudaron a cerrar la puerta. En la disputa nos arrojaron or¨ªn y huevos. Despu¨¦s le pegaron una pedrada al cristal y se fueron gritando viva Espa?a¡±.
Roger escucha el relato con rostro serio y despu¨¦s contempla el estropicio en el cristal. Hace unas semanas se apunt¨® como voluntario en la web facilitada por la Generalitat para organizar el espacio en el que tendr¨¢ lugar la votaci¨®n. ¡°No soy vocal, ni interventor, ni nada. Solo un voluntario para organizar un poco todo en el centro c¨ªvico y echar una mano a los vecinos¡±, dice. ¡°No s¨¦ cu¨¢ndo ni qui¨¦n traer¨¢ las urnas ni d¨®nde est¨¢n las papeletas¡±.
Todav¨ªa es de noche, pero ya hay un centenar de vecinos concentrados a la entrada del centro c¨ªvico. Roger se sube a unas escaleras y pide silencio: ¡°Necesitamos tres mesas y dos ordenadores". Despu¨¦s bromea: "Los fachas nos han hecho un favor, con la puerta rota ya no nos pueden precintar¡±. Los vecinos aplauden. En menos de dos minutos ya hay dos voluntarios que, a sabiendas de que pueden ser confiscados, ofrecen sus ordenadores.
Veinte minutos antes de las 6 de la ma?ana, Roger y otros dos vecinos retiran la red de la mesa de pingpong y la convierten en una electoral. Roger naci¨® hace 37 a?os en Barcelona, hijo de padres andaluces y psic¨®logo mediador de profesi¨®n. Creci¨® en El Putxet, barrio de clase media, tranquilo y con unas maravillosas vistas sobre Barcelona. ¡°Nunca fui independentista¡±, explica. ¡°Siempre vot¨¦ izquierda y federalismo. Hasta que el Estado se carg¨® el Estatut obviando el refer¨¦ndum que hab¨ªamos celebrado. Fue tal la decepci¨®n que no vi alternativa. Y de verdad me da pena, pero es que me demostraron que no nos quieren. Me cerraron todas las puertas¡±.
Tiene Roger los brazos en jarra y, desde la entrada del centro c¨ªvico, mira a la calle. Son las 6 en punto y las urnas no llegan. ¡°?Las habr¨¢n confiscado?¡±, le pregunta un vecino. ¡°No creo¡±, dice Roger. Tiene la voz tranquila. ¡°?Qu¨¦ sientes ahora mismo?¡±. ¡°Adrenalina¡±, dice. Empieza a llover.
A las 6.30 los rumores se multiplican. Ya son unas 200 las personas que se han reunido a las puertas del centro c¨ªvico. Hay galletas, pan y leche. Hay mayores, j¨®venes y beb¨¦s. Por momentos se hace el silencio: todas las cabezas se muestran agachadas mirando y tecleando fren¨¦ticamente los m¨®viles.
El amanecer trae a dos Mossos d¡¯Esquadra. Llegan en un coche patrulla que los deja a la puerta del centro c¨ªvico. Los vecinos rompen a aplaudir cuando se acercan. Roger se sit¨²a en primera fila. Uno de los agentes toma la palabra: ¡°Solo venimos a identificar a una persona, levantar acta y ya est¨¢. Todo pac¨ªficamente¡±. Roger responde: ¡°Vale, muy bien. Me identific¨¢is a m¨ª¡±. Los tres se abren paso entre los vecinos, ya m¨¢s de 300 y acceden al interior del local. Firman el acta rodeados de vecinos. Luego le preguntan a Roger: ¡°?Qu¨¦ vais a hacer aqu¨ª?¡±. ¡°Charlar¡±. Con dos claveles de regalo los aplausos vuelven a despedir a los agentes. Uno de ellos sale del centro c¨ªvico con la piel de gallina estampada en sus brazos.
¡°Estoy intentando disfrutar este momento hist¨®rico, pero me cuesta. Nunca tomo caf¨¦ y ahora mismo estoy pum, pum, pum¡±. Roger hace el gesto de golpearse el pecho. ?No preferir¨ªas que esto fuera un refer¨¦ndum pactado? ¡°Claro, pero siempre hemos vivido esto, todo medio clandestino. Estamos acostumbrados al acoso del Estado. As¨ª que intento disfrutar los peque?os logros que vamos alcanzando mientras avanza la ma?ana¡±. Amanece en Barcelona.
Los dos agentes se han instalado en la calle, a la entrada del centro c¨ªvico. ¡°Estaremos aqu¨ª hasta las seis de la tarde¡±. Son las 7.25 de la ma?ana. Los vecinos le ofrecen un caf¨¦ a los mossos y, muchos de ellos, se sit¨²an en la entrada para hacer bulto. Veinte minutos despu¨¦s, como por arte de magia, las urnas est¨¢n ya sobre las mesas en el interior del local. Las han metido sin que nadie se haya dado cuenta. Tampoco los agentes.
Siguen llegando vecinos. Tambi¨¦n han llegado ya apoderados e interventores. Preparan las mesas mientras varios voluntarios vigilan la puerta de la sala donde se votar¨¢. A las 8.30 los mossos vuelven a acceder al centro. Preguntan por un responsable. Esta vez la respuesta es colectiva: ¡°Todos¡±, gritan los vecinos. Los agentes vuelven a salir envueltos en una ovaci¨®n. ¡°Est¨¢n afectados¡±, dice Roger. ¡°Se les nota. Hostia, es que este no es su trabajo¡¡±.
Son las 9 de la ma?ana y los rumores, v¨ªdeos y fotos rebotan por Internet con desenfreno. Roger revisa su m¨®vil. Su rostro ha cambiado. Est¨¢ serio, pensativo. Ha visto un par de im¨¢genes en las que la Polic¨ªa Nacional carga contra vecinos en dos colegios de la ciudad. ¡°?Qu¨¦ crees que va a pasar aqu¨ª?¡±. ¡°Que van a venir y van a hacer da?o a la gente¡±. ¡°?Est¨¢s preocupado?¡±. ¡°No¡ No. Si nos pegan van a quedar deslegitimados. ?Nos pegan y luego qu¨¦? ?Nos ofrecen un nuevo acuerdo econ¨®mico? ?Nos ofrecen di¨¢logo? ?Te meto una paliza y luego te ofrezco dinero? Han perdido la legitimidad¡±.
Interrumpe a Roger una interventora de ERC que pide silencio a los presentes. ¡°Si viene la Polic¨ªa Nacional, que van a venir, hacemos un cord¨®n y, pac¨ªficamente, no les dejamos entrar. Y, si entran, no les dejamos salir¡±. Otra vez aplausos. Roger sigue con su reflexi¨®n: ¡°Quieren crear un problema de orden p¨²blico. ?Qu¨¦ sentido tienen que hagan cargas? Si es que no tiene explicaci¨®n. Nos zurran y luego, ?qu¨¦? As¨ª se pierde un pa¨ªs¡±.
Son las 10 y las mesas siguen sin abrirse. Hay problemas inform¨¢ticos. Se cae el wifi, se especula con un ciberataque a gran escala. ¡°Como Erdogan¡±, dice un vecino. Crece el nerviosismo. M¨¢s vecinos se acercan a Roger, preocupados por una posible llegada de la Polic¨ªa. ¡°Tranquilos, vais a votar¡±.
Los aplausos avisan a las 10.13 horas de que se puede votar por fin. De nuevo la interventora de ERC toma la palabra. ¡°Por favor, la gente que vaya votando, que se quede. Hay que bloquear un posible paso¡±. Vuelven las sonrisas.
Roger propone dar una vuelta en su coche por el barrio, para ver c¨®mo est¨¢ el ambiente en otros colegios electorales. A pocas calles est¨¢ otro centro c¨ªvico. A ellos les han pegado con silicona la puerta de entrada. La votaci¨®n va con retraso porque han tardado un buen rato en abrirla. Peor todav¨ªa pinta la situaci¨®n en la Escola Projecte, el principal centro de votaci¨®n del barrio. Doce furgonetas de la Polic¨ªa Nacional est¨¢n apostadas en la entrada. Ha habido cargas minutos antes. ¡°Mira eso¡±, dice Roger resoplando al volante. Despu¨¦s chasquea la lengua con gesto triste.
A mediod¨ªa el cansancio asoma. Ya son ocho horas en pie, ba?ados en tensi¨®n. A esta hora la votaci¨®n fluye en El Putxet. La cola se alarga m¨¢s de cien metros. Una mujer sale tras depositar su papeleta y rompe a llorar. Sec¨¢ndose las l¨¢grimas dice: ¡°Hostia, yo no ten¨ªa ni idea de que iba a llorar¡±. Un hombre se acerca a Roger y con voz tensa le cuenta de que su hija, de 20 a?os, ha sido agredida por la Polic¨ªa Nacional. ¡°La han agarrado del pelo y la han arrastrado¡±, dice nervioso. ¡°Ella se ha quejado y le han dicho: ?pues haber cumplido la ley! En castellano se lo ha dicho, claro¡±. Roger niega con la cabeza. Despu¨¦s propone ir a comer algo.
Bocata en mano, a punto de llegar a la una de la tarde, Roger habla sobre su labor como psic¨®logo mediador. ¡°La mediaci¨®n solo es posible si las dos partes quieren solucionar el conflicto. Si no, es imposible¡±. Despu¨¦s a?ade: ¡°Casi siempre es un problema de incapacidad para comunicarse. La mediaci¨®n lo que trata es de modular esa comunicaci¨®n. Y tener en cuenta que en un conflicto no hay ganadores ni perdedores, solo v¨ªctimas¡±. De fondo, en la televisi¨®n de la cafeter¨ªa, las noticias muestran cargas policiales.
Pasadas las dos de la tarde el miedo a que aparezca la Polic¨ªa Nacional se diluye y llegan familias con hijos para votar. La cola avanza a toda velocidad. Un apoderado explica: ¡°Como han anunciado censo universal, pues lo que estamos haciendo es tomar los datos de todos los que votan. Y listo¡±.
Por la tarde el clima se relaja. La cola va menguando y la ¨²nica ovaci¨®n que rompe la tranquilidad llega cuando un vecino anuncia que se ha suspendido el partido del Bar?a. En realidad se acabar¨¢ jugando a puerta cerrada.
A las seis y media de la tarde, una hora y media antes del horario previsto, el colegio echa el cierre. ¡°No s¨¦ por qu¨¦¡±, dice Roger. ¡°Lo que s¨¦ es que ya no hab¨ªa m¨¢s vecinos para votar¡±. En Barcelona empieza a atardecer y un helic¨®ptero sobrevuela El Putxet. Dentro los apoderados proceden al recuento. ¡°Hoy hemos creado algo nuevo¡±, concluye Roger. ¡°Dijo Gandhi que un esfuerzo total es una victoria completa. Pues eso¡±.
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