Fiebre amarilla
Los s¨ªmbolos no debieran ofender, sobre todo cuando expresan ¨²nicamente unas ideas, unos sentimientos, incluso una intensa pasi¨®n. Y menos si lo hacen como fruto de una pulsi¨®n individual
La estelada o el lazo amarillo no pueden ofender. Incluso habr¨ªa que agradecer a quienes los llevan la franqueza de su expresi¨®n, el regalo que hacen a sus conciudadanos por la libre exposici¨®n de sus deseos y sus pensamientos. El vecino que cuelga la estelada lo hace porque es independentista y el otro, que se pone el lazo amarillo en la solapa y dice que no lo es, piensa, y tiene toda la raz¨®n, que no se volver¨¢ a hacer pol¨ªtica como es debido en Catalu?a hasta que no haya ni un solo pol¨ªtico en la c¨¢rcel o huido de casa para evitar la orden de detenci¨®n judicial
Hasta aqu¨ª muy bien. Hay un uso individual de los s¨ªmbolos no solo leg¨ªtimo, sino incluso necesario, para que la pluralidad social se exprese en toda su libre transparencia. Gente libre en una sociedad libre. Expresi¨®n democr¨¢tica en una sociedad plenamente democr¨¢tica.
Un problema de orden diferente lo tenemos en el uso, cada vez m¨¢s frecuente, de la imaginer¨ªa simb¨®lica para expresar otra cosa m¨¢s dura y, dig¨¢moslo claramente, peligrosa, como es la propiedad en exclusiva del pa¨ªs. Es decir, los s¨ªmbolos como marcadores del territorio, como hitos que se?alan qui¨¦n es el propietario.
Cuando las esteladas se instalan en los espacios p¨²blicos y los edificios oficiales, cuando los lazos amarillos invaden los espacios urbanos y son exhibidos incluso en balcones y ventanas de las consejer¨ªas, se est¨¢ produciendo un abuso que no tiene nada ver con la libertad de expresi¨®n de los independentistas y mucho en cambio con la apropiaci¨®n del pa¨ªs por una parte y en detrimento del conjunto.
El espacio p¨²blico es de todos. Como son de todos los edificios oficiales, los Ayuntamientos y las escuelas, las calles y las plazas. Ah¨ª no hay lugar para las esteladas ni lazos amarillos y, cuando las hay, forman parte de una pol¨ªtica abiertamente intimidatoria que convierte lo que es de todos en propiedad exclusiva y excluyente de unos pocos, por muchos que sean.
Por m¨¢s c¨¢nticos que entonen los chicos de la CUP, las calles no son suyas, como no eran de Fraga. Las calles son de todos. El Bar?a es de todos. Los bomberos son de todos. Los castellers son de todos. Sant Jordi es de todos, mucho m¨¢s todav¨ªa. ?No se dan cuenta los que dicen lo contrario que reivindican una sociedad con ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda?
Una sociedad que marca y hace escraches a quienes no piensan correctamente, que utiliza un color como el amarillo para se?alar las casas de los que no son parte del proyecto independentista, est¨¢ rozando la frontera que limita con el peor peligro para la ciudadan¨ªa.
Los s¨ªmbolos no ofenden, pero la fiebre amarilla constituye la expresi¨®n burda del control del territorio y de las comunicaciones que el independentismo no supo poner en marcha una vez declarada unilateralmente la independencia. Ahora se quiere hacer pagar su fallo y su debilidad a todos los ciudadanos con un acoso ideol¨®gico que se impone como un castigo de la mitad de Catalu?a a la otra mitad.
La fiebre amarilla, adem¨¢s de ofender, no lleva a ninguna parte, o peor, lleva a mantener y profundizar la divisi¨®n y los agravios entre catalanes. Quien quiera coser y rehacer el di¨¢logo entre catalanes, lo primero que tiene que hacer es limitar el lazo amarillo y la estelada al espacio de su solapa o de su balc¨®n y dejar de intimidar con pintadas, banderas y lazos en los espacios p¨²blicos a quienes no piensan como ellos.
Lee el blog de Llu¨ªs Bassets
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