El hombre que no presum¨ªa de nada
Ni en la casa, ni en la universidad, ni en la pol¨ªtica, fue otro que Alfredo P¨¦rez Rubalcaba
Pod¨ªa haber presumido de ser el hombre m¨¢s insultado de Espa?a, junto con Manuel Aza?a y Adolfo Su¨¢rez. Pudo haber presumido, por ejemplo, de ser un orador admirado por sus adversarios. Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa lo consider¨® ¡°el Ronaldinho del Parlamento¡±, el mejor constructor de met¨¢foras de la era democr¨¢tica. Pod¨ªa ser temido, pero fue admirado.
Pudo haber presumido de aquella descripci¨®n con la que, el 11M de 2004, desmont¨® con ocho palabras la falaz construcci¨®n con la que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar entr¨® en la historia oscura de la gobernaci¨®n de Espa?a. Pudo haber presumido tambi¨¦n de eso.
Y pudo haber presumido de haber sido el arquitecto de la ¨²ltima fase de la operaci¨®n antiterrorista que trajo la paz a Euskadi y a Espa?a. Con tino, en medio del ruido y la furia de sus enemigos, que no fueron solo los etarras. Se le debe, entre otras muchas cosas, esa haza?a civil que desarroll¨® con una discreci¨®n de budista. Y tampoco presumi¨® de ello.
Pudo haber presumido de haber salido del poder por la puerta de atr¨¢s de la historia. Pero en lugar de reclamar tributo o elogio, al d¨ªa siguiente de haber dejado esa puerta en la que sufri¨® insulto, vejaci¨®n e ignominia, se reintegr¨® a su otro mundo, el de la universidad. Dedic¨® los primeros d¨ªas a actualizar su conocimiento, en un despacho que med¨ªa la cuarta parte de los que lo acogieron en sus tiempos de ministro, volvi¨® a reunirse con los amigos de siempre, y pas¨® m¨¢s tiempo en su casa, la que siempre tuvo, con los libros y los cuadros que ya ten¨ªa cuando era un joven profesor, un atleta de premio, un tipo al que le ca¨ªan bien los trajes porque era flaco como un perchero.
Esa casa y ese despacho son su autorretrato. El hombre que no presumi¨® de nada no s¨®lo mantuvo la modestia de esas posesiones provisionales de la vida, sino que dedic¨® el tiempo a rehacer factores que son la esencia de su personalidad: la amistad, el estudio, la discusi¨®n y la alegr¨ªa. Regal¨® conocimiento y esfuerzo; fue siempre leal con su partido y con las instituciones a las que ¨¦ste estaba obligado a servir.
Hasta el ¨²ltimo aliento de su militancia como secretario general sirvi¨® a la tarea de hacer sin decirlo. A ¨¦l, por ejemplo, se le debe que la abdicaci¨®n del rey Juan Carlos I, de tan compleja elaboraci¨®n, saliera sin una m¨¢cula en el proceso. Luego se retir¨®, se fue a su despacho espartano, a su casa, a su vida sin aditamentos.
Ni en la casa, ni en la universidad, ni en la pol¨ªtica, fue otro que Alfredo P¨¦rez Rubalcaba. Si de algo presum¨ªa era de no haber alterado nunca su esencia para parecer quien dec¨ªan que era. La desfiguraci¨®n de su historia y de su ser correspondi¨® a otros, que ya estar¨¢n rectificando, tarde, los insultos de los que ¨¦l tampoco presum¨ªa. No presumi¨® ni de ser Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, uno de los grandes hombres de nuestro tiempo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.