jabois
Pocas noticias pueden serlo m¨¢s que una carta de Juan Carlos I anunciando su retirada de la vida p¨²blica. No ya por creerlo retirado desde hace tiempo, probablemente desde mucho antes de su abdicaci¨®n, sino por existir la posibilidad de retirarse de algo llamado ¡°vida p¨²blica¡±, algo que en un rey em¨¦rito, miembro de la Familia Real, acoge desde actos oficiales que pueden resultar pesados, cada vez m¨¢s en cuentagotas, hasta otros que, conociendo el panorama, pueden serlo m¨¢s a¨²n, como el posado de inicio de las vacaciones en familia y el posado del final, labores cansadas pero no tanto como lo que transcurre en medio. Por eso tambi¨¦n de ah¨ª hab¨ªa abdicado ya hace un tiempo.
La carta del rey em¨¦rito tiene, en cualquier caso, una dimensi¨®n que va m¨¢s all¨¢ de lo humor¨ªstico (entendiendo lo humor¨ªstico como la manera de exhibir la desconexi¨®n salvaje de los usos y costumbres de una monarqu¨ªa con los de buena parte de la sociedad que reacciona pasmada a noticias as¨ª, formalidades solemnes sobre puras frivolidades). Esa dimensi¨®n gira sobre la desaparici¨®n a plazos de Juan Carlos I, el po¨¦tico desvanecimiento de la figura central de la historia de Espa?a de las ¨²ltimas d¨¦cadas: el rostro de los despachos, los colegios y el dinero anuncia que, como Greta Garbo, no volver¨¢ a protagonizar ning¨²n acto y cualquier imagen que se tome de ¨¦l se har¨¢ en su ¡°vida privada¡±, signifique eso lo que signifique en un cargo bien mantenido por las arcas p¨²blicas. Es decir: esta retirada tambi¨¦n, como todo, la paga el Estado. Ni p¨²blica ni privada: la vida moderna.
El comunicado llega cinco d¨ªas despu¨¦s de que Botsuana haya anunciado que se levanta la veda de la caza de elefantes. La casualidad obliga a mirar atr¨¢s, al pa¨ªs donde empez¨® el final: en este tiempo extraordinariamente corto, siete a?os, Juan Carlos I se qued¨® sin la amiga especial que le acompa?aba, sin corona, sin el respaldo de la clase pol¨ªtica y con una lesi¨®n que agrav¨® su estado f¨ªsico; fue a una cacer¨ªa y el trofeo termin¨® siendo ¨¦l. Enfil¨® entonces la vejez cada m¨¢s abandonado, ¨¦l que se rode¨® desde los a?os 80 de una guardia millonaria a la que fue dejando atr¨¢s seg¨²n ca¨ªa en desgracia, y en los ¨²ltimos tiempos la soledad ha llegado al extremo de v¨¦rsele en paz consigo mismo y con su esposa, la reina Sof¨ªa, y acompa?ado continuamente de su hija, Elena de Borb¨®n. No deja de ser curioso que Juan Carlos I, el hombre atl¨¦tico y deportista cosido por las lesiones, avejentado y cansado, sinti¨¦ndose in¨²til en los alrededores de la instituci¨®n que leg¨® a su hijo, pueda enfilar el ocaso de su vida como uno de esos elefantes que, ante la proximidad del final, se rodea de los suyos en larga caminata presos de su enorme memoria.
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