La Barcelona que no hace ruido y al d¨ªa siguiente sale a barrer
Son independentistas y no independentistas. Son decenas de personas que apagan rescoldos, devuelven lo que no ardi¨® a su sitio y limpian las calles cuando se van los radicales
Hay belleza en la destrucci¨®n. Tiene que ver con el civismo. Una pareja de ancianos ¡ª¨¦l en pantal¨®n corto, ella en camis¨®n¡ª bajaron la noche del mi¨¦rcoles en zapatillas a empujar unos contenedores que unos radicales hab¨ªan colocado en medio de la carretera, pegados a los coches y a los ¨¢rboles, en una calle estrecha que pod¨ªa convertirse en una ratonera infernal en caso de haber prendido. Lo hicieron con ayuda de otros chavales. No dijeron nada, no gritaron, no reprocharon. Se fueron calle abajo, hacia Roger de Ll¨²ria y volvieron a subirse para su casa.
Una chica morena, Cris de nombre supuesto, dedica la noche a eso que han hecho los ancianos: ir de una hoguera a otra para tratar de apagarlas, a retirar contenedores, apartar papeles y material inflamable. A veces baja los brazos, mira a la carretera esperando a los bomberos y niega con la cabeza. Esa noche, a las diez, est¨¢ sola en un cruce enorme con tres fuegos y rodeada de una treintena de chavales embozados que no le dicen nada; uno s¨ª, uno le recomienda que no trate de apagar un fuego de tal forma porque lo extender¨¢; mansplaining siempre, incluso si te perjudica.
Cris se declara pacifista, forma parte de un grupo de 12 j¨®venes que se coordinan para tratar de impedir la violencia declarada en las calles. Son independentistas y no independentistas, como esas decenas de personas que apagan rescoldos, devuelven lo que no ardi¨® a su sitio y barren la calle cuando se van los radicales, los violentos que montan barricadas con contenedores para impedir el paso de las furgonetas policiales y regresan luego a ellas para prenderles fuego cuando la acci¨®n los desplaza all¨ª. Despu¨¦s de tres d¨ªas de disturbios, empieza a haber una coreograf¨ªa aqu¨ª, un orden absolutamente enloquecido del que forman parte fundamental, cuando acaba la fiesta, los servicios p¨²blicos de limpieza y extinci¨®n de incendios.
A las tres de la madrugada del jueves, dos camiones de bomberos se encuentran en la intersecci¨®n de Roger de Ll¨²ria y Consell, paran y se bajan para abrazarse unos a otros entre gritos. 20 minutos antes, dos agentes paseaban entre un mar de papel higi¨¦nico iluminado por alguna peque?a fogata entre Gran Via y Marina. En esa zona Roger, un chico de 34 a?os, sacaba a su perro a la calle; en un mar de restos de basura, contenedores volcados, cascotes ¡ªmuch¨ªsimos en Gran V¨ªa¡ª Roger recogi¨® la caca de su perro. ¡°No s¨¦, la costumbre¡±, dijo bromeando. ¡°No somos la ciudad que se est¨¢ pintando fuera¡±, afirm¨® m¨¢s serio, ya meti¨¦ndose en su portal.
En las noches de disturbios en Barcelona la vida sigue en las calles del centro como met¨¢fora, por ejemplo en los restaurantes y cocteler¨ªas abiertas con las verjas bajadas. Y de los portales parecidos a los que se mete Roger con su perro, salen corriendo vecinos que ven amenazados sus coches o su vivienda; lo hacen para ayudar, para proteger la calle, algunos para escapar: cada uno es un mundo cuando las llamas se plantan en la puerta de su edificio. Son escenas llamativas porque, hasta donde han visto los cronistas en dos noches, los encapuchados de gafas de esqu¨ª, pa?uelo en la cara y mochila, no les dicen nada; ven c¨®mo apartan los contenedores, por ejemplo, y al rato los vuelven a poner en medio de la carretera, si los ponen, y eso mucho m¨¢s tarde.
¡°Nosotros no estamos para enfrentarnos con la gente, es nuestra gente¡±, dice al d¨ªa siguiente Ricardo, un chico de 24 a?os que participa en los disturbios (¡°cuando me pegan, respondo, nosotros no empezamos nada¡±). Esa l¨ªnea, dice, es refrendada por los radicales: no enfrentarse con los vecinos, no hacer nada cuando los vecinos retiren lo que ellos colocan en la carretera o apaguen lo que ellos han encendido. Les importa tanto el apoyo popular como hacer que entiendan que las ¡°molestias¡± o ¡°trastornos¡± causados son en su defensa.
Esa l¨ªnea te¨®rica en un movimiento tan organizado como descontrolado se respeta lo justo. Verbalmente siempre surgen insultos, provocaciones y peinetas a la gente que en los balcones tira de manguera para apagar fuego. Es en el cara a cara cuando la tensi¨®n se amortigua. Y si no lo hace, siempre aparecen dos o tres con ascendencia para dar la orden de ¡°pasar de todo¡±. A Cris, sin ir m¨¢s lejos, le reprochan unos radicales sus palabras (hab¨ªa pedido que ni en sue?os incendiasen una calle transversal con peligro para los edificios). ¡°Vete a dormir¡±, le dice un chico a cara descubierta. Cris, exhausta, saca un libro de la mochila y se lo ense?a: ¡°?Tienes t¨² uno sobre el manual del buen independentista?¡±. ¡°No faltes al respeto, chica¡±, interviene una se?ora. Un fuego enorme acaba de prender cerca y Cris deja la conversaci¨®n. Se ve a lo lejos la estampa de ella sola con una mochila a la espalda, como una sombra chinesca, corriendo de un lado a otro en mitad de la noche para apagar fuegos tan grandes que la quemar¨ªan en caso de acercarse mucho. Cuanto m¨¢s imposible es su misi¨®n, m¨¢s real es ella y los que dedican las noches a hacer lo mismo.
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