Por qu¨¦ se airean ahora las miserias sexuales del viejo Hollywood
El acoso sexual a Judy Garland o Tippi Hedren desvelado recientemente pone de manifiesto la desprotecci¨®n y el sexismo silenciado de la industria durante d¨¦cadas.
?La vida de Judy en el set? fue miserable por culpa de ellos. No dejaban de meterle mano por debajo de su vestido?. Judy Garland era pr¨¢cticamente una ni?a cuando interpret¨® a Dorothy en El mago oz en 1939 ¨Cten¨ªa 17 a?os¨C, pero ni eso la libr¨® de ser acosada sexualmente por varios actores que interpretaban a los Munchkins, los personajes de talla peque?a que ayudaban a Dorothy tras seguir el camino de baldosas amarillas. As¨ª lo desvela Sid Luft, uno de los ex maridos de Garland ¨Cestuvo casado con ella entre 1952 y 1965¨C, en Judy and I: My life with Judy Garland, un libro p¨®stumo que saldr¨¢ en marzo a la venta y al que ha tenido acceso The Guardian. ?Esos hombres ten¨ªan 40 a?os. Ellos cre¨ªan que pod¨ªan salirse con la suya siempre porque eran muy bajitos?, apunta el empresario en el libro.
Luft, con sus declaraciones p¨®stumas (muri¨® en 2005) a?ade le?a a las versiones que se hab¨ªan dado sobre los ¡®problem¨¢ticos¡¯ enanos durante el rodaje. Lejos de las im¨¢genes id¨ªlicas y na?f de la pel¨ªcula, la propia Garland, en 1967, dijo que los munchkins ?eran unos peque?os borrachos? que ?se pon¨ªan hasta arriba cada noche y la polic¨ªa los recog¨ªa con cazamariposas?. La int¨¦rprete cont¨® que cuando se decidi¨® a salir con uno de ellos y ¨¦ste vio a su madre como carabina en la cita dijo: ?Suficiente, dos fulanas por el precio de una?. Bert Lahr, que interpret¨® al Le¨®n Cobarde, apunt¨® que los munchkins actuaban lejos de las c¨¢maras ?en plan pandillero, chuleando y contratando a prostitutas? y el productor, Mervyn LeRoy, confirm¨® que estos int¨¦rpretes ?montaban org¨ªas en el hotel? y que se tuvo que contratar a polic¨ªas en cada planta. Unos angelitos, vaya.
Las verg¨¹enzas de Hollywood
Que el manoseo a Judy Garland se haya convertido en un episodio noticiable lo es gracias a una sociedad (supuestamente) sensibilizada frente al acoso sexual y decidida a no normalizar este tipo de pr¨¢cticas. Animadas por el repunte del activismo feminista en los ¨²ltimos a?os, las actrices o artistas de hoy en d¨ªa no tienen miedo a denunciar las agresiones sufridas. As¨ª lo han probado Evan Rachel Wood (Dolores en Westworld, que desvel¨® recientemente que fue violada en dos ocasiones), Gabrielle Union (violada a punta de pistola hace 25 a?os) o Ashley Judd (violada cuando ten¨ªa 14 a?os). Tampoco hace falta ser una actriz de renombre para enfrentarse a oscarizables nombres, como bien ha probado el caso de la productora y directora de fotograf¨ªa llevando a juicio el acoso sexual de Casey Affleck.
En el pasado ¨Cy hace diez a?os, si apuramos¨C ninguna de estas actitudes eran reprobables socialmente. Ya fuese en la intimidad del hogar, en los anuncios de brandy donde s¨ª se pod¨ªa pegar a una mujer o en sets de rodaje repletos de supuestos trabajadores del sector m¨¢s liberal del mundo. El ?don¡¯t ask, don¡¯t tell? (no preguntes, no digas) tambi¨¦n se impon¨ªa en un gremio que desproteg¨ªa y negaba la asistencia a las v¨ªctimas; escondiendo sus verg¨¹enzas, secretos a voces en la indutria, debajo de la alfombra.
Ah¨ª est¨¢ el pol¨¦mico caso de la actriz Maria Schneider, que rod¨® una escena no consensuada sobre una violaci¨®n en El ¨²ltimo tango en Par¨ªs y, pese a la humillaci¨®n que vivi¨®, se vio sin apoyos a para denunciar el abuso que sin su conocimiento perpetraron Marlon Brando y Bertolucci: ?Deber¨ªa haber llamado a mi agente o haber tenido un abogado que viniese al set porque no puedes obligar a alguien a hacer algo que no est¨¢ en el gui¨®n, pero yo no sab¨ªa aquello en aquel momento?, dijo al Daily Mail a?os m¨¢s tarde.
Algo parecido ha pasado con Tippi Hedren, que ha acusado en sus memorias a Alfred Hithcock de acoso sexual. El director se abalanz¨® sobre ella en un taxi e intent¨® besarla. Su obsesi¨®n con la madre de Melanie Griffith llegaba a tal exceso que no permit¨ªa que el resto de actores la tocasen o hablasen y lleg¨® a enga?arla para rodar escenas de riesgo. Hedren asegura que no dijo nada a nadie porque en la d¨¦cada de los sesenta no se hablaba del acoso sexual ¨Cel t¨¦rmino se empez¨® a utilizar a partir de 1991, cuando la abogada Anita Hill acus¨® al juez Clarence Thomas de acoso sexual en el trabajo y el delito se populariz¨® a escala planetaria¨C. Tambi¨¦n sab¨ªa que el estudio silenciar¨ªa sus acusaciones: ??Qui¨¦n de los dos era m¨¢s valioso para ellos, ¨¦l o yo??.
No s¨®lo acoso, tambi¨¦n abortos
Lejos del ?si un productor menciona la palabra dieta, lo mando a tomar por culo? que defiende ahora Jennifer Lawrence, hace unas cuantas d¨¦cadas, el control sobre el cuerpo de las actrices iba mucho m¨¢s all¨¢ de unos michelines de m¨¢s. Si una actriz de un gran estudio del viejo Hollywood?quer¨ªa quedarse embarazada entre los a?os 20 y los 50, ni ella ni el padre pod¨ªan decidir. Para eso ya estaba el grupo de hombres que dirig¨ªa la Metro Goldwyn Mayer, Paramount Pictures, Warner Bros o RKO, actuando como una suerte de ¡®equipo de sabios patriarcales¡¯ en funci¨®n a las expectativas de taquilla.
?Los abortos eran nuestra pastilla anticonceptiva?, dijo una vez una actriz sobre la m¨¢s que com¨²n pr¨¢ctica de los estudios. La cita la rescatan Marcie Bianco y Merryn Johns en una investigaci¨®n reciente para Vanity Fair. All¨ª contaban los casos de Tallullah Bankhead, cuyo bi¨®grafo, Lee Irael, dijo que ?se practicaba tantos abortos como mujeres se hac¨ªan la permanente? o la ?infecci¨®n de o¨ªdo? oficial (embarazo en realidad) de la sensaci¨®n Jeanette MacDonald en 1935 que mand¨® ?a curar? el jefe de la MGM, Louis B Mayer.
Joan Crawford tampoco se librar¨ªa. Separada de su marido, Douglas Fairbanks, se qued¨® embarazada de qui¨¦n cre¨ªa hubiese sido hijo de Clark Gable. Howard Strickling, publicista de la MGM y fixer habitual de los esc¨¢ndalos de la ¨¦poca, lo arregl¨® todo para que abortase, siguiendo esa asunci¨®n popular de que ?las estrellas glamourosas no pod¨ªan ser famosas si ten¨ªan hijos?, tal y como relata Cari Beauchamp en Without Lying Down. Crawford nunca le dijo la verdad a Fairbanks. Le cont¨® que perdi¨® el beb¨¦ al resbalarse de un barco rodando Rain.
Otra que rehu¨ªa de los hijos por imperativo de su carrera fue Bette Davis, que tuvo un buen n¨²mero de abortos y no fue madre hasta los 39 a?os porque ?si no habr¨ªa perdido los mejores papeles de mi vida?. A Jean Harlow no la dejaron casarse con William Powell porque, seg¨²n cuenta Anne Helen Petersen en Scandals of Classic Hollywood, ?la MGM hab¨ªa escrito una cl¨¢usula en su contrato que le prohib¨ªa contraer matrimonio?. Judy Garland, la misma que tuvo que aguantar a un grupo de enanos manose¨¢ndola sin cesar durante un rodaje, se salt¨® las normas, rompi¨® su imagen de ingenuidad y se cas¨® con 19 a?os con David Rose sin la aprobaci¨®n de MGM. Cuando se qued¨® embarazada, su madre se confabul¨® con el estudio para conseguirle un aborto en contra de su voluntad.
Estas historias no son tan desfasadas como parecen. El imperativo teleg¨¦nico sigue existiendo con todas esas veintea?eras ejerciendo de amantes de cuarentones en pantalla. El p¨²blico tampoco perdona y se suma a esa concepci¨®n eda¨ªsta que no deja envejecer a sus actrices fetiche c¨®mo les d¨¦ la gana (Carrie Fisher ya lo advirti¨®:?¡°No es que los hombres envejezcan mejor que las mujeres, solo es que se les permite hacerlo¡±). ?El cambio?? Todas esas actrices que saben que no se ha alcanzado la igualdad y que reclaman el mismo salario que sus compa?eros (Natalie Portman, Jennifer Lawrence o Robin Wright, entre otras) o un peso en pantalla alejado de madres abnegadas o amantes hipersexualizadas. El activismo feminista en Hollywood ya no se silencia, se aplaude. Y ya no hay cl¨¢usulas en los grandes estudios para frenarlo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.