La cruzada contra el porno de Andrea Dworkin, la feminista inc¨®moda a la que acusaron injustamente de ¡°odiar a los hombres¡±
Asegur¨® que el consentimiento es imposible en un sistema de opresi¨®n, y fue, seg¨²n Gloria Steinem, una figura clave. Sin embargo, su obra no ha sido a¨²n traducida al castellano y la pol¨¦mica y el odio siguen rodeando a sus escritos
La escritora estadounidense y activista del feminismo radical Andrea Dworkin, cuyos textos sobre el consentimiento y los abusos sexuales tienen hoy m¨¢s peso que nunca a la luz del #MeToo, predijo tambi¨¦n el ascenso de Donald Trump y asegur¨® que la pornograf¨ªa refuerza el poder de la derecha sobre las mujeres. Su amiga Gloria Steinem dijo de ella que fue ¡°una profeta del Antiguo Testamento que siempre estaba advirtiendo lo que iba a ocurrir¡±, y al revisar su obra, raz¨®n no le faltaba.
Acusada de odiar a los hombres, su incesante lucha contra la prostituci¨®n y la pornograf¨ªa le valieron el odio tanto de los hombres como de ciertos segmentos feministas liberales. Al denunciar la deshumanizaci¨®n de la mujer en la pornograf¨ªa, que aseguraba es un producto del poder del hombre dentro de la cultura patriarcal occidental, se top¨® con diversas voces que la acusaban de ofrecer una mirada represiva de la sexualidad. Aunque su obra m¨¢s famosa es Pornograf¨ªa, hombres poseyendo a mujeres, libro en el que retrata la industria pornogr¨¢fica como un interminable foco de violencia contra las mujeres, al tiempo que asegura que los efectos del consumo pornogr¨¢fico son la erotizaci¨®n de la sumisi¨®n y la perpetuaci¨®n de la violencia contra las mujeres, su primer libro fue El odio a las mujeres, que public¨® a los 27 a?os, en l974.
En su escrito ya aseguraba que la pornograf¨ªa incitaba a la violencia contra las mujeres, y al ser acusada de censura, tuvo que defenderse en diversos ensayos. De hecho, sus escritos se encontraron siempre con diversas trabas para ser publicados, aunque fue precisamente Estados Unidos el lugar que finalmente dio el ok a su publicaci¨®n. ¡°Ese pa¨ªs de mentiras y perogrulladas que nos dice que podemos hablar de lo que queramos¡±, aseguraba ella misma con iron¨ªa. Al final de su vida, ante las zancadillas con las que se encontr¨® para seguir publicando sus pol¨¦micos textos en Am¨¦rica, se reuni¨® con editores de The Guardian, medio que public¨® algunos de sus textos poco antes de su muerte. Confes¨® que jam¨¢s hab¨ªa sentido semejante respeto por parte del mundo editorial, una prueba m¨¢s de que su vida, tanto fuera como dentro de la literatura, no fue nunca f¨¢cil. ¡°Jam¨¢s hab¨ªa sentido que los editores con los que trabajo me traten con este tipo de respeto. Lo aprecio mucho¡±, le dijo a su amiga, la periodista Julie Bindel (responsable de orquestar estas reuniones) en el ¨²ltimo email que recibi¨® de Dworkin.
Precisamente ahora el consentimiento vuelve a situarse en la mesa de debate con la publicaci¨®n de El sentido de consentir, un ensayo en el que la fil¨®sofa Clara Serra reflexiona sobre el consentimiento partiendo de tres bases: el sexo consentido no tiene por qu¨¦ coincidir necesariamente con el sexo deseado; existe el derecho a tener todo tipo de deseos sexuales y tambi¨¦n, existe el derecho a explorar y equivocarse. Por supuesto, Andrea Dworkin habl¨® en su obra del consentimiento. En su caso, para cuestionar su validez en un mundo repleto de desigualdades estructurales y no exento de relaciones de presi¨®n. De esta forma, reflexiona acerca de c¨®mo en un marco caracterizado por la desventaja o vulnerabilidad a causa del g¨¦nero, la raza o la clase social, el consentimiento libre y aut¨®nomo se encuentra en una situaci¨®n comprometida.¡±El consentimiento no puede existir en un sistema de opresi¨®n¡±, asegur¨®.
Una batalla que emple¨® las palabras como misiles
La autora se asegur¨® de componer su obra desde un lugar personal, pero lejos de quedarse en la an¨¦cdota, extrapol¨® lo ocurrido en su vida para emplearlo, como ella misma asegur¨®, ¡°como br¨²jula¡±. Comprender sus escritos e incluso su ira sin hablar de lo que le ocurri¨® al margen de los libros es esencial. Fue abusada tanto por su padre como por su primer marido, y cuando con 18 a?os fue arrestada durante una manifestaci¨®n contra la guerra del Vietnam, fue abusada por dos doctores en la c¨¢rcel de mujeres del Village. Despu¨¦s de estudiar literatura en el Bennington College, hizo del feminismo el epicentro de su lucha y decidi¨® dedicar su vida a fortalecer el movimiento. Alz¨® la voz contra la pedofilia, la pornograf¨ªa y la violencia contra las mujeres y defendi¨® con vehemencia la idea de que los hombres emplean el sexo para asentar su poder patriarcal. Lo hizo mediante un estilo muy caracter¨ªstico, repleto de rasgu?os y aristas, y la propia Dworkin asegur¨® que su objetivo era emplear ¡°una prosa m¨¢s aterradora que la violaci¨®n, m¨¢s abyecta que la tortura, m¨¢s insistente y desestabilizadora que una paliza, m¨¢s desoladora que la prostituci¨®n, m¨¢s invasiva que el incesto, m¨¢s llena de amenazas y agresiones que la pornograf¨ªa¡±. La columnista Moira Donegan dijo que su estilo era ¡°estridente, enfurecido, y sus conclusiones son a menudo duras, expresadas sin rodeos y dif¨ªciles de leer¡±.
Al hablar acerca de c¨®mo la misoginia se adentr¨® en el l¨¦xico del feminismo de la segunda ola gracias al libro El odio a las mujeres. Nina Renata Aron, en un art¨ªculo publicado en New York Times, explica que leer a Dworkin era en los 80 y en los 90 ¡°una especie de rito de iniciaci¨®n¡±. ¡°Su escritura ofrec¨ªa una mirada estridente y cruda al sesgo sist¨¦mico que afecta las experiencias cotidianas de las mujeres. ?Hab¨ªa un odio real acechando detr¨¢s de cada reuni¨®n con su jefe o oficial al mando, cada cita, serm¨®n, novela y anuncio de televisi¨®n? S¨ª, insisti¨® Dworkin. En ese momento, esta era una idea radical, y para muchos todav¨ªa lo es¡±, escribe la periodista. Sin duda, la rabia de sus textos es radicalmente opuesta a los escritos de autoras como Caitlin Moran, que emplean el humor para luchar y criticar al sexismo, algo que sin duda, para Dworkin habr¨ªa sido un ejemplo m¨¢s de c¨®mo las mujeres habitan en ¡°un sistema de humillaci¨®n del que no hay escapatoria¡±.
El yugo de la violencia sexual
A comienzo de los a?os 70, no dud¨® en alzar la voz contra los abusos a los que hab¨ªa sido sometida, y en 1999, a los 53 a?os, fue drogada y violada en un hotel de Par¨ªs, un terrible acto que le hizo alejarse del mundo para reunirse ¨²nicamente en contadas ocasiones con su c¨ªrculo cercano hasta publicar en el a?o 2002 Coraz¨®n roto: memoria pol¨ªtica de una militante feminista, su autobiograf¨ªa, donde se embarc¨® en una nueva batalla contra las violaciones. ¡°El doctor que mejor me conoce asegura que la osteoartritis aparece mucho antes de paralizarte. En mi caso, posiblemente fue por no tener un hogar, por el abuso sexual o por mi peso. John, mi pareja, echa la culpa a Scapegoat, un estudio sobre la identidad jud¨ªa y la liberaci¨®n de las mujeres que me cost¨® nueve a?os escribir y que asegura, es el libro que me rob¨® la salud. Yo culpo a la violaci¨®n de la que fui v¨ªctima en Par¨ªs en 1999¡å, escribi¨® en The Guardian, en el que fue el primer texto que el medio public¨® tras su muerte.
¡°El trabajo de Dworkin cobra mayor significado ante el movimiento #MeToo, que ha visibilizado la forma en la que la violencia sexual ha sido silenciada. Ten¨ªa m¨¢s raz¨®n de lo que pensaba ella misma: la cultura dominante evita enfrentarse al rol que desempe?a la pornograf¨ªa a la hora de asertar la domunaci¨®n sexual masculina¡±, dijo el Dr Gail Dines, que lleva m¨¢s de tres d¨¦cadas luchando contra la industria del porno.
Al conocer la forma en la que tantas mujeres blancas apoyaron la pol¨ªtica de Trump, la estadounidense sin duda habr¨ªa hablado de c¨®mo la derecha pol¨ªtica se asegura de explotar el miedo de las mujeres para hacerles ver que lejos de tener que cambiar las cosas, lo mejor es aceptar la situaci¨®n y aprovechar cualquier medio para acceder al poder disponible. Su libro Mujeres de Derecha, que data de 1983, bien podr¨ªa haberse referido a la forma en la que Donald Trump alcanz¨® el poder. ¡°Si hubi¨¦semos escuchado m¨¢s a Dworkin durante sus d¨¦cadas de activismo y nos hubi¨¦semos tomado su trabajo m¨¢s en serio, m¨¢s mujeres se habr¨ªan adherido a un feminismo intransigente, a diferencia del feminismo sonriente y divertido, repleto del tipo de consignas que se leen en las camisetas y que aplaude una especie de girl power que lucha por poder llevar pantalones en lugar de defender un movimiento colectivo con el que emancipar a todas las mujeres de la tiran¨ªa de la opresi¨®n¡±, opina Julie Bindel, que conoci¨® a Dworkin en una conferencia que organiz¨® sobre de la violencia contra las mujeres en 1996.
Su lucha contra la pornograf¨ªa no fue ¨²nicamente llevada a cabo mediante sus charlas y escritos, sino que se ali¨® con la abogada feminista Catherine MacKinnon (ambas cre¨ªan que la sexualidad est¨¢ basada en la subordinaci¨®n de las mujeres a trav¨¦s de la dominaci¨®n sexual masculina, lo que se traduce en la desigualdad de g¨¦nero) para presentar una ley que se?alaba que la pornograf¨ªa no es otra cosa que discriminaci¨®n sexual, una ley gracias a la cual las mujeres podr¨ªan demandar a productores y distribuidores. Tras ser aprobada en Indian¨¢polis en l983, el Tribunal Supremo de Estados Unidos legisl¨® en su contra ante el poder de la industria del porno.
Andrea Dworkin muri¨® con tan solo 58 a?os a causa de un fallo card¨ªaco. Aunque su nombre es constantemente repetido a causa de la forma en la que sus textos han ayudado a comprender el porqu¨¦ del ascenso al poder de Trump y c¨®mo frente al #MeToo, su lucha contra los abusos sexuales est¨¢ hoy m¨¢s presente que nunca, su obra no ha sido traducida al castellano, y la estigmatizaci¨®n que rode¨® siempre a la autora no la ha abandonado incluso tras su muerte a causa de quienes siguen asegurando que su voz defiende un feminismo puritano y trasnochado. Como recoge en ¡®Andrea Dworkin¡¯, libro en el que Jeremy Mark Robinson examina su obra, el escritor Michael Moorcock dijo que el feminismo era el movimiento pol¨ªtico m¨¢s importante de la actualidad, siendo la figura de Dworkin vital. ¡°La gente cree que Andrea odia a los hombres. La llaman fascista y nazi, especialmente los americanos de izquierdas, pero su trabajo no indica tal cosa. En realidad, ten¨ªa una extraordinaria elocuencia, el tipo de magia que movilizaba a la gente¡±, asegur¨®.
Sus ideas fueron manipuladas y malinterpretadas, el odio y el desprecio acompa?aron a sus escritos e incluso su apariencia f¨ªsica fue objeto de mofa durante toda su vida, pero su obra sigue presente y sus reflexiones y cr¨ªticas siguen hoy tan vivas como antes. ¡°En cada siglo hay una serie de escritores que ayudan a la especie a evolucionar: Andrea forma parte de ellos¡±, dijo Gloria Steinem en el funeral de su amiga, y lo cierto es que hay que aplaudir a todos quienes con sus escritos incitan a la reflexi¨®n y al debate, porque esas son las claves para poder avanzar.
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