El voto de la moda es cada vez menos secreto: posicionarse ideol¨®gicamente, el nuevo reclamo de las marcas
Tomar partido se ha convertido en la nueva estrategia comercial de un negocio que, en cualquier caso, siempre va a estar donde est¨¦ el dinero
Apenas dos d¨ªas despu¨¦s de que Donald Trump esquivara las balas de una segunda intentona magnicida, a mediados del pasado septiembre, un grupo de dise?adores y marcas se juntaba en un almac¨¦n de Long Island para escenificar The America First Patriotic Designer Showcase. Orquestada por la activista pol¨ªtica Cindy Grosz en calidad de directora creativa, la primera pasarela de dise?adores patri¨®ticos ¡ªtambi¨¦n conocida como The MAGA Show¡ª fue la respuesta republicana a la iniciativa provoto Fashion For Our Future impulsada por el Consejo de Dise?adores de Moda de Am¨¦rica (CFDA) y las fuerzas vivas del grupo editorial Cond¨¦ Nast que hab¨ªa marchado en desfile/manifestaci¨®n Manhattan adelante d¨ªas atr¨¢s. Una campa?a que insta al electorado del pa¨ªs a registrarse para participar en las elecciones de noviembre y, en principio, no partidista, aunque de evidente simpat¨ªa dem¨®crata, seg¨²n constataban la presencia de Jill Biden y las prendas lucidas por algunos participantes, como la bufanda creada por Thom Browne en apoyo de la f¨®rmula Kamala Harris-Tim Walz lucida por Anna Wintour. ¡°Parece que existe un inter¨¦s especial en decir que los republicanos no somos ni creativos ni art¨ªsticos¡±, se quejaba Grosz, otrora aspirante a congresista por el estado de Nueva York, que asegura que la pasarela oficial de su pa¨ªs es cada vez m¨¢s ¡°pol¨ªticamente hostil¡± para los dise?adores que no comulgan con la que parece ser su ideolog¨ªa dominante.
A estas alturas del discurso, insistir en que la moda es pol¨ªtica no deber¨ªa ser necesario. C¨®mo no va a serlo, si se trata de una manifestaci¨®n sociocultural que influye y hasta moldea nuestras relaciones en sociedad, motor de progreso y agente de cambio social. Otra cosa son sus expresiones partidistas, su posici¨®n ideol¨®gica, que en un contexto hiperpolarizado como el actual adquiere una relevancia inusitada. Cu¨¢l es el voto de la moda resulta hoy un tema de inter¨¦s porque tiene muchas papeletas cuestionarla como entidad. Un sistema de naturaleza conservadora, en tanto que econ¨®mico, y de concepci¨®n clasista, eminentemente antidemocr¨¢tica (la presunta democratizaci¨®n recacareada desde hace un par de d¨¦cadas es una falacia, una trampa enmascarada en el consumo de masas), de repente devenido faro de progres¨ªa. Que el sector se haya convertido en abanderado de las que se entienden causas justas, liderando las cruzadas de la diversidad, la inclusi¨®n, la sostenibilidad y los derechos de las minor¨ªas, ese despertar de las mentes que desde la bancada a la derecha se desprecia como pensamiento woke, obedece a razones generacionales, y aquello de que cuando la conciencia entra por la puerta, el dinero sale por la ventana ya no cuela. O ha cambiado de direcci¨®n.
Lo que no les pas¨® a Tom Ford o Michael Kors cuando decidieron vestir a Melania Trump en su tiempo como primera dama, una postura que entonces dividi¨® al negocio del vestir tambi¨¦n en Europa, le ha ocurrido por ejemplo a Andr¨¦ Soriano, creador filipino afincado en Los ?ngeles condenado al ostracismo por sacar sus colores en los vestidos que idea para que la cantante Joy Villa haga proselitismo trumpista cada vez que toca gala de los Grammy. O a Elie Balleh, veterano dise?ador neoyorquino que en marzo lamentaba que su alineamiento ideol¨®gico con Trump le haya costado la p¨¦rdida de puntos de venta. Mientras, los grandes almacenes de lujo no tienen reparos en dar cobijo a la colecci¨®n Designers For Democracy, proyecto colectivo de 16 dise?adores, entre ellos Aurora James, Gabriela Hearst, Vera Wang, Thom Browne, Willy Chavarria o Prabal Gurung, para recaudar fondos para la campa?a Harris-Walz. No hay noticias de que sus negocios se hayan resentido por eso.
El caso estadounidense puede resultar proverbial, pero a este lado del mundo, por lo general m¨¢s discreto en posicionamientos pol¨ªticos, ya no es tan raro saber las intenciones de voto de no pocos dise?adores. Donatella Versace no ha tenido reparos en contar que ella, como la Carr¨¤, siempre vota rosso (no as¨ª su hermano Santo, que es de derechas), al igual que Maria Grazia Chiuri, en tanto que Giorgio Armani no ha tenido reparo en decir lo bien que luce sus trajes Georgia Meloni. En su d¨ªa, Vivienne Westwood inst¨® a votar a los verdes brit¨¢nicos, y en los pasados comicios franceses Jacquemus hizo su propio llamamiento para frenar el avance de la extrema derecha de Marine Le Pen.
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