?A qu¨¦ se debe el en¨¦simo resurgir de la Barbour? Lectura sociol¨®gica y pol¨ªtica de una prenda pija que antes fue proletaria
La casa francesa Chloe firma una colaboraci¨®n con una marca que representa la quintaesencia de lo brit¨¢nico y que antes de ser b¨¢sico de arist¨®cratas lo fue de pescadores.
Si fue usted joven en los a?os noventa recordar¨¢ que gente que jam¨¢s hab¨ªa tenido de cerca un establo, una vaca, un caballo o un pasto, se dedicaba una vez al mes a untar con una cera de inconfundible olor (no desagradable, pero s¨ª penetrante) el abrigo con el que se vestir¨ªan el resto de la semana para subir en un autob¨²s o un taxi, entrar en una oficina y al fin y al cabo hacer vida totalmente urbana, dejando un fragante rastro a parafina detr¨¢s, eso s¨ª. Era la forma que ten¨ªan de confirmar que, por muy lejos que estuviesen de ello, se consideraban de alguna forma miembros dignos de una comunidad a la que no pod¨ªa pertenecer cualquiera: la de los terratenientes ingleses que supuestamente se pon¨ªan estos abrigos, llamados Barbour, que en su versi¨®n original estaban hechos con algod¨®n encerado para que la lluvia que cae constantemente del cielo brit¨¢nico no penetrase en la ropa de sus portadores, como tampoco deb¨ªa hacerlo el posible olor a esti¨¦rcol que deja frotarse con el ganado. Aquellos j¨®venes ¡°barbouristas¡± de los a?os noventa que, lejos de ser ingleses terratenientes, eran espa?olitos de a pie y, lejos de ir a controlar reses, se iban de copas con esas pintas tan british al centro de cualquier ciudad (de Madrid a Valladolid) no sab¨ªan que hab¨ªa un detalle que les delataba como impostores: el cuello de pana que se incorpor¨® a las versiones modernas y m¨¢s pintonas del invento. Las Barbour originales, las que cre¨® John Barbour en South Fields en 1894, en pleno auge de la revoluci¨®n industrial, no eran para ganaderos, sino para pescadores y marineros y ten¨ªan totalmente impermeabilizados hasta los bolsillos, donde pod¨ªan guardar mapas o admin¨ªculos como una br¨²jula. Aquellos modelos, que se bautizaron como ¡®Beacon¡¯ (en ingl¨¦s, faro) no estaban forrados con la tela de tart¨¢n de las Barbour que se compran en El Corte Ingl¨¦s y tampoco ten¨ªan el cuello de pana, porque si hay un tejido que no se lleva bien con la lluvia es ese.
En realidad, el v¨ªnculo de las chaquetas Barbour con la aristocracia y los grandes terratenientes brit¨¢nicos, poseedores de palacios y organizadores de monter¨ªas, no llegar¨¢ hasta que la tercera generaci¨®n familiar, encabezada por Margaret Barbour, consiga que sus prendas se conviertan en favoritas de cazadores, lo que acabar¨ªan vali¨¦ndole un Royal Warrant concedido por el Duque de Edimburgo en 1972. Margaret fue quien comprendi¨® que su marca ten¨ªa que rentabilizar esta nueva conexi¨®n con el mundo del dinero viejo y, por eso, a partir de 1980 se produjo un giro total en la forma de comunicarse de la compa?¨ªa, que en sus cat¨¢logos mostraba ahora parejas con pinta de arist¨®cratas paseando con sus perros de pedigr¨ª por la campi?a.
Fue cuando lanzaron sus tres modelos m¨¢s ic¨®nicos y a la vez m¨¢s vers¨¢tiles para lucir en la ciudad, Bedale, Beaufort y Border, que son los que incorporan los cuellos de pana y el forro de cuadros. Y este cambio lleg¨® justo cuando la reina Isabel II y el pr¨ªncipe de Gales concedieron a Barbour los Royal Warrants que representan la m¨¢xima distinci¨®n en el mundo del lujo brit¨¢nico. En la d¨¦cada siguiente la fiebre de estas chaquetas se fue extendiendo por toda Europa hasta llegar a Espa?a, donde el furor fue tal que en las tiendas donde se comercializaban se vend¨ªa la famosa cera de mantenimiento, solo apta para aquellos que de verdad le van a dar un uso agropecuario a la prenda. En la actualidad, de hecho, en las tiendas Barbour se sigue ofreciendo el servicio de encerado, que ayuda a mantener el tejido en perfecto estado y a seguir con la leyenda de ese olor inconfundible.
Desde entonces, Barbour no ha dejado de ser una firma cl¨¢sica y con excelente reputaci¨®n, aunque su ¨¦xito entre los j¨®venes se fue amortiguando hasta que en los 2000 el cantante de los Arctic Monkeys, Alex Turner, empez¨® a pon¨¦rsela en sus conciertos. ?l fue promotor de la en¨¦sima reedici¨®n de ese estilo tan brit¨¢nico que mezcla la est¨¦tica ¡®clochard¡¯ de la nouvelle vague y el existencialismo con la m¨ªstica rural (v¨¦ase a Paul McCartney y su esposa Linda en sus a?os granjeros en las profundidades de Escocia); como tambi¨¦n lo ha sido su expareja, la influencer y modelo Alexa Chung, a su vez ide¨®loga de la en¨¦sima reinterpretaci¨®n del Swinging London, quien desde hace siete a?os tiene una colecci¨®n propia dentro de la firma en la que recupera las capas de pescadores que se remontan a los or¨ªgenes de la prenda y homenajea a la reina Isabel con un abrigo para la lluvia superventas llamado precisamente Elizabeth (quien se la pon¨ªa para ir a Balmoral).
Hace varias temporadas, ya que la Barbour vuelve a estar presente en la lista de deseos de los fashionistas: los portales de lujo Net-a-Porter y Yoox la incluyen en su lista de marcas justo en un momento en el que Gran Breta?a vive un indudable auge nacionalista que ha tra¨ªdo pareja una corriente cultural que reivindica un estilo de vida ¡°puramente brit¨¢nico¡± que quiz¨¢ solo encarne la familia real en The Crown. En la vida real no existe.
Parad¨®jicamente, este a?o es la firma francesa Chloe la que propicia la en¨¦sima resurrecci¨®n de la Barbour. Chloe, fundada en los a?os cincuenta por la parisina de origen egipcio Gaby Aghion represent¨® desde sus inicios la sofisticaci¨®n intelectual de las mujeres cultas de la alta burgues¨ªa. Ese legado lo recogi¨® luego la legendaria Phoebe Philo, quien introdujo en el imaginario femenino la idea de que un pesado abrigo camel pod¨ªa llevarse sin problema con zapatillas deportivas y que es tan lujoso un buen jersey de cashmere como una buena joya. Todos estos valores casan perfectamente con una firma que suele decir, para promocionar los modelos Beaufort y Bedale, que el bolsillo trasero del primero sirve para guardar caza y el bolsillo lateral del segundo, para llevar una botella de champ¨¢n.
Esta colaboraci¨®n se produce con la cuarta generaci¨®n al frente, representada de nuevo por una mujer, Helen Barbour. Ella fue quien introdujo en los a?os noventa patrones exclusivos de tart¨¢n para el interior de las chaquetas y quien en 2014 empez¨® a dise?ar prendas espec¨ªficas para perros, puesto que ella misma las necesitaba para el suyo. Es de su cosecha tambi¨¦n la idea de a?adir a la chaqueta Barbour el valor del ¡°legado¡± (uno no tiene una de estas prendas, solo la cuida para la siguiente generaci¨®n), tan propio de la aristocracia antigua. ?Es conservadora la Barbour? Al igual que la creaci¨®n de su propio mito, todo depende desde cu¨¢ndo se empiece a contar su historia.
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