Adi¨®s Bridget Jones, las nuevas hero¨ªnas literarias son granjeras (y arrasan en ventas)
?Ha muerto el ¡®chick lit¡¯? El ¡®farm lit¡¯, el g¨¦nero de las novelas que cambian los martinis por el campo y el pan casero, es el nuevo fen¨®meno literario.
Georgia¡¯s Kitchen, el debut literario de Jenny Nelson (editora de las webs de Vogue y Style), arranca con lo que podr¨ªa ser el final de cientos de novelas cl¨®nicas que llevan alrededor de diez a?os copando los escaparates de librer¨ªas, vagones de metro y aeropuertos de todo el mundo. La protagonista, Georgia Gray, regenta uno de los restaurantes m¨¢s exclusivos de Manhattan, est¨¢ prometida con un atractivo abogado y tiene un grupo de amigas con las que puede contar pase lo que pase. Sin embargo, Nelson introduce un giro narrativo (en forma de cr¨ªtica devastadora a su restaurante y una fuga inesperada de Mr. Perfecto) que llevar¨¢ a Georgia a abandonar la jungla urbana y empezar de cero en un pueblo de la Toscana.
En unas pocas p¨¢ginas, Georgia¡¯s Kitchen ha sintetizado la tendencia actual del mercado: dar un giro a al denominado g¨¦nero chick lit (con su universo de portadas con c¨®cteles de ensue?o, Manolos y paletas de color a lo Jordi Labanda) para convertirla en algo que los entendidos del universo editorial se han apresurado a bautizar como farm lit. Es decir, literatura por y para mujeres que ofrece a su p¨²blico una fantas¨ªa escapista y una voz narrativa parecida a su propia experiencia, pero que introduce lo rural como cambio fundamental. El nuevo entorno no es casual, sino que responde a nuevas corrientes sociol¨®gicas que, de hecho, han convertido el chick lit tal como lo conoc¨ªamos en algo desfasado.
Cuando, a finales de los 90, autoras como Helen Fielding, Melissa Bank o Candace Bushnell empezaron a publicar sus cr¨®nicas de treinta?eras en crisis, poco pod¨ªan saber que estaban dando el pistoletazo de salida a un subg¨¦nero que, de hecho, a¨²n hoy presenta una dif¨ªcil definici¨®n. Tanto sus partidarios como sus detractores estuvieron de acuerdo en una cosa: el chick lit supon¨ªa una evoluci¨®n con respecto a las novelas femeninas de d¨¦cadas anteriores, pues sus protagonistas ya no ten¨ªan un objetivo puramente sentimental, sino que este se compaginaba con metas laborales y sociales. As¨ª, Bridget Jones y Carrie Bradshaw podr¨ªan ser una evoluci¨®n de la Rebecca de Daphne du Maurier o la Jane Eyre de Charlotte Br?nte: unas hero¨ªnas de lo cotidiano para tiempos descre¨ªdos, unos iconos post-feministas que (aqu¨ª vino la pol¨¦mica) tambi¨¦n pod¨ªan llegar a reforzar algunos t¨®picos desagradables, de manera quiz¨¢ inconsciente.
Durante a?os, el chick lit parec¨ªa imbatible. Lleg¨® a construir su propia burbuja editorial, con reediciones de algunos posibles precedentes (Nancy Mitford a la cabeza) y exportaciones del modelo a otras realidades locales ¨Cen Espa?a tuvimos un buen ejemplo con Rebeca Rus y su Mientras tanto, en Londres¡. Firmas con mucho menos talento que Fielding se apuntaban al carro al tiempo que el cine y la televisi¨®n contribu¨ªan a la hegemon¨ªa del g¨¦nero: Sexo en Nueva York, El Diablo viste de Prada, Gossip Girl, En sus zapatos o Diario de una ni?era viajaron de la p¨¢gina a la pantalla, mientras que los guiones originales de comedias rom¨¢nticas se esforzaban por parecer la adaptaci¨®n de un best-seller femenino.
?Qu¨¦ fue lo que revent¨® la burbuja? Su declive ha sido gradual, pero ahora podemos ver la chick lit con la suficiente perspectiva como para darnos cuenta de que fue hija de su tiempo. Esas ficciones sobre triunfo social nos hablaban de zapatos caros, lujo, ordenadores de ¨²ltima generaci¨®n, ostentaci¨®n, consumismo alegre, clubes exclusivos y brunchs en hoteles de cinco estrellas. Una novela (o una pel¨ªcula) como Confessions of a Shopaholic resultar¨ªa una obscena provocaci¨®n en un contexto como el nuestro. Al parecer, la crisis mat¨® al chick lit. Y esa fue precisamente la causa del farm lit.
Dos t¨ªtulos que triunfan en el mercado literario y en el que sus protagonistas cambian el glamour de la urbe por una vida buc¨®lica y sin estr¨¦s (pero mucho romance).
En el art¨ªculo que ha popularizado el t¨¦rmino, la revista The Atlantic incluye unos cuantos ejemplos de periodistas que escriben, en primera persona, su mudanza al para¨ªso rural. Es posible que no sea s¨®lo la crisis econ¨®mica, sino tambi¨¦n la del periodismo, lo que nos hace desear una vida sencilla, donde no existen las noticias sobre banqueros sin escr¨²pulos ni sobre medios obligados a cerrar. Lo ¨²nico que importa es relajarse, aprender a valorar los peque?os placeres de la vida y, quiz¨¢, aprender a hacer punto. En cierto sentido, podr¨ªamos considerar Come, reza, ama como una pionera de esta tendencia a encontrar la paz a trav¨¦s de la austeridad. Tambi¨¦n hay algo de deseo hipster sublimado: ese sue?o de granjas y comida org¨¢nica del que cantan los grupos folk se hace realidad en las p¨¢ginas de Georgia¡¯s Kitchen o The House on Oyster Creek, donde la protagonista decide mudarse a ese para¨ªso moderno que es Cape Cod.
A¨²n estamos en las primeras fases del fen¨®meno y, por tanto, es pronto para saber si tendr¨¢ un impacto tan profundo en el zeitgeist como ese chick lit en el que hunde sus ra¨ªces. De momento, su ¨¦xito de ventas y su promedio de cr¨ªticas elogiosas en Amazon o Barnes & Noble certifican que la literatura de consumo femenina ha encontrado un nuevo fil¨®n para explotar fantas¨ªas escapistas. Uno que no tiene nada que ver con los calabozos y los l¨¢tigos de Cincuenta sombras de Grey, quiz¨¢ la ¨²ltima novela chick lit que triunf¨® antes de que se impusieran las granjas.
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