Del Everest a los m¨ªtines de las derechas espa?olas (pasando por Par¨ªs): historia del auge, ca¨ªda y despegue de los plumas y otras prendas acolchadas
?Es posible que en un planeta que se calienta, el fr¨ªo se haya convertido para algunos en s¨ªmbolo de estatus??
Hay prendas que funcionan como una metonimia, es decir, son una parte de algo que representa un todo. Este es uno de los principios que mueve a las industrias aspiracionales -como la del lujo- y es el motivo por el que objetos tan absurdos como un llavero (que se puede relacionar con un buen coche) o unos zapatos n¨¢uticos (que van asociados al mar y a los veleros) pueden convertirse en s¨ªmbolos de estatus. Lo que ocurre es que no todos los s¨ªmbolos de estatus hacen un viaje tan largo y tan extra?o como el de las chaquetas t¨¦rmicas rellenas de plum¨®n. Y no todos tienen tantas vidas.
Desde las monta?as de Nepal a principios del siglo XX hasta nuestras calles ahora mismo, el plum¨ªfero empez¨® siendo la parte de un todo obvio (la naturaleza, el invierno, la libertad, las estaciones de esqu¨ª exclusivas) mucho menos evidente despu¨¦s: se extendi¨® por los patios de los institutos, las pistas de las discotecas de La Ruta del Bakalao, las reuniones de famosos en las mansiones del lago Como, las pasarelas de Par¨ªs o los m¨ªtines de los integrantes del tripartito en la plaza de Col¨®n.
Esta historia empieza gracias a un ingeniero qu¨ªmico australiano llamado George Finch, quien para ir protegido contra el fr¨ªo a la expedici¨®n al Everest de 1922 dise?¨® una chaqueta hecha con tejido de globo aerost¨¢tico que rellen¨® de plumas. Al parecer sus compa?eros de aventura se rieron de ¨¦l la primera vez que le vieron con ese aspecto de mu?eco Michelin, pero tuvieron que acabar rindi¨¦ndose a la efectividad de aquella prenda tan ligera capaz de dar tanto calor. A?os despu¨¦s, un comerciante de Seattle especializado en art¨ªculos deportivos llamado Eddie Bauer patent¨® la suya tras una g¨¦lida jornada de pesca en Alaska en la que casi perece a causa del fr¨ªo. Cuenta Erin McCarthy en Mental Floss que como inspiraci¨®n, Bauer no cit¨® la chaqueta de Finch sino las ense?anzas de un t¨ªo suyo que supuestamente hab¨ªa luchado en la guerra ruso-japonesa de Manchuria y all¨ª hab¨ªa comprobado c¨®mo los oficiales rusos rellenaban sus abrigos con plumas para luchar mejor contra las bajas temperaturas, un invento que probablemente ya le hab¨ªan visto antes a los mongoles.
Fuese quien fuese su verdadero inspirador, Bauer cre¨® un prototipo de chaqueta con un exterior de algod¨®n lleno de pespuntes con forma de rombo que hac¨ªan que el plum¨®n se quedase en su sitio. Lo registr¨®. Y as¨ª naci¨® comercialmente el plum¨ªfero. Eran los a?os treinta.
La prenda se convirti¨® en un b¨¢sico entre pescadores, cazadores y monta?eros pero tuvieron que pasar unos cuantos a?os para que se popularizase a nivel masivo, gracias la democratizaci¨®n de los deportes de invierno. Como cuenta Andrew Denning en How skiing went from the Alps to the masses, en las d¨¦cadas previas a la Segunda Guerra Mundial, esquiar era s¨ªmbolo de lujo pues exig¨ªa que quien lo practicaba contase con los medios necesarios para acceder a localizaciones alpinas remotas y poder quedarse all¨ª durante semanas e incluso meses. Aquel deporte, en el comienzo de la era industrial y mec¨¢nica, significaba un retorno profundo a la naturaleza que solo unos pocos se pod¨ªan permitir.
Sin embargo, despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, cuando las econom¨ªas empezaron a recuperarse en los a?os cincuenta y sesenta y el tiempo de ocio empez¨® a considerarse no un lujo sino un derecho fundamental de la ciudadan¨ªa en los pa¨ªses occidentales, los telesillas afloraron en las estaciones de esqu¨ª para que llegar a las pistas fuese m¨¢s f¨¢cil para todo el mundo. En los setenta los ultrarricos iban a beber champ¨¢n caro y comprar ropa de grandes firmas en retiros invernales lujosos pero tambi¨¦n las familias de clase media empezaron a hacer el equipaje los fines de semana para pasar dos d¨ªas en estaciones m¨¢s modestas. De Zermatt a San Isidro, de Saint Moritz a Guadarrama, la nieve se convirti¨® en un negocio para los fabricantes de equipamiento.
A la altura de los a?os ochenta no todos los hogares pod¨ªan permitirse una estancia prolongada en una estaci¨®n de esqu¨ª o uno equipamiento completo pero muchas pod¨ªan acceder, eso s¨ª, a los abrigos asociados a este estilo de vida. De esta manera, en ciudades cercanas a estaciones de esqu¨ª alpinas, como Mil¨¢n, los plumas se convirtieron en un aut¨¦ntico fen¨®meno. All¨ª, sus mayores embajadores fueron los Paninari, j¨®venes de clase media alta a los que el diario La Stampa bautiz¨® as¨ª porque se reun¨ªan en una hamburgueser¨ªa llamada Al Panino: la primera tribu urbana europea que se distingu¨ªa ¨²nicamente por llevar prendas ¡°de marca¡± y devorar hamburguesas. Botas Timberland, vaqueros Levi¡¯s, sudaderas Fiorucci, pero sobre todo el famoso plumas, eran su uniforme.
Su firma predilecta se llamaba Moncler y la fabricaba uno de los suyos, el ex paninaro y empresario del textil Remo Ruffini. Ruffini, miembro de una familia del entorno del Lago de Como, vio clara la oportunidad de mercado que este producto le ofrec¨ªa al negocio familiar: durante la primera parte del siglo XX su especialidad hab¨ªa sido la seda, pero China les hab¨ªa robado esa cuota de mercado y hab¨ªa llegado el momento de abrirse a nuevas posibilidades. Ruffini? ha contado mucho tiempo despu¨¦s que a mediados de los ochenta vendi¨® unos cuarenta mil plumas en todo el mundo. Treinta mil se despacharon en la ciudad de Mil¨¢n. ¡°Y eso que el plumas no era una prenda precisamente c¨®moda: al estar dise?ada para protegerse de la nieve, se empapaba cuando llov¨ªa, pudiendo llegar a pesar hasta diez kilos con el peso del agua. Pero?molaba, y hab¨ªa que llevarlo aunque cayeran chuzos de punta¡±, explica Luis Landeira en Paninaro: una revoluci¨®n consumista.
Y as¨ª fue como el plum¨ªfero baj¨® por primera vez de la monta?a a la ciudad.
El furor juvenil por esta prenda acolchada se extendi¨® por toda Europa y a principios de los noventa explot¨® en Espa?a adaptado a las particularidades del pa¨ªs. En Madrid se hab¨ªan popularizado en los a?os setenta entre las clases altas las prendas de monta?a de Pedro G¨®mez, cuya tienda de Chamber¨ª, Deportes El Igloo, era un buque insignia para los que pod¨ªan esquiar: desde los Fern¨¢ndez Ochoa hasta la Familia Real. Los j¨®venes de familias adineradas los empezaron a llevar al instituto para evidenciar su ¨¦xito social, igual que lo hac¨ªan los Paninari, y los que no pod¨ªan permitirse un Pedro G¨®mez siempre pod¨ªa intentarlo con un Verlac, un Roc Neige, un Rox o un Avia (en orden ascendente por gama de precio). El esqu¨ª y sus complementos se convirtieron en el s¨ªmbolo de un perfil socioecon¨®mico muy concreto: el del triunfador. Tanto es as¨ª que hasta los humoristas m¨¢s populares de la televisi¨®n en aquel momento, Martes y Trece, hicieron una parodia del arquetipo esquiador medio patrio.
Pero entonces ocurri¨® algo m¨¢gico: la subcultura noventera m¨¢s alejada de los valores del monta?erismo y el deporte, la del bakalao, se apropi¨® de los plum¨ªferos de Pedro G¨®mez. Y lo hizo a punta de navaja: los bakalas robaban a los pijos sus plumas para lucirlos en discotecas donde hac¨ªa todo menos fr¨ªo, como cuenta Carlos Meg¨ªa en este reportaje. Hasta cierto punto tiene sentido: la cultura del techno se apropiada de la ropa t¨¦cnica.
Poco a poco, el preciado plumas pas¨® de se?al de distinci¨®n a s¨ªmbolo de decadencia, no solo porque se lo apropiase una tribu urbana aficionada a las drogas y la vida disoluta, sino porque los deportes relacionados con el fr¨ªo extremo y la nieve entraron en crisis por una cuesti¨®n tan prosaica como el clima: el calentamiento global ha ido haciendo las estaciones de esqu¨ª ubicadas por debajo de los mil metros cada vez menos rentables y las ubicadas por encima cada vez m¨¢s problem¨¢ticas.
A principios de los 2000 el plum¨ªfero hab¨ªa perdi¨® su brillo cool y regresado durante un rato a sus dominios originales: los monta?eros y las tiendas de deportes, donde en realidad nunca hab¨ªa dejado de existir un culto propio a este tipo de prendas y a las firmas que son capaces de elevar su excelencia t¨¦cnica al m¨¢ximo (como tampoco dejaron nunca de tener relevancia en la escena musical hip hopera, para la que la ropa deportiva ha sido siempre importante). Sin embargo, a¨²n se ten¨ªa que producir un nuevo regreso masivo.
Y ese vino de mano de cuatro fen¨®menos: la ca¨ªda en desgracia definitiva de los abrigos de piel, el aterrizaje en las pasarelas de costura de la ropa t¨¦cnica, las colaboraciones alta-moda/ropa deportiva y la invenci¨®n de los chalecos ultraligeros. Estos cuatro fen¨®menos est¨¢ a su vez relacionados con el auge paulatino del movimiento neoecologista, que defiende el consumo sostenible y el regreso a la naturaleza, liderado, entre otros, por empresarios como Yvon Chouinard o el fallecido Douglas Tompkins, quienes han creado sus emporios fabricando¡ plum¨ªferos.
Gracias a la ca¨ªda en desgracia de la piel, hemos ido contemplando a las grandes damas han ido reemplazando poco a poco sus visones por abrigos acolchados de gran empaque. Esto no quiere decir que al plum¨ªfero no le acompa?e de vez en cuando la pol¨¦mica sombra del maltrato animal: el plum¨®n con el que se hace su relleno se consigue arranc¨¢ndoselo a ocas vivas.
Gracias a la entrada de la ropa t¨¦cnica en la costura (fen¨®menos en el que fue pionera Miuccia Prada) hemos presenciado c¨®mo hasta Balenciaga, sacrosanta casa parisina asaltada por el loco y vanguardista Denma Gvasalia, ha incorporado prendas rellenas de plum¨®n en modo palabra de honor. Este dise?ador usa los tejidos acolchados de forma ir¨®nica pero la gigante maquinaria de amplificaci¨®n que son las empresas de moda r¨¢pida no entienden de iron¨ªa a la hora de hacer reproducciones low-cost. Resultado: en los ¨²ltimos cinco a?os los plumas han vuelto al p¨²blico masivo.
Gracias a las colaboraciones, Remo Ruffini ha conseguido darle una nueva vida a sus Moncler a pesar del cambio clim¨¢tico: ¨¦l ha logrado, por ejemplo, que el director creativo de Valentino, Pier Paolo Piccoli, convierta el tejido acolchado en material de alfombra roja y que para muchas celebrities, sus puffer jackets con cobertura brillante sean un b¨¢sico invernal. El ¨¦xito de su comeback ha sido tal que su firma cotiza en la bolsa de Mil¨¢n. En la misma onda, este invierno tambi¨¦n hemos contemplado a Gucci aliarse con North Face.
?Y los chalecos ultraligeros? Comercializados desde 2004 al gran p¨²blico por el gigante japon¨¦s Uniqlo, fabricante de plum¨ªferos de alt¨ªsima calidad a precios econ¨®micos, consiguieron a lo largo de la pasada d¨¦cada colarse en el vestuario de los geeks de Sillicon Valley y tambi¨¦n de los altos ejecutivos de las zonas financieras de todo el mundo, como cuenta maravillosamente en este reportaje Noelia Ram¨ªrez. Desde ah¨ª, desde la City, dieron el salto a las calles del barrio de Salamanca y a los miembros m¨¢s destacados de la derecha espa?ola, que buscaban representar el todo (la caza, las reuniones al m¨¢s alto nivel en cigarrales, los latifundios) con una parte. Pero no solo: los chalecos acolchados han demostrado ser absolutamente transversales en t¨¦rminos de clase, sobre todo ahora que las prendas de abrigo, por primera vez en mucho tiempo, nos hacen falta de verdad.
Congrat¨²lese de que en estas circunstancias clim¨¢ticas los plum¨ªferos vuelvan?a estar de moda (y por tanto los haya de todos los precios) y h¨¢gase esta pregunta: ?es posible que en un planeta que se calienta, haya quienes est¨¦n intentando convertir el fr¨ªo en s¨ª mismo en un s¨ªmbolo de estatus?
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