Destellos de conciencia
El co?digo de vestimenta oficial de la Navidad merece una reflexio?n. Tambie?n su impacto.
Si ya es difi?cil ser sostenible durante el an?o, en Navidad esta misio?n se hace realmente imposible. No quisiera yo venir a aguar estas fiestas (que este an?o ya vienen bastante humedecidas), pero
si? hacer reflexionar sobre la cantidad de residuos que generaremos en las pro?ximas semanas: los envoltorios de regalo, la decoracio?n efi?mera, las pelucas de colores, el cotillo?n, ese a?rbol de pla?stico que no durara? ni un lustro¡ y el vestidito de lentejuelas para lucir un par de veces. Deci?a que no queri?a amargar el turro?n, pero voy a dar donde duele: las lentejuelas son sata?n.
El brillo nos atrae desde que el mundo es mundo (o si no, pregunten a los antiguos egipcios). Existe hasta una teori?a que defiende que estamos predispuestos a ello: la supervivencia de nuestros ancestros dependi?a de si encontraban agua, asi? que vivi?an preparados para girarse instintivamente ante un centelleo. Lo mismo nos sucede hoy con cualquier prenda con abalorios, pero estos son bastante ma?s nocivos para el planeta. Como tantas de las cosas por las que merece la pena vivir, prometen gratificacio?n instanta?nea y consecuencias nefastas a largo plazo. Una simple blusa puede acumular miles de lentejuelas, fabricadas en su mayori?a a partir de pla?sticos derivados del petro?leo, altamente contaminantes para el medioambiente y difi?ciles de reciclar.
Hay luz al final del tu?nel e iniciativas que empiezan a producirlas con materias primas ma?s benevolentes o biodegradables. Tambie?n el vintage, para dar nueva vida a fulgores de otras e?pocas, o el rebuscar en el mercado de segunda mano, que esta temporada esta? ma?s de moda que el glitter.
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