Placeres de verano | Echar una siesta y algo m¨¢s
Los ni?os odian la siesta porque es el placer adulto por excelencia. ?Existe una siesta perfecta?
Hay tantos tipos de siesta como personas. Cris exalta la ¡°siesta de coche¡±, que, seg¨²n ella, es especialmente placentera ¡°porque me ahorra much¨ªsimos tramos de viaje por la meseta enormemente tediosos¡±. Lola me habla de la ¡°siesta de fartar¡±: ¡°La que echas despu¨¦s comer fabada. Te lleva a otra dimensi¨®n¡±. Juan se acuerda de la ¡°siesta de s¨¢bado¡±: para ¨¦l esta no es necesariamente en s¨¢bado, aunque s¨ª necesariamente de sobremesa y con un telefilm alem¨¢n sonando de fondo. ??igo ensalza la ¡°siesta espont¨¢nea¡±: ¡°De pronto, no sabes c¨®mo, te est¨¢s despertando como nuevo¡±. Aunque los expertos s¨ª saben por qu¨¦ la siestas espont¨¢neas son tan reconstituyentes: Mari¨¢n Mart¨ªnez, de la Sociedad Espa?ola de Sue?o, explica que cuanto m¨¢s cortas, mejor. Es decir, es muy importante llevarle la contraria a Camilo Jos¨¦ Cela (que era muy cipotudo y muy bruto y abogaba por ?pijama, padrenuestro y orinal?) y no prolongarla m¨¢s de media hora. De esa forma uno no entra en fases de sue?o profundo y el regreso no se convierte en un paseo por J¨²piter con un yunque al hombro.
En verano, sin embargo, las reglas de la siesta se desdibujan: el caso es echarla. Mi siesta favorita es la del carnero, tambi¨¦n llamada ¡°del borrego¡± o ¡°del burro?, que me gusta echar sobre la una, despu¨¦s de nadar. ¡°Se cree que este tipo de siesta recibe dicho nombre porque era el momento del d¨ªa durante el que el pastor aprovechaba para echar una cabezadita mientras el ganado com¨ªa, y descansar del trabajo realizado hasta ese momento. Sol¨ªa realizarse tambi¨¦n para buscar refugio del calor en las horas m¨¢s insoportables del d¨ªa¡±, me explica?Mart¨ªnez, de la S.E.S. Al parecer, esta siesta tiene tambi¨¦n una ra¨ªz fisiol¨®gica: el cuerpo, sobre la una de la tarde, entra en una especie de depresi¨®n natural. A m¨ª me gusta subirme a ella, como si fuese lo contrario de una surfista. Cabalgo bajones para honrar el privilegio de no tener que hacer nada, ni siquiera la comida.
Marta me pone sobre la pista de la ¡°siesta de pinar¡± y me explica que, a diferencia de la que se produce en la playa, siempre seductora (la brisa acariciando tu cuerpo, el sonido de las olas meci¨¦ndote, el sol besando tus mejillas) pero siempre traicionera (ese grito infantil que te saca de cuajo del lugar imaginario donde transcurre una pesadilla guionizada involuntariamente por las conversaciones circundantes, ese pisot¨®n de ni?o que pasa corriendo y te llena la cara de arena acto seguido, esa boca seca frente a esa toalla llena de babas, esa espalda abrasada porque la crema protectora dej¨® de hacer efecto hace una hora), la del pinar nunca falla. Al margen de las indudables ventajas de su sombra difusa y suave, el t¨ªpico pinar de playa suele estar en la parte alta del arenal, de forma que sus sat¨¢nicas majestades (es decir, sus hijas, que se quedan un rato al cuidado de otro) no pueden tocarle las narices en el preciso momento en el que est¨¢ a punto de besarse con Morfeo. ¡°Aunque su nombre indique que se ejecuta bajo una agrupaci¨®n de con¨ªferas vale cualquier otra especie arb¨®rea¡±, matiza, haci¨¦ndome ver que la siesta boscosa es un asunto de interior tambi¨¦n. Y me cuenta que hay una planta con copa y tallo de le?a bajo la que est¨¢ terminantemente prohibido quedarse dormido: el nogal. Esto lo sabe porque una vez hace 25 a?os plant¨® con nuestro abuelo una nuez que en la actualidad ya es un frondos¨ªsimo ¨¢rbol y ¨¦l se lo advirti¨®. Es un buen consejo con cierta base cient¨ªfica: al parecer el fruto del nogal, cuando a¨²n est¨¢ verde, emana cianuro, que en grandes dosis mata pero en bajitas da un dolor de cabeza horroroso.
Marta es mi hermana y si sale en este art¨ªculo es porque fue, junto a dos primos, mi primera nap buddy, anglicismo que he creado para subirme a la moda de usar t¨¦rminos ingleses para cosas espa?olas de toda la vida y que designa a esa persona que nos hac¨ªa compa?¨ªa cuando despu¨¦s de comer y por obligaci¨®n, nuestros mayores nos met¨ªan en un cuartito en penumbra con el argumento de que deb¨ªamos procesar lo reci¨¦n comido en silencio, pues de lo contrario fenecer¨ªamos. El asunto de la digesti¨®n era absolutamente mentira, pero lo del peligro de muerte no: hab¨ªa que tener mucho cuidado de no despertar a los progenitores, pues pod¨ªan emerger de las tinieblas convertidos en bestias iracundas adoradoras de Herodes. Yo recuerdo esperar junto a mi hermana y mis primos con la ansiedad de un ingeniero de Cabo Ca?averal la cuenta atr¨¢s desde que nuestros padres nos anunciaban que hab¨ªa llegado la hora de la siesta hasta que pod¨ªamos volver a comportarnos como cabras. Esa cabezada reparadora es la que a ellos les daba la fuerza necesaria para volver a bajarnos a la playa o a la piscina a que cre¨¢semos los mejores recuerdos de nuestra vida pero¡ ?ay del que la pusiera en riesgo!
Es el de la siesta un placer totalmente adulto: no solo porque los ni?os la aborrezcan, ya que ¨²nicamente pueden percibirla como una completa p¨¦rdida de tiempo (tampoco en la infancia nos interesa la comida; mu¨¦streme a un ni?o gastr¨®nomo y le se?alar¨¦ un pobre desgraciado), sino porque muchas veces es el mejor momento del d¨ªa para practicar un sexo particularmente silencioso. Estoy segura de que alg¨²n primo que se incorpor¨® al grupo de nap buddies sali¨® de ah¨ª.
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