La voluntad de 'Cuadernos'
A finales de los a?os sesenta, cuando parec¨ªa lejana la posibilidad de que este pa¨ªs fuera la democracia que es ahora, imperfecta y todo, Pedro Altares paseaba por Espa?a (y lleg¨® a Canarias) el entusiasmo de luchar porque la vida fuera mejor incluso en tiempos oscuros. Como dec¨ªa Bertolt Brecht, a quien Pedro editar¨ªa, adem¨¢s. Esta madrugada ese entusiasmo fue derrotado por la enfermedad; un c¨¢ncer fulminante apag¨® para siempre aquella luz que alumbr¨®, entre otros proyectos, el de Cuadernos para el Di¨¢logo, su emblema, las p¨¢ginas de debate y concordia que dirigi¨® (cuando se lo permitieron las autoridades de Franco) bajo los auspicios de Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, fallecido ya tambi¨¦n.
Pedro Altares Talavera naci¨® hace 74 a?os en Caraba?a (Madrid). Estuvo vinculado siempre, desde su fundaci¨®n en 1964 a Cuadernos para el Di¨¢logo. Fue su alma, y en muchos momentos su cuerpo; le dio sentido period¨ªstico, y editorial; con su esfuerzo, y el de los muchos que la arroparon, hicieron de esa revista en un emblema de aquel tiempo, en el que Pedro Altares se convirti¨® en un animador cultural e ideol¨®gico sin cuya energ¨ªa no se entender¨ªa que en aquellos tiempos tan dif¨ªciles se construyera un instrumento tan eficaz de divulgaci¨®n de los valores democr¨¢ticos en un pa¨ªs gobernado para que ¨¦stos no existieran.
La democracia hall¨® a Pedro dispuesto para seguir en la lucha, por otros medios, y en otros medios. Tanto en aquella ¨¦poca de Cuadernos como en el periodo que va de la transici¨®n a estos d¨ªas, Altares us¨® su tiempo y su energ¨ªa para avalar los proyectos ajenos, para conducir libros (como editor) y para apoyar a los que estuvieran cerca; su generosidad no conoci¨® l¨ªmites, ni en p¨²blico ni en privado; un s¨ªmbolo de esa generosidad p¨²blica fueron sus encuentros veraniegos en su amada casa de Torrecaballeros, en Segovia, donde hac¨ªa que se encontrasen los protagonistas de la vida democr¨¢tica, pol¨ªtica y cultural, espa?ola, y sobre todo de la gente de su generaci¨®n. Hubo tiempos en que fue en esa casa de Pedro y de Pilar Lucendo (su mujer), y de sus hijos Guillermo (compa?ero nuestro en EL PA?S) y Juan, el lugar donde se hallaban, para dialogar, las Espa?as del litigio democr¨¢tico. Y all¨ª se hizo la reflexi¨®n y la vida de aquella gente que tuvieron en Pedro al confidente y al amigo, al conciliador que puso por encima de sus propias ansiedades personales la exigente tarea de ayudar a los otros a entenderse.
Hizo much¨ªsimo periodismo, en radio, en televisi¨®n, en prensa. Dirigi¨® telediarios, con su estulo peculiar, personal¨ªsimo; se integr¨® en aquella nueva Espa?a que ¨¦l y su gente contribuyeron a crear con la generosidad que fue su manera de afrontar la realidad tambi¨¦n cuando ¨¦sta le fue hostil. Sus ¨²ltimos a?os, recluido por distintas enfermedades en su casa de Madrid, segu¨ªa puntualmente la informaci¨®n y los debates; su casa, la cocina, el comedor, los lugares por donde transitaba su curiosidad sin freno, eran el reflejo de la personalidad de ese redactor jefe intelectual que siempre, de alguna manera, nos mand¨® a todos a pensar para hacer mejor el periodismo que necesitaba este pa¨ªs cuando ¨¦l era aquel viajero que nos llevaba (tambi¨¦n por las islas) el mensaje de concordia y entusiasmo que constitu¨ªa la esencia de Cuadernos para el Di¨¢logo.
Jorge Sempr¨²n dec¨ªa en el documental Bucarest, de Albert Sol¨¦, sobre el padre de ¨¦ste, Jordi Sol¨¦ Tura, fallecido anteayer, que todo lo que hizo la gente de la generaci¨®n de Jordi en contra del franquismo fue lo que impuls¨® la transici¨®n de cuyas consecuencias vivimos hoy. Entre esos protagonistas del impulso, Pedro Altares est¨¢ en un primer plano absoluto, desde la tarima de un medio que marc¨® la existencia de la Espa?a que ansiaba una democracia como esta, aunque fuera tan imperfecta como los sue?os.
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