'Mi primer director'
Tuvo siempre aspecto de coronel de lanceros bengal¨ªes: rubio, alto, bigote, chaquetas de tweed, las manos a la espalda y un agradable sentido del humor. Yo le recuerdo dando grandes zancadas por la redacci¨®n de la agencia que dirig¨ªa, el d¨ªa en que volaron al almirante Luis Carrero Blanco: "No os cre¨¢is una palabra. Nada de accidente. Le han matado".
Vicente Cebri¨¢n fue mi primer director, el primer periodista de verdad, que conoc¨ª y el primero que me ense?¨® una lecci¨®n b¨¢sica de este oficio: hay que desconfiar de cualquier comunicado oficial. Record¨¢ndolo hoy puede parecer extra?o, porque ocupaba un cargo importante en el Movimiento Nacional y fomentaba una imagen de autoridad, pero lo cierto es que, a la hora de la verdad, como periodista, a Vicente Cebri¨¢n le venci¨® siempre la curiosidad, el sentido del humor y, sobre todo, el oficio.
"Comprueba y vuelve a comprobar", me aconsej¨® el d¨ªa que atraves¨¦ la puerta de la agencia Pyresa (Prensa y Radio del Movimiento) como estudiante en pr¨¢cticas. Y a continuaci¨®n, Vicente me dio un enorme tocho elaborado por los servicios de estudios de un banco: "Res¨²melo en tres tomas". Cuando consegu¨ª llevarle las tres hojas de 20 l¨ªneas, orgullosa de mi esfuerzo, me volvi¨® a pedir el libro. "Pero, si este libro es de hace dos a?os...", exclam¨®, tirando el volumen, y mis tres hojas, a la papelera. "Primera lecci¨®n: atenta a las fechas y horarios". Nunca m¨¢s volv¨ª a leer un documento sin comprobar antes la fecha.
Lo que m¨¢s le pod¨ªa satisfacer a Vicente Cebri¨¢n era comprobar que los diarios Abc o Ya o, mejor todav¨ªa, Informaciones, donde trabajaba su hijo Juan Luis, publicaban una noticia firmada por Pyresa. Le gustaba much¨ªsimo el trabajo de las agencias y cre¨ªa, con raz¨®n, que era la mejor escuela de periodismo posible. "Aqu¨ª no hay firmas ni personajes. Solo Pyresa. Nada de adjetivos", explicaba a los redactores que le ped¨ªan firmar algunas noticias. "Si quieres firmar, haz reportajes", suger¨ªa. Fuera de tu horario laboral, por supuesto.
Aquellos fueron tiempos dif¨ªciles. Vicente abandon¨® la direcci¨®n de la agencia antes de los ¨²ltimos y m¨¢s terribles coletazos del franquismo, pero en su ¨¦poca ya estaba claro que el r¨¦gimen llegaba a su fin. ?l, como algunos otros periodistas que se hab¨ªan juntado en ese momento en Prensa y Radio del Movimiento, eran personajes peculiares, que jam¨¢s preguntaron a los j¨®venes aprendices de d¨®nde proced¨ªan o c¨®mo pensaban y que nunca exigieron adhesiones ideol¨®gicas o personales. Lo ¨²nico que quer¨ªan es que trabajaras, mucho y que, de vez en cuando, le mojaras la oreja a un peri¨®dico nacional con una informaci¨®n propia.
Seguramente Vicente sospechaba lo que muchos de sus redactores pensaban, o con qu¨¦ grupos ilegales se pod¨ªan relacionar, pero jam¨¢s les trat¨® de manera distinta o peor. En mi caso, le estar¨¦ siempre agradecida porque cuando uno de sus sucesores, Julio Merino, nos despidi¨® a Bonifacio de la Cuadra y a m¨ª por seguir una huelga profesional, Vicente Cebri¨¢n, mi antiguo director, me llam¨® a casa para ofrecer ayuda: "?En qu¨¦ l¨ªo os hab¨¦is metido? Dile a tu abogado, el rojo ese que has contratado, que pida tu expediente laboral: hay algunas felicitaciones de mi ¨¦poca y pueden serte ¨²tiles en el juicio laboral".
Vicente Cebri¨¢n nunca soport¨® que se amenazara a "sus redactores": "A quien quiera protestar, le das mi tel¨¦fono y te vas", me asegur¨®, protector y paternal, cuando le cont¨¦, todav¨ªa como becaria, el monumental enfado que hab¨ªa provocado en un dirigente sindical de la ¨¦poca. Me alegr¨® poder manifestarle hace algunos a?os el gran afecto que siempre le tuve.
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