T¨ªmido retorno a La Restinga
Los vecinos del pueblo herre?o empiezan a regresar a casa tras 10 d¨ªas desalojados por la erupci¨®n submarina
La Restinga ya no es un pueblo fantasma. M¨¢s bien parece una aldea de Castilla en invierno, de esas que tienen cinco veces m¨¢s edificios que habitantes. Despu¨¦s de diez d¨ªas desalojados, en los que solo han podido visitar sus casas a ratos, esta ma?ana los vecinos han podido al fin volver para quedarse. No ha sido un regreso multitudinario, m¨¢s bien un lento desperezarse de una localidad dormida que se despierta con el ruido que hace una se?ora al limpiar su fachada con una manguera o con el tintineo de las cajas de cerveza descargadas de una furgoneta. El pueblo ya no est¨¢ en silencio pero sus calles suenan todav¨ªa a un volumen muy bajo.
Jos¨¦ Antonio, propietario de la tienda Paula Moda, es uno de los 600 habitantes de la localidad. ?l ha vuelto a medias. Pasar¨¢ el d¨ªa en el pueblo pero no piensa dormir all¨ª. Mantiene la sonrisa, pese a la cat¨¢strofe econ¨®mica que ha supuesto esta erupci¨®n volc¨¢nica a medias. "Iremos tirando de lo que tenemos, pero el que lo va a pasar mal es el que vive al d¨ªa. Ese est¨¢ jodido", sentencia. La mayor¨ªa de los comercios empiezan a abrir sus puertas pero de momento no hay clientes. Para algunos, como los clubes de buceo, no es previsible que los haya en alg¨²n tiempo.
Francisco, propietario de la tasca La Laja, en primera l¨ªnea de costa, se queja del aspecto deprimente del puerto. "De cien barcos han quedado nueve", se lamenta. No tiene ning¨²n miedo a la erupci¨®n submarina y tampoco parece preocuparle la mancha, que, m¨¢s diluida, llega hasta la playa. "Esos pajarillos de ah¨ª, los que llamamos vuelvepiedras llevan d¨ªas comi¨¦ndose los peces muertos. Y ah¨ª siguen tan felices. Esto es un fen¨®meno natural". Francisco augura que en unos d¨ªas todo el mundo volver¨¢ al pueblo, aunque algunos vecinos, como Rosi, que sigue alojada en la residencia de Valverde, de momento se resiste.
En el muelle hay una calma absoluta. Unos periodistas recogen piedras en la peque?a playa con ilusi¨®n de que sean del volc¨¢n. No hay peces flotando "porque los recogieron todos ayer", dice un vecino y si no fuera por el tono verduzco del agua hasta dar¨ªan ganas de darse un ba?o. Amarrado a tierra reluce el Delirium, el barco en el que un navegante franc¨¦s, Michel Milland, lleg¨® desde Cabo Verde atravesando la gran mancha, ignorante de que hab¨ªa habido una erupci¨®n submarina hasta que fue recibido por una patrullera de asombrados guardias civiles. No huele a azufre, en realidad no huele a nada, y un cacharro aparentemente muy sofisticado instalado en un veh¨ªculo se encarga de medir la calidad del aire.
En la avenida mar¨ªtima, Dimas, empleado municipal, se esmera en barrer una solitaria c¨¢scara de cacahuete. "El pueblo est¨¢ muy limpio, porque toda la basura que dej¨® la gente la sacamos ayer", explica. Es cubano, pero algo se le ha pegado de los herre?os: basta decirle buenos d¨ªas para entablar con ¨¦l una conversaci¨®n fascinante. Dos minutos despu¨¦s de conocerlo, ense?a a quien quiera verlo el documento de identidad que ten¨ªa en Cuba, en el que figura como domicilio "Tenerife, entre Gran Canaria y La Gomera", y cuenta c¨®mo su madre, muy supersticiosa, lo ataba de ni?o a la pata de la mesa para que aparecieran los objetos perdidos. Como tantos habitantes de El Hierro, en diez minutos ya se ha hecho amigo del visitante y si vuelve a verlo por la isla, algo no demasiado improbable, le dar¨¢ un cari?oso abrazo.
La Restinga, como el resto de la isla est¨¢ viviendo sus d¨ªas m¨¢s agitados de los ¨²ltimos siglos. Pero no ha perdido ese sosiego que llega a desesperar a quienes la visitan sin la adecuada paz interior. De vuelta a El Pinar, un conductor se ha parado en medio de la v¨ªa para charlar con otro que circula en una furgoneta en sentido contrario. La carretera queda cortada hasta que terminan de "echar el palique" pero nadie toca el claxon, un gesto prohibido por las leyes no escritas de la isla. El pueblo m¨¢s meridional de Espa?a mantiene la calma pero a¨²n le falta pulso. Y Dimas tiene la f¨®rmula para resucitarlo pronto: "Que los de los bares pongan m¨²sica animada y saquen unas cervezas".
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