La virgen del Pilar dice
Los franceses saben como hacer las cosas
Tuve una revelaci¨®n. De pronto, lo vi todo con una claridad tan pasmosa que hasta cre¨ª que iba a perder el equilibrio. Fue una revelaci¨®n que resum¨ªa la secci¨®n destinada en la Biblioteca P¨²blica de Nueva York a la historia de los Estados Unidos de Am¨¦rica. No todo el mundo tiene la suerte de tener revelaciones. Es un don, y como todos los dones, una loter¨ªa. Hay gente que tiene revelaciones viendo, qu¨¦ s¨¦ yo, el ca?¨®n del Colorado o las inmensas llanuras de Ohio. Se han escrito unas cuantas novelas sobre ese tipo de revelaciones, que los escritores gustan llamar epifan¨ªas. Yo las revelaciones las tengo sin salir de casa. Un domingo por la noche, solita, en mi sal¨®n, porque en mi domicilio no me secundan esa afici¨®n que yo tengo por ver vestidos y mo?os pase¨¢ndose por una alfombra roja, y me veo abocada a comentar la jugada por esas redes sociales de dios, con gais insomnes de otros continentes. Nada m¨¢s lejos de mi voluntad que estereotipar al gay, yo hablo con la estad¨ªstica en la mano: el domingo ¨¦ramos 10 gais y servidora. Las mujeres casi no interven¨ªan porque temen que si hablan de mo?os y escotes las estereotipen como petardas. A¨²n estamos en esas. En cuanto a m¨ª, soy un caso perdido, procuro hacer en la vida lo que me da la gana. TV dinner, noche de oscars y unos gayers que saben distinguir un valentino de un elie saab sin por ello ser bobos, como as¨ª pensar¨ªan algunos redomados heterosexuales. Pero no nos desviemos del asunto: la revelaci¨®n. Ocurri¨® cuando en la soledad de mi sof¨¢ contempl¨¦ al equipo de The artist recibiendo el Oscar a la mejor pel¨ªcula. He de decir, antes de entrar en materia, que viendo la manera en que se expresaba el actor Jean Dujardin entiendo a¨²n m¨¢s, si cabe, el sentido de que la pel¨ªcula fuera muda. Y sin acritud afirmo que el que mejor estuvo en la ronda de agradecimientos fue el perro. Nada que envidiar a Rintint¨ªn. Fue, digo, en ese feliz momento en que la ceremonia tocaba a su fin cuando me di cuenta de que los americanos babean con los franceses. Quieren ser franceses aunque vivan su deseo en silencio. Se pasan la vida afeando su conducta an¨¢rquica, su arrogancia, su tendencia incorregible al fumeteo, la irreprimible salidez de los hombres, analizan ese misterio por el cual las mujeres comen quesos por la noche y llegan a la tumba amojamadas, sin un gramo de grasa; se burlan de su acento, pero, ay, ponle a un americano una palabra francesa en la boca y la degustar¨¢ como un bomb¨®n. Han llenado este pa¨ªs de bistr¨®s, bistr¨®s falsos, mucho espejo envejecido, mucho men¨² en la pizarrilla, mucha sopa de cebolla, pero todo condimentado a la manera americana y en porciones de pionero, y tampoco consiguen que los clientes disfruten comiendo apretados como en los bistr¨®s parisienses. Aqu¨ª el espacio vital es algo sagrado y una mujer americana sufre mucho si tu bolso roza el suyo. Ahora, para colmo, hay un libro, Criando un beb¨¦, de una americana llamada Pamela Druckerman, que est¨¢ trayendo cola. La se?ora Druckerman ha tenido a bien ser madre en Francia y se dedica a comparar el temple de los padres franceses con el car¨¢cter hist¨¦rico con que las americanas est¨¢n abordando la maternidad. La teor¨ªa druckermaniana es que los franceses, cuando son padres, no renuncian ni a sus derechos ni a su ego, y en absoluto ponen a los ni?os en el primer puesto de sus prioridades. Con este talante, seg¨²n la autora, los galos consiguen que los ni?os sean menos co?azo que los ni?os americanos, m¨¢s sufridos y m¨¢s independientes, y que las mujeres no abandonen su sex appeal en el minuto uno de su embarazo. Algo de raz¨®n tiene la escritora, aunque en descargo de las madres americanas haya que decir que tienen razones para estar m¨¢s hist¨¦ricas puesto que su maternidad est¨¢ menos protegida que la francesa. Aun as¨ª, es curioso c¨®mo han saltado las cr¨ªticas en la prensa. Un peri¨®dico tan templado como The New York Times publicaba una cr¨®nica defendiendo la educaci¨®n de los ni?os americanos de una manera bastante c¨®mica. Pero, en el fondo, bajo la indignada reacci¨®n, se percibe siempre un tufillo de envidia. Ay, qui¨¦n pudiera saber disfrutar de la vida como ellos. Beber vino a diario y no ser alcoh¨®lico, comer quesos cremosos con higos y nueces y pan y chocolate y no ser gordo, fumar en casa de un amigo sin pedir permiso ni ser considerado un depravado, gastar en cremas y peluquer¨ªas sin sentirse culpable, tener escarceos fuera del matrimonio sin ser por ello apartado de la carrera pol¨ªtica, darle un cachete a un ni?o y no por ello ser acusado de maltratador, tener el derecho a decirle a tu criatura que eres t¨² quien pone las reglas, as¨ª que vete a tu cuarto mientras hablo con la visita: ser franc¨¦s, en suma, que tambi¨¦n es una loter¨ªa, como tener revelaciones. Yo tengo mi propia experiencia al respecto: anduve una semana de visita por liceos franceses y disfrut¨¦ viendo c¨®mo los ni?os llamaban de usted al profesor y c¨®mo interven¨ªan educadamente en la charla. Pero no lo cont¨¦ ni lo contar¨¦ nunca porque aqu¨ª tambi¨¦n nos enfadamos si alguien pone en cuesti¨®n a nuestros ni?os. Y m¨¢s nosotros, que tuvimos una oportunidad hist¨®rica de ser franceses, pero, como todo el mundo sabe, la Virgen del Pilar estuvo en desacuerdo.
El que mejor estuvo en los agradecimientos fue el perro de ¡®The Artist¡¯. Nada que envidiar a Rintint¨ªn
Los americanos babean con los franceses. Quieren ser franceses aunque vivan su deseo en silencio
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