¡°?bamos a los incendios con el agua a cuestas¡±
Bienvenido Garc¨ªa conoce la sierra madrile?a de Guadarrama como la palma de su mano.Lleg¨® ah¨ª en 1966, como guarda forestal, y se jubil¨® hace 18 ya de jefe de comarca.
Conoce la sierra madrile?a de Guadarrama como la palma de su mano. Sus resquicios y secretos. ¡°Si me sueltan con un helic¨®ptero en cualquier lugar de estos montes, por supuesto que s¨¦ d¨®nde estoy¡±, cuenta risue?o Bienvenido Garc¨ªa, mientras su mirada se escapa por la ventana, en busca de esas cumbres a las que ha dedicado su vida y que, a falta de pasar por el Senado, se han convertido en el primer parque nacional de Madrid y el quinto en extensi¨®n de toda la red nacional. No va de farol. Lleg¨® a Guadarrama, a una casa forestal en el Ventorrillo, en 1966, como guarda forestal, y se jubil¨® hace 18 ya de jefe de comarca.
El paisaje lleva su r¨²brica, y la de otros compa?eros, en las repoblaciones de pinos, en los caminos que ayud¨® a abrir donde antes solo se vislumbraba el paso del ganado, en las torretas de vigilancia que construy¨® ¡ªalgunas todav¨ªa conservan sus iniciales¡ª o en los incendios que ayud¨® a apagar. ¡°S¨ª, ha sido duro¡±, evoca pensativo.
En peligro no recuerda haber estado nunca. Aunque para apagar los incendios, como todav¨ªa no exist¨ªan muchas pistas, se desplazaban a pie con azadones, palas, batefuegos de goma y ¡°llevando el agua a cuestas¡±, en unos extintores que se colgaban en la espalda a modo de mochila, en los que transportaban un m¨¢ximo de 20 litros de agua. Parece poco. ¡°Depende. El fuego hay que cogerlo a tiempo, porque cuando se apodera da igual que vengan 20 hombres o 40. Te tienes que retirar. Pero si eres activo, con tres o cuatro personas hay bastante¡±, explica. Adem¨¢s, se pod¨ªan rellenar en los arroyos que salpican el monte.
En esta sierra nacieron sus hijos. Ahora no se imagina en otro lugar m¨¢s que en su casa del pueblo de Rascafr¨ªa. A dos pasos de un territorio al que cuid¨® y ayud¨® a crecer y del que se sabe cada camino, monte, el tejo milenario del Barondillo, los robles centenarios, los buitres del Pinar de los Belgas¡ ¡°Lo ten¨ªa tan pateado que si alguien hablaba del rodal 18 o del 42 ¡ªzonas en las que est¨¢ dividido el territorio¡ª yo, solo con eso, sab¨ªa si los pinos que crec¨ªan ah¨ª ten¨ªan buena madera o no¡±, explica.
Entre sorbo y sorbo de caf¨¦ desvela c¨®mo se las apa?aban con pocos medios, pocos veh¨ªculos, poca ropa. De repente, le viene a la cabeza la compra de su primer anorak, al que destin¨® el sueldo de un mes. Particip¨® en la plantaci¨®n de pinos de las Calderuelas. La parte de la Morcuera, el Pinar de los Belgas y el bosque de la Cinta (dos de las zonas que se han quedado fuera del parque) ya ten¨ªan todos los ¨¢rboles. ¡°Se constru¨ªan terrazas con m¨¢quinas oruga, se plantaba el pino y luego se pisaba la tierra. Como en una cadena de producci¨®n¡±.
Sus evocaciones le devuelven a una sierra m¨¢s fr¨ªa en la que pastaba m¨¢s ganado, sobre todo ovejas. ¡°Todav¨ªa ca¨ªan buenas nevadas¡±, se r¨ªe. Ecologista n¨²mero uno, como ¨¦l se define, se declara a favor del parque nacional siempre que no perjudique a la gente de la zona y no cierren caminos. Cuenta, con pena, c¨®mo la pesca en el r¨ªo Lozoya era abundante y buena. ¡°Ahora est¨¢ descuidado. Suben barbos y bogas de la presa, pero la trucha com¨²n, la buena, escasea¡±. Para demostrar que la riqueza de la que habla es cierta se encamina hacia el mirador de los Robledos para ense?ar, con orgullo, el monumento al guarda forestal. Es su medio, y se nota, cuando desgrana, uno a uno, el nombre de los picos que le rodean.
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