El m¨¢rtir de las tortugas gigantes
Jairo Mora fue asesinado por presuntos saqueadores de huevos en una playa costarricense Almudena, una veterinaria espa?ola que le acompa?aba aquella noche, relata su historia
Desde el asiento trasero del jeep, Almudena solo pod¨ªa ver los destellos de los ojos de los cuatro asaltantes encapuchados. Los hombres, presuntos saqueadores de huevos de tortugas, hab¨ªan salido de entre los ¨¢rboles al lado de la playa oscur¨ªsima, casi a medianoche. Hab¨ªan atravesado troncos y palmeras para detener el veh¨ªculo en el camino a la playa selv¨¢tica de Mo¨ªn, la elegida por miles de tortugas gigantes para desovar. Almudena, una veterinaria espa?ola, viajaba con tres amigas estadounidenses y con Jairo Mora, el voluntario que deb¨ªa guiarlas en esa noche de patrullaje por la arena para impedir la actuaci¨®n de los saqueadores de huevos. Los asaltantes redujeron al muchacho, lo ataron y lo dejaron tras los asientos traseros del coche. No necesitaban apuntar a los pasajeros con sus armas: los j¨®venes no ten¨ªan m¨¢s defensa que un espray de gas pimienta.
Jairo Mora Sandoval se iba a convertir en m¨¢rtir de los conservacionistas cuando siete horas despu¨¦s lo hallaran asesinado. Era el 30 de mayo. Su cad¨¢ver se encontr¨® atado sobre la misma arena que el joven sol¨ªa remover para rescatar los huevos de las gigantescas tortugas baulas antes de que llegaran los depredadores humanos. El enemigo eran los hueveros, furtivos dispuestos a aniquilar toda posibilidad de reproducci¨®n para las baulas en una playa donde en el a?o pasado se contaron casi 1.500 nidos, el mayor punto de desove en el Caribe costarricense de esta especie en extinci¨®n, seg¨²n la organizaci¨®n Widecast, con la que Jairo trabajaba. ?l controlaba la evoluci¨®n de las tortugas del vivero donde los ecologistas cuidaban a las reci¨¦n nacidas antes de liberarlas en el mar. Tambi¨¦n coordinaba voluntarios y les adiestraba sobre los peligros que les rodeaban. Todos sab¨ªan en esa playa qui¨¦n era Jairo.
Aquella hab¨ªa sido la noche en que, tras muchos intentos, Almudena logr¨® ver por primera vez una de las tortugas que llegan a los 18 kil¨®metros de playa de Mo¨ªn, provincia de Lim¨®n. Almudena y Jairo ten¨ªan 26 a?os y se hab¨ªan conocido sobre la misma playa, a la que la veterinaria hab¨ªa llegado tras varios meses en otro proyecto ambientalista en Costa Rica. R¨¢pidamente, el experto protector de tortugas oriundo de Gandoca ¡ªun pueblo playero en la costa caribe?a¡ª y la veterinaria huida de la crisis espa?ola se hicieron amigos. Durante tres meses fueron colegas en un centro de rescate para animales en mitad de la nada. Hasta la noche del ¨²ltimo jueves de mayo que ahora relata Almudena.
En el coche hubo un momento en que ella logr¨® pasar el brazo por encima del asiento y toc¨® una mano. No est¨¢ segura de que fuera la de Jairo, pero recuerda que sinti¨® un apret¨®n como una se?al de que ¨¦l iba bien, de que a¨²n nadie hab¨ªa ejecutado las amenazas de muerte que llevaba tiempo recibiendo por su resistencia casi irracional a los saqueadores de huevos.
Almudena intenta ahora recupera el aliento que perdi¨® cuando en el jeep le dijeron ¡°usted va a ser la primera¡±, pero sobre todo el que dej¨® escapar cuando, horas despu¨¦s, los polic¨ªas le dijeron que Jairo estaba muerto en la playa. En un primer momento se habl¨® de una herida de bala, pero los forenses informaron luego de que la muerte la caus¨® un fuerte golpe en la cabeza y la ingesta de agua y arena.
¡°Cumplieron su amenaza. Se han quitado del camino a la persona que m¨¢s dif¨ªcil les pon¨ªan el saqueo¡±, lamentaba Almudena este mi¨¦rcoles, dos horas antes de que cientos de ambientalistas se reunieran en la capital de Costa Rica, San Jos¨¦, para exigir justicia por aquel asesinato en el D¨ªa Mundial del Ambiente, una fecha que no pod¨ªa ser m¨¢s ir¨®nica. Los investigadores a¨²n no certifican que la muerte de Jairo se deba a su trabajo como ecologista, pero las se?ales abundan y Almudena dice estar absolutamente segura. ¡°Si no, ?por qu¨¦ se lo llevaron solo a ¨¦l y nos dejaron a nosotras retenidas en una casa? ?Por qu¨¦ entonces nos dijeron que Jairo iba a pagar el irrespeto a la ley de la playa?¡±, sentencia la veterinaria, con quien Jairo nunca quiso comentar las veces que lo apuntaron con una ametralladora o con pistolas, las que lo persiguieron por la playa y la infinidad de ocasiones en que le ordenaron irse de ah¨ª.
Jairo clamaba, al fin y al cabo, por presencia policial en una playa en que los traficantes quieren seguir siendo la autoridad. Es una zona llena de tr¨¢fico de coca¨ªna, como reconoci¨® el vicepresidente costarricense, Alfio Piva, en una entrevista con la cadena CNN en la cual calific¨® el asesinato de ¡°accidente¡±.
El muchacho estaba dispuesto a morir por las tortugas, cuyos huevos se comercializan a 500 colones (un d¨®lar) en casas, bares o puestos callejeros, a veces junto a trozos de carne de tortuga. ¡°Igual que yo la amo a usted, mam¨¢, amo a las tortugas¡±, le dijo en alguna ocasi¨®n a su madre, recordaba su hermana ?rika hablando de los momentos en los que ellas le rogaban no ir a trabajar a Mo¨ªn. Es esta una zona rica en naturaleza, habitada por pobres, a solo tres kil¨®metros del principal puerto del pa¨ªs y cerca de una refinadora de petr¨®leo.
Ah¨ª trabajaba y viv¨ªa Jairo, entregado a las tortugas desde ni?o, cuando empez¨® a acompa?ar a su t¨ªo ecologista en sus patrullajes. All¨ª fue donde, a los siete a?os, acord¨® con un primo suyo montar a caballo sobre una de esas tortugas, m¨¢s grandes que un humano adulto. Los dos ni?os descalzos subieron en ella hasta que el animal se levant¨® y comenz¨® a avanzar por la arena negra hacia el mar. Ellos continuaron felices en una escena de f¨¢bula hasta que las olas les hicieron reaccionar. Es una an¨¦cdota que cuenta su hermana y que Jairo relat¨® tambi¨¦n al periodista Esteban Mata un mes antes del asesinato, mientras trabajaba en un reportaje sobre la desigual batalla entre los desprotegidos ambientalistas y hueveros que recurren a t¨¦cnicas propias de narcos.¡°?l hablaba como si no hubiera peligros y hasta hac¨ªa bromas con eso. Era impetuoso y muy alegre, pero frente a la tortuga se transformaba. Se pon¨ªa muy serio y delicado¡±, cont¨® el periodista Mata, quien lo acompa?¨® una noche de patrullaje. El ni?o que jineteaba tortugas era ahora un hombre que se pon¨ªa guantes de l¨¢tex tan solo para rozarlas.
Al acabar la secundaria, Mora pudo haberse quedado de pe¨®n en las enormes fincas bananeras de su provincia, pero prefiri¨® moverse entre ambientalistas y organizaciones con la idea de ir estudiando biolog¨ªa en sus ratos libres. As¨ª continu¨® hasta llegar a Widecast para trabajar en la playa donde otros prefer¨ªan no arriesgarse. ¡°Jairo era ¨²nico. Ten¨ªa un estilo de ser que le permit¨ªa ponerse frente a los hueveros y gritarles entre bromista y serio ¡®se?ores, hoy nadie coge un solo huevo de aqu¨ª: hoy decreto veda¡¯, aunque al final no le iban a hacer caso¡±, cuenta el bi¨®logo Andr¨¦s Jim¨¦nez, quien trabaj¨® una temporada con Jairo.
Con ese desparpajo enfrent¨® a sus rivales hasta la noche del ¨²ltimo jueves de mayo, cuando convenci¨® a Almudena de ir a patrullar la playa con otras tres voluntarias estadounidenses. Almudena conduc¨ªa el jeep hasta que los encapuchados salieron del bosque. A las cuatro chicas las retuvieron unas horas en una casa abandonada, vigiladas por dos tipos que las obligaron a levantarse la ropa y les daban conversaci¨®n como si fueran amigas de toda la vida. Hasta que los hombres se fueron a buscar cocos y ellas corrieron por la playa oscura, temerosas, sin saber qu¨¦ hab¨ªa pasado con el amigo que siempre les recomend¨® no tener miedo. A¨²n ahora Almudena no sabe si las dejaron ir o si escaparon de la casa, donde horas despu¨¦s los polic¨ªas encontraron la bit¨¢cora que usaba Jairo con los datos de las tortugas, lo que podr¨ªa indicar que los asaltantes volvieron cuando ellas ya no estaban. Dos d¨ªas despu¨¦s alguien incendi¨® la casa, cuando el nombre del muchacho hab¨ªa saltado a los medios internacionales y su rostro de ojos enormes aparec¨ªa litografiado en pancartas con el lema ¡°nunca m¨¢s¡±.
Almudena sigue desempleada en Espa?a, pero pretende volver a la playa de Mo¨ªn. Por eso prefiere no publicar su apellido ni su fotograf¨ªa. Una semana despu¨¦s del crimen no hay detenidos. Por ah¨ª andan los hueveros, quiz¨¢ con el m¨®vil de la chica y cientos de fotos suyas con Jairo, con los animales del refugio y con tortugas reci¨¦n nacidas corriendo hacia el mar. ¡°Voy a volver por Jairo. Es una putada no tenerlo ya, pero s¨¦ que estar¨¢ contento donde est¨¦ ahora si se cumple su meta, que es proteger a las baulas. Estar¨¢ ri¨¦ndose y sabiendo que su muerte ha servido de algo, porque ese trabajo tenemos que hacerlo¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.