¡°Me qued¨¦ sola por negarme a la ablaci¨®n¡±
Esta keniana escap¨® de su casa a los nueve a?os para evitar la mutilaci¨®n
Observa con los ojos de una ni?a. Todo es nuevo y excitante. Su amplia sonrisa se convierte en una mueca de asombro. ¡°?De d¨®nde sale toda esa gente?¡±, pregunta Janet Naningoi, ataviada con su lkarasha azul, una especie de chal t¨ªpico de su pa¨ªs, Kenia, adornado con peque?as monedas que tintinean. En sus 23 a?os de vida nunca hab¨ªa visto el metro. ¡°?Y pod¨¦is respirar bajo tierra?¡±. Es la primera vez que sale de Marigat, una de las comunidades de la regi¨®n africana donde la mutilaci¨®n genital femenina todav¨ªa tiene una incidencia muy elevada. Precisamente por eso ha venido a Madrid: ella se escap¨® de casa con nueve a?os para evitar la ablaci¨®n y ahora quiere servir de ejemplo a otras mujeres.
Una profesora le advirti¨® de las terribles consecuencias de lo que todav¨ªa muchos consideran un ritual de iniciaci¨®n a la edad adulta. ¡°Despu¨¦s de practicarnos la ablaci¨®n, nuestros padres pueden casarnos y obtener la dote¡±. Si la ni?a no es circuncidada antes del casamiento, creen que el marido morir¨¢, la matrona se quedar¨¢ ciega en el momento del parto o el beb¨¦ nacer¨¢ con alguna anomal¨ªa. ¡°Hay miles de mitos. Tambi¨¦n hay quien dice que la Biblia o el Cor¨¢n lo ordenan, pero no es verdad¡±, asegura. Nadie sabe con seguridad cu¨¢l es la procedencia de esta pr¨¢ctica tan arraigada, lo que est¨¢ claro es que contin¨²a haci¨¦ndose, a pesar de estar penalizado en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, por el temor al rechazo y a la marginaci¨®n.
¡°Yo me qued¨¦ sola por negarme¡±, recuerda. Sus grandes ojos se empa?an. Le cuesta seguir hablando. ¡°Cuando me pongo a recordar, a veces no lo puedo soportar¡±. Sus amigos le dec¨ªan que era una cobarde porque ten¨ªa miedo al dolor. Sus padres no entend¨ªan qu¨¦ le pasaba. Pero ella no cedi¨®. El ¨²ltimo d¨ªa antes de las vacaciones de diciembre, busc¨® auxilio en casa de su t¨ªa porque sab¨ªa que ese era el mes elegido para la ablaci¨®n. ¡°Hay varias ¨¦pocas en las que se practica: abril, agosto y diciembre. Esos tres meses estuve escondida porque ten¨ªa miedo de mi familia¡±.
Esta keniana escap¨® de su casa a los nueve a?os para evitar la mutilaci¨®n
¡°La situaci¨®n ha mejorado mucho desde entonces¡±, opina, dibujando una amplia sonrisa. ¡°Al menos ahora podemos hablar de ello¡±. Saca su m¨®vil y muestra una foto en la que sale dando una charla en un colegio. Es voluntaria de World Vision, la ONG que la ayud¨® a reconciliarse con sus padres y con la que ha venido a Espa?a para contribuir en la campa?a Stop Ablaci¨®n. Su experiencia ha servido de ejemplo a muchas ni?as, entre ellas a sus cinco hermanas peque?as. ¡°Estoy estudiando magisterio para poder educar a muchas m¨¢s j¨®venes, igual que hicieron conmigo¡±. Aunque esta no era su ¨²nica opci¨®n. ¡°Tambi¨¦n quer¨ªa ser locutora de radio porque mis palabras podr¨ªan llegar a mucha gente. En Kenia, la mayor¨ªa no tiene televisi¨®n¡±, explica mientras se mete en la boca un trozo de donut. "Est¨¢ buen¨ªsimo", exclama con deleite. "En mi pa¨ªs, para estar en un sitio como este hay que ser rico".
?Te gustar¨ªa vivir en otro sitio? ¡°Un tiempo s¨ª. Quiero volver a Madrid para estudiar un doctorado o un m¨¢ster, pero necesito una beca¡±. Eleva los hombros y sonr¨ªe con un punto de resignaci¨®n. ¡°Aqu¨ª todo es tan moderno... la gente es tan amable... y por primera vez vi nevar¡±, dice exultante, mostrando el guante que se compr¨® nada m¨¢s aterrizar. "El otro lo perd¨ª esta ma?ana", r¨ªe. ¡°No siento morri?a¡±, asegura. Mejor que no se entere su novio. Naningoi ha elegido a quien, ¡°si todo va bien¡±, se convertir¨¢ un d¨ªa en su marido. A la mayor¨ªa de las chicas de su edad las casaron de forma concertada. ¡°Mi sue?o es que llegue el d¨ªa en que ninguna ni?a tenga que pasar por el infierno de la ablaci¨®n¡±.
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