La evoluci¨®n de la virilidad
El cromosoma Y proviene de la degeneraci¨®n masiva del X, pero los pocos genes que le quedan son muy estables
Se pensaba que los pocos genes que le quedan al cromosoma Y serv¨ªan para poco m¨¢s que disparar el desarrollo de los test¨ªculos en el feto y producir esperma. Dos trabajos de la Universidad de Lausana y el MIT (Massachusetts Institute of Technology, en Boston) demuestran ahora que el cromosoma Y humano se origin¨® en la ¨¦poca de la separaci¨®n entre los marsupiales y los mam¨ªferos, hace cientos de millones de a?os; y que ya por entonces empez¨® a perder genes a toda pastilla hasta que se estabiliz¨® hace 25 millones de a?os, cuando ¨¦ramos monos. Aparte de hacer test¨ªculos y esperma, el cromosoma Y resulta esencial para la viabilidad de los varones, y sus genes pueden explicar buena parte de las diferencias en la propensi¨®n a la enfermedad entre hombres y mujeres.
En los mam¨ªferos, y en muchos otros animales, las hembras llevan dos cromosomas X (abreviado XX), y los machos un cromosoma X y uno Y (abreviado XY). El cromosoma Y es mucho m¨¢s peque?o, y evolucion¨® a partir de un X mediante la p¨¦rdida masiva de genes. Este proceso no es solo una deducci¨®n te¨®rica, sino que se ha podido observar directamente en organismos modelo como la mosca ¡®Drosophila¡¯, donde es posible forzar la evoluci¨®n r¨¢pida de un nuevo cromosoma Y.
El cromosoma Y ha sido el gran olvidado de los proyectos genoma, por razones t¨¦cnicas: est¨¢ plagado de secuencias repetitivas y palindr¨®micas ¨Cque se leen igual al derecho y al rev¨¦s¡ª que constituyen la pesadilla de cualquier m¨¢quina de leer ADN. Pero los investigadores han sorteado esos escollos t¨¦cnicos y han logrado secuenciar los cromosomas Y de la rata, el rat¨®n, el mico (o tit¨ª, un mono peque?o) y la zarig¨¹eya (un marsupial australiano), y los han comparado entre s¨ª y con los otros tres que ya estaban secuenciados (macaco, chimpanc¨¦ y humano).
El cromosoma Y no es un ¡®interruptor¡¯; afecta a la regulaci¨®n del genoma durante toda la vida
Han podido deducir as¨ª que solo el 3% de los genes que pose¨ªa el cromosoma sexual ancestral del que provienen todos ellos sobreviven en al menos uno de los mam¨ªferos actuales. La mayor¨ªa de esta masacre gen¨¦tica ocurri¨® muy pronto en la evoluci¨®n de los mam¨ªferos ¨Cpoco despu¨¦s de que se separaran de los marsupiales¡ª, pero una vez que concluy¨® ese arcaico periodo catastr¨®fico, el contenido gen¨¦tico restante ha permanecido bastante estable. Esto no cuadra con una p¨¦rdida azarosa de material; m¨¢s bien apunta a procesos selectivos convencionales, donde lo que se conserva es lo esencial para las especies. Los resultados se presentan en ¡®Nature¡¯.
Hay 36 genes del cromosoma Y que tambi¨¦n est¨¢n presentes en el X, y son los mismos en las ocho especies analizadas. Esta ¡®aristocracia¡¯ gen¨¦tica se ha mantenido especialmente estable durante los ¨²ltimos 25 millones de a?os de evoluci¨®n (es decir, que presentan muy pocos cambios entre los humanos y el resto de los primates). Muchos de ellos son ¡®factores de transcripci¨®n¡¯ (genes que regulan a otros genes), y esta es una clase bien conocida por su ¡°sensibilidad a la dosis¡±: a diferencia de la mayor¨ªa de los genes, que funcionan a la perfecci¨®n si se inactivan en uno de los dos cromosomas de un par, los genes sensibles a dosis necesitan las dos copias para hacer su trabajo. Esta es probablemente la fuerza selectiva que los ha mantenido en el cromosoma Y a lo largo de la evoliuci¨®n.
Tal vez el dato m¨¢s inesperado de todos es que el cromosoma Y no es un mero ¡®interruptor¡¯ que convierte al feto en macho ¨Ccomo se tend¨ªa a suponer¡ª, sino que afecta a la regulaci¨®n de todo el genoma durante el resto de la vida. Y la conclusi¨®n m¨¢s esperable, por el contrario, es que seguimos sin entender bien las diferencias biol¨®gicas entre hombres y mujeres.
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