Mahmud clandestino
Esta es la traves¨ªa llena de penurias y abusos que hay detr¨¢s de los que llegan a la frontera de ?frica con Europa.
La primera frontera que cruz¨® Mahmud Traor¨¦ fue un charco de agua. Era la madrugada del 17 de septiembre de 2002 y su hermana, madre de cuatro hijos, prepar¨® un ¡°desayuno-sacrificio¡± para desearle suerte en el camino que emprender¨ªa a partir de entonces. En cuclillas, los dos hermanos y los cuatro ni?os compartieron pan duro empapado en leche con az¨²car y bebieron caf¨¦. Al terminar se lavaron las manos en un cubo de agua y enseguida los restos quedaron esparcidos sobre la acera formando el charco. ¡°Cruza¡±, le dijo su hermana. Y al hacerlo, con un salto, el muchacho quiso asegurarse simb¨®licamente un buen viaje.
Mahmud estaba a punto de cumplir 20 a?os, era aprendiz de carpintero y sab¨ªa que en Casamanse, el pueblo de Senegal donde naci¨®, si alguien quer¨ªa progresar en la vida ten¨ªa que irse a Europa, aunque eso implicara jugarse la vida. As¨ª que por eso aquel d¨ªa, muy temprano, sali¨® rumbo a Dakar, la capital de su pa¨ªs, con los 70 euros que hab¨ªa logrado ahorrar y la esperanza de poder vencer los peligros que se topara y llegar hasta el continente que, seg¨²n pensaba, le dar¨ªa prosperidad.
M¨¢s de una d¨¦cada despu¨¦s de haber comenzado su ¡°aventura¡± (as¨ª llaman los africanos al periplo migratorio que emprenden), que dur¨® tres a?os ¡ªtres¡ª, Mahmud Traor¨¦ cuenta paso a paso todo lo que tuvo que atravesar ¡ªy soportar¡ª para poder vivir ahora en Sevilla (¡°con todos los papeles¡±) en un libro-testimonio llamado Partir para contar. Un clandestino africano rumbo a Europa (Pepitas de Calabaza). Bajo la batuta del periodista franc¨¦s Bruno Le Dantec, el volumen de casi 300 p¨¢ginas ofrece los detalles de algo que muy pocas veces es contado: la traves¨ªa llena de penurias y abusos que hay detr¨¢s de los que llegan a la frontera de ?frica con Europa, dispuestos a aguardar el momento preciso para subirse a un cayuco o saltar la valla.
En la ruta de los clandestinos, dice Mahmud, hay ¡°historias terribles que oscilan entre fantas¨ªas descabelladas y pesadillas aut¨¦nticas.¡±
Mahmud Traor¨¦ recorri¨® el Sahel, el S¨¢hara, Libia y el Magreb con escalas para poder trabajar en lo que surgiera y ahorrar para costearse cada etapa del viaje. En cada control le ped¨ªan los papeles ¡°para encontrar ese detalle que les incomode y les d¨¦ un pretexto para fruncir el ce?o¡± y sacarle un poco de dinero si no quer¨ªa sufrir una paliza. Luego repon¨ªa fuerzas en hogares de acogida o improvisados campamentos y recorr¨ªa kil¨®metros y kil¨®metros, casi siempre en compa?¨ªa de otros migrantes, expuesto a los asaltos de los maleantes y aprendiendo a desarrollar estrategias de supervivencia y a tener la suficiente frialdad para dejar atr¨¢s a los que mueren en el camino. En la ruta de los clandestinos, dice Mahmud, hay ¡°historias terribles que oscilan entre fantas¨ªas descabelladas y pesadillas aut¨¦nticas.¡± Pero todos saben que si, como sea, vencen los obst¨¢culos, han de seguir adelante.
Hubo un momento, sin embargo, en que Mahmud pens¨® seriamente en desistir. Fue el 20 de julio de 2005, cuando se enter¨® que su madre hab¨ªa muerto. ¡°Mi familia sabe que estoy en Marruecos, pese a que en estos a?os de agobio s¨®lo haya hablado con mi madre tres veces. La ¨²ltima fue para pedirle dinero, pero no quiso mand¨¢rmelo. Encontr¨¢ndose ya d¨¦bil, me suplic¨® por el amor de Dios que volviera a casa: ¡°Me encuentro mal, Mahmud. La enfermedad puede conmigo¡±. Cuando los m¨ªos me llaman al m¨®vil de [mi compa?ero de viaje] Abdelkader para anunciarme su muerte, me derrumbo y se apodera de m¨ª una terrible angustia. Me planteo volver a Argel y ganar algo de dinero all¨ª para volver a Senegal. Faly y los amigos del gueto me ofrecen un sinf¨ªn de argumentos para disuadirme: ¡°As¨ª es la vida, Mahmud, la muerte llega tarde o temprano, no puedes tirar la toalla cuando est¨¢s tan cerca de la meta.¡±
En efecto, dos meses despu¨¦s, en un intento m¨¢s, logra saltar la valla en Ceuta. La madrugada del 29 de septiembre de 2005, ataviado con tres pares de calcetines y tres pantalones para ¡°protegerse¡± de las cuchillas de la alambrada, fue uno de los m¨¢s de 300 inmigrantes que sorprendieron a los vigilantes fronterizos y, finalmente, entraron en territorio espa?ol. Trep¨® con todas sus fuerzas y esperanzas. ¡°Al caer al vac¨ªo, me quedo colgado de un pie, con una cuchilla clavada en las carnes. Tengo que sacudirme para poder soltarme, lo que me causa una herida a¨²n m¨¢s profunda. En ese momento, en caliente, no siento el dolor. Me agarro a la barra met¨¢lica para auparme a pulso, sacarme la cuchilla del tobillo y liberar mi pie antes de dejarme caer. El zapato se queda enganchado arriba. Si no hubiera tenido ese reflejo, probablemente me habr¨ªa seccionado el pie. Una vez en el suelo, me levanto como en un sue?o y corro entre los compa?eros, que franquean desordenadamente los obst¨¢culos que nos separan de la ciudad.¡± (¡) Al principio, la herida apenas me molesta, tengo los m¨²sculos calientes y el p¨¢nico me anestesia. Pero tras una hora errando entre los obst¨¢culos que nos separan del centro de la ciudad empiezo a ralentizar el paso. Cuando la patrulla me localiza, me encuentro atrapado en una pista situada entre dos alambradas y estoy al l¨ªmite de mis fuerzas. (¡) Al quedarme quieto, noto un dolor intenso que me recorre todo el cuerpo. Llego a los servicios a la pata coja y dejo un reguero de sangre a mi paso.¡±
Despu¨¦s siguieron unos d¨ªas en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) de Ceuta y un autob¨²s que lo llev¨® a Sevilla, donde ha trabajado en una finca cuidando animales y pelando olivos, como guarda, en casetas de feria, montando muebles de Ikea y, sobre todo, en la cocina de restaurantes. Ahora, a sus 31 a?os, Mahmud Traor¨¦ ha retomado la carpinter¨ªa y vive en el barrio de la Alameda. ¡°A pesar de la precariedad, yo me quedo aqu¨ª. Para m¨ª Sevilla es mi ciudad natal europea, me siento sevillano, ?hasta he cogido la costumbre de presentarme como afroandal¨²!¡± No fue nada f¨¢cil pero, a diferencia de muchos, ha vivido para contarlo.
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