Los nueve ¨²ltimos d¨ªas de Laura Luelmo
Apenas dio tiempo a los vecinos de Huelva a poner rostro a la joven antes de que fuese asesinada
De las monta?as verdes de pinos y eucaliptos a los paisajes de rojo marciano de las minas. En los 8,5 kil¨®metros que van de El Campillo a Nerva, la sinuosa carretera dibuja intensos contrastes que ya adelantan de lo que la zona vive: del campo y de la extracci¨®n de minerales. Era la naturaleza antropizada que Laura Luelmo siquiera estaba empezando a escudri?ar, al volante de su Kia Cerato azul, cuando su vecino Bernardo Montoya acab¨® con su vida de forma violenta.
Para la zamorana, graduada en Bellas Artes y de 26 a?os, la que deb¨ªa ser la primera gran de aventura de su vida laboral acab¨® de forma abrupta el pasado 14 o 15 de diciembre, dos d¨ªas despu¨¦s de desaparecer. Apenas diez d¨ªas despu¨¦s de haber llegado al instituto V¨¢zquez D¨ªaz de Nerva, el pasado 4 de diciembre, para cubrir una suplencia como profesora de Dibujo. Su amor por el sur, le hizo decantarse por presentarse a las oposiciones por Andaluc¨ªa, seg¨²n asegur¨® al director del centro Isidoro Romero a EL PA?S.
Luelmo se encontr¨® con el epicentro de una regi¨®n minera ¡ªcompuesta por Nerva, Minas de Riotinto y El Campillo¡ª en plena eclosi¨®n laboral. No era f¨¢cil encontrar casa, as¨ª que decidi¨® alojarse en el ¨²nico hotel del pueblo de su instituto, el tambi¨¦n llamado V¨¢zquez D¨ªaz, a pocos pasos del centro educativo. En ese alojamiento de habitaciones sin pretensiones y en las que la gerencia te da las gracias ¡°por compartir la vida¡± en unos peque?os letreros, se encontr¨® con Casiano Primo Gonz¨¢lez, gerente del lugar.
Primo y Luelmo pronto hicieron ¡°muchas migas¡±, como asegura el hostelero, dado que los dos comparten or¨ªgenes zamoranos. ¡°Era una joven de una amabilidad y sencillez extrema. Incluso se lo coment¨¦ a mi mujer: ¡®Ha llegado una chica que es todo dulzura¡±. Fueron apenas dos d¨ªas en los que la joven durmi¨® y cen¨® en el hotel en los que ambos compartieron largas charlas: ¡°Me cont¨® que le gustaba el deporte. Necesitaba cari?o porque no conoc¨ªa a nadie aqu¨ª¡±.
Pero, ante la duda de cu¨¢nto se prorrogar¨ªa la suplencia, Luelmo decidi¨® aceptar el ofrecimiento de una compa?era del centro que ten¨ªa una casa nueva y sin habitar en El Campillo. El viernes 7 de diciembre abandon¨® el hotel V¨¢zquez D¨ªaz y le manifest¨® a su gerente la intenci¨®n de quedarse durante el puente a hacer turismo por Huelva. Sin embargo, la joven acab¨® finalmente regresando a Zamora.
Fue el domingo 9 de diciembre cuando lleg¨® a la que iba a ser su nueva casa, en la calle de C¨®rdoba, 13 de El Campillo. La vivienda es una modesta edificaci¨®n de una planta que fue construida en torno a 2009 por el padre del que acab¨® siendo su asesino (y antes de que este la vendiese a la compa?era de Luelmo). La impoluta puerta de hierro, el brillante encalado blanco y el z¨®calo gris muestran que la casa apenas tuvo uso. El fulgor de la edificaci¨®n contrasta con la destartalada presencia de la casa de enfrente, la de su agresor, en C¨®rdoba,1.
En el punto m¨¢s alto de la calle y justo al lado de la plaza del Arriero, la profesora encontr¨® casa en el que era el antiguo n¨²cleo poblacional de El Campillo, antes de que experimentase la eclosi¨®n minera del siglo XIX. Hoy es una barriada perif¨¦rica con vistas a minas y pinares y tan tranquila que sus vecinos de calle ¡°apenas se ven durante d¨ªas¡±, como confiesa un habitante de la v¨ªa.
A Luelmo le dio tiempo a vivir apenas tres d¨ªas en El Campillo. Tres jornadas laborales, desde el lunes al mi¨¦rcoles 12, en las que la joven acudi¨® a su puesto de trabajo en Nerva recorriendo esos 8,5 kil¨®metros que separan ambos municipios. Ni tiempo dio a sus vecinos de calle a verla. ¡°Yo sab¨ªa que hab¨ªa alguien porque ve¨ªa el coche azul aparcado y luego no¡±, reconoce una residente en el edificio colindante.
El mi¨¦rcoles 12 la profesora repiti¨® el camino para ir al instituto. All¨ª, el camarero de la cafeter¨ªa del centro recordaba c¨®mo le puso ¡°su ¨²ltimo caf¨¦ mientras hablaba con una compa?era¡±. A bordo de su Kia Cerato, la zamorana regres¨® al pueblo al final de su jornada laboral. Atraves¨® los enclaves mineros y pinares y aparc¨® en la calle paralela a su domicilio. Nunca m¨¢s volver¨ªa a mover su veh¨ªculo ni a ver esos paisajes. Era el d¨ªa de la desaparici¨®n.
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