La plaza de Ciudad de M¨¦xico que cura con manos de ciego
Una treintena de masajistas invidentes ofrece terapias econ¨®micas que se han convertido en referencia en la capital mexicana


En la plaza de Nuestra Se?ora de Loreto de Ciudad de M¨¦xico, las manos santas son las ciegas. Eso dice Maribel Aguilar, tumbada bocabajo en una camilla y con la espalda al aire. Como cada dos semanas, C¨¢ndida Barrios, masajista invidente de 44 a?os, trabaja la ci¨¢tica de su clienta con dedos peque?os y brillantes. Se unta de aceite de almendra para resbalar mejor entre los m¨²sculos agarrotados, trazar curvas y hundirse en la piel. ¡°Las manos son mi supervivencia¡±, dice Barrios. ¡°Sin ellas, ser¨ªa ciega e in¨²til¡±.
Si las manos son la herramienta, la plaza es el consultorio. Ubicada en el centro hist¨®rico frente a la Iglesia de Loreto, colonial y torcida hacia el lado izquierdo, el espacio se ha convertido en una referencia para aquellos que buscan una soluci¨®n econ¨®mica a sus dolores. Un masaje de una hora cuesta alrededor de 150 pesos, unos ocho d¨®lares, cuatro veces menos que en una cl¨ªnica privada.
Cada ma?ana, Barrios ata su bast¨®n al palo de una sombrilla azul. Viste bata blanca y unas gafas de pasta transparente; no ve nada , pero las lleva para protegerse de la contaminaci¨®n. Naci¨® con retinosis hereditaria y astigmatismo bilateral y muy pronto se tuvo que ocupar del dolor ajeno. Sol¨ªa mojar un cepillito de dientes en agua fr¨ªa y con ¨¦l frotaba la espalda de su madrastra, que ten¨ªa problemas de circulaci¨®n. As¨ª empez¨®.
La Escuela Nacional de Ciegos, donde se ha formado la mayor¨ªa de los masajistas, est¨¢ pr¨®xima a la Plaza de Loreto. De all¨ª salen con un diploma, pero las posibilidades de encontrar empleo son escasas. No pueden competir con una licenciatura en fisioterapia de una universidad. Max Garc¨ªa, de 62 a?os, fue uno de los primeros en llegar a la plaza. ¡°No me aceptaron en ning¨²n lugar y tuve que venir aqu¨ª¡±, explica. ¡°Los otros se dieron cuenta de que ten¨ªa clientes y se animaron. Antes, tomaban los cursos y se iban al metro a vender discos o a cantar¡±.
Los clientes llegan de toda la ciudad y son variados: desde funcionarios del Gobierno con el cuello tieso por el estr¨¦s a comerciantes de ropa como Aguilar, de 51 a?os, que aprovecha los mi¨¦rcoles de descanso para acudir a la mesa camilla de Barrios. ¡°Fui con doctores, me dieron medicamentos, compr¨¦ plantillas y nada me sirvi¨®¡±, dice la vendedora. Desde hace dos a?os, el dolor agudo de la ci¨¢tica recorre su cuerpo. Culpa de la d¨¦cada que lleva cargando y descargando maletas con ropa, de mercadillo en mercadillo, asegura. Cuando las manos de Barrios se acercan al dolor, ella aprieta con fuerza una toalla rosa. ¡°Acu¨¦rdate de que el lado malo es el derecho¡±, le avisa.
La rutina corre el riesgo de interrumpirse por la intenci¨®n del Gobierno de la capital de remodelar la plaza y reubicar a los masajistas a un lugar todav¨ªa por determinar. Para el investigador Pablo Arg¨¹ello, que estudia la precariedad del empleo ambulante para el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnolog¨ªa, se trata de una estrategia heredada. ¡°A mediados de los 2000 se empez¨® con el ideario del rescate del centro¡±, explica. Pone como ejemplo de esa pol¨ªtica la calle de Madero, la v¨ªa peatonal que lo cruza. ¡°Ya no hay ambulantaje, sino un incremento de la plusval¨ªa del suelo y un desplazamiento del comercio popular¡±.
En octubre pasado un grupo de polic¨ªas desmantel¨® algunos de los puestos ambulantes y este a?o los masajistas han pasado varias semanas sin poder trabajar por impedimentos de las autoridades. La divisi¨®n dentro del grupo no ayuda; los de las camillas no se hablan con los de las sillas shiatsu y viceversa. ¡°Necesitan a un l¨ªder¡±, receta No¨¦ Ram¨ªrez, cliente habitual de 64 a?os con experiencia en el mundo sindical. ¡°Y que se hagan famosos por las redes sociales¡±.
A la espera de lo que decidan las autoridades, las manos de Barrios siguen trabajando, sin m¨¢s gu¨ªa que el tacto. Ya un poco menos agarrotada, Aguilar se seca las l¨¢grimas y baja de la camilla con un respiro de alivio: ¡°Antes me tocaba y romp¨ªa a llorar. Ahora es menos¡±. Nubes negras cubren ahora la Plaza de Loreto y amenazan con tormenta, pero Barrios unta sus manos en aceite y vuelve a la carga sobre otra espalda, un nuevo nudo de dolor que desenredar.
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