La vida detenida en una escalera
Lectoras empedernidas, mel¨®manos e ins¨®litos compa?eros de piso afrontan el aislamiento en un edificio de Madrid

Hay pocas rutinas que una cuarentena no perturbe. Aunque algunas permanecen como las lecturas de Mercedes, de 71 a?os. ¡°Nada me impide seguir leyendo¡±, asevera. Es una voraz lectora desde los 15 a?os, cuando comenz¨® a trabajar como aprendiz en una librer¨ªa en la calle de Preciados, en pleno centro de Madrid. Desde entonces, su vida ha estado rodeada de libros: acompa?aba al comerciante que surt¨ªa varias bibliotecas municipales, fue responsable de la colecci¨®n de ejemplares de la Universidad Francisco de Vitoria y, en los a?os ochenta, mont¨® por fin su propio negocio: una peque?a librer¨ªa. Ahora, lee sin prisa durante el desayuno. El men¨²: "Caf¨¦ descafeinado, tengo que cuidar la tensi¨®n¡±, apunta; tostadas con tomate; y un libro, Toda Espa?a era una c¨¢rcel. Memoria de los presos del franquismo. ¡°F¨ªjate, qu¨¦ casualidad que ahora estamos encerrados¡±.
Mercedes vive con su marido Javier en el 2? derecha de un edificio junto a Madrid R¨ªo. Uno de tantos de la capital. Javier padece una enfermedad pulmonar cr¨®nica que les llev¨® a aislarse antes de que Espa?a entera se confinase. Llevan tres semanas de aislamiento y, aunque se casaron hace 42 a?os, Mercedes siente que estos d¨ªas les est¨¢n uniendo m¨¢s. ¡°Nunca hab¨ªa hablado tanto con ¨¦l. Ojal¨¢ esto no se acabe con la cuarentena¡±, cuenta sentada bajo el dintel de la puerta de su casa.
Mientras, su gato Kiko, curioso, entra y sale de la vivienda. A veces para afilar sus u?as en el felpudo; otras reclamando mimos. Mercedes reconoce que echa de menos la calle: ¡°Y mis clases de aquagym¡±. Tambi¨¦n extra?a sus labores de voluntaria y a aquellos a los que ayuda. Todas las semanas acompa?a a personas mayores para mitigar su soledad no deseada. ¡°Son m¨¢s mayores que yo, as¨ª que imagina¡±, agrega la mujer que reconoce que le preocupa mucho el impacto econ¨®mico de todo esto.
En su nueva rutina interior, dosifica las noticias (¡°Intento no leer ni ver demasiado, que me angustio¡±) y se distrae con la telenovela, la bici est¨¢tica o dando paseos por el pasillo comunitario. Antes de salir, toca el timbre de su vecina: ¡°No abras. Era solo para saber que est¨¢s bien¡±. Cada d¨ªa, a las ocho de la tarde, se asoma a la ventana del rellano: ¡°Por este lado se escuchan m¨¢s¡±, dice.
La escalera, de cinco plantas, tiene 10 viviendas. Todas est¨¢n habitadas, pero no todos los vecinos quieren hablar de su encierro. Los m¨¢s veteranos del edificio se mensajean de vez en cuando para saber que est¨¢n bien. Pero nadie se atreve a tocar en la puerta u ofrecerse como voluntario. Es un cuidado m¨¢s silencioso que el de los cientos de iniciativas que est¨¢n surgiendo en Madrid estos d¨ªas de cuarentena. En los 21 distritos de la capital, se han creado decenas de redes de apoyo bajo el lema #DinamizaTuCuarentena para ofrecer desde hacerse la compra unos a otros, pasear a los perros de los que no pueden salir u organizar grupos de lectura al tel¨¦fono. En este edificio, los mayores encargan a sus familiares cercanos los recados.
En ning¨²n piso se escuchan voces de ni?os: no hay. S¨ª que resuenan los acordes de una partitura cl¨¢sica que emanan del 1? izquierda. Es la casa de Juanma, madrile?o de 59 a?os que se licenci¨® en Medicina, y que actualmente trabaja en una empresa de marketing m¨¦dico. Lleva tres a?os viviendo en el inmueble con sus cuatro gatos: Fran, Mosti, Vero y Pichi. Pasa la cuarentena disfrutando de su meloman¨ªa: ¡°La costumbre de escuchar m¨²sica viene de mucho antes del encierro¡±, explica, ¡°antes o¨ªa CD¡¯s, pero Internet es infinito¡±.
Desde hace varios d¨ªas, Juanma se siente un poco d¨¦bil. ¡°Tengo catarro y unas d¨¦cimas de fiebre, pero no estoy preocupado: creo estoy a salvo¡±, afirma ante la c¨¢mara de su ordenador. ?Qu¨¦ har¨¢ el d¨ªa que pueda volver a la normalidad? ¡°Pegarme una buena comida e irme de compras. As¨ª de triste, pero estoy deseando consumir", reconoce.
¡°?Que vivan los camioneros, los sanitarios y los militares!¡±, pregona cada tarde mientras aplaude, Esperanza, de 90 a?os. Sale a la ventana, pues no tiene balc¨®n: reside en el bajo izquierda con Ignacio, de 65 a?os. La mujer considera esos v¨ªtores una de sus ¡°obligaciones¡± de la cuarentena. Otra es la actividad f¨ªsica. ¡°Corro de la cocina al ba?o durante una hora. Y al principio voy r¨¢pido, ?eh!¡±, avisa cargada de energ¨ªa y por videollamada. ¡°Me adapto muy bien a las circunstancias¡±.

Aunque lo parecen, no son familia. Esperanza es enfermera y cuid¨® durante m¨¢s de 15 a?os a la madre de Ignacio, cartero reci¨¦n jubilado. Viv¨ªan los tres en este apartamento y cuando falleci¨® la matriarca, ni plantearon separarse. ¡°A la gente le decimos que soy su t¨ªa¡±, cuenta ella. ¡°Es muy f¨¢cil la convivencia. Ella es pura ternura y alegr¨ªa¡±, apunta ¨¦l. Ambos echan de menos pasear por la ribera del Manzanares ¡°y el contacto con la gente¡±. ¡°Desde el cierre del centro de mayores, donde iba ella con frecuencia, le hago ex¨¢menes sorpresa¡±, explica Ignacio. El ¨²ltimo fue sobre los r¨ªos. ¡°El Mi?o, el Duero, el Guadiana, el Guadalquivir...¡±, recita Esperanza de corrido. ¡°Esto no nos puede apagar¡±, remarca la mujer con voz suave desvaneci¨¦ndose por un lateral de la c¨¢mara: ¡°Tengo cosas que hacer¡±, se la oye decir.
En el piso contiguo, pared con pared, habitan Daniel y Adolfo con Bruno, un peque?o pomerania de color marr¨®n: ¡°Somos los ¨²nicos afortunados con perro¡±. Daniel, de 39 a?os, se encarga de sacarlo a pasear y de las tareas de la casa. Hace una semana le despidieron del hotel en el que trabajaba. ¡°Me han prometido que cuando todo esto pase volver¨¢n a contar conmigo, pero ya veremos¡¡±. Tambi¨¦n juega a la videoconsola, ve tele ¡°y no para con el Instagram¡±, apunta su pareja ri¨¦ndose. Adolfo, de 43 a?os, ha convertido el sal¨®n de la casa en su oficina. Se dedica al desarrollo web y teletrabaja. ¡°De hecho, curro m¨¢s que antes¡±, matiza. Sus jornadas arrancan a las siete de la ma?ana, ¡°como siempre¡±, pero se alargan hasta la noche. ¡°No queda otra, tenemos que intentar remontar¡±, apunta.

A pesar de que han estado en contacto con varias personas que han dado positivo en coronavirus, no est¨¢n muy preocupados por la pandemia. No tienen s¨ªntomas. A Daniel le preocupan sus padres, viven en Parla y no han podido verse desde que empez¨® todo. ¡°Me da miedo que les pase algo¡±, asevera. Durante unos segundos impera el silencio. Es hora de sacar a Bruno. Puede que el paseo de hoy se alargue un poco m¨¢s.
Nota al pie: Para realizar este art¨ªculo nadie ha salido de su casa. La redactora es una de las vecinas del inmueble. #yomequedoencasa
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