El ritual
La distancia social transform¨® nuestros saludos, la manera de bailar, de amarnos y de reconciliarnos, la manera de celebrar los goles
Habr¨¢ pasado ya tanto tiempo que nadie recordar¨¢ por qu¨¦ en los barrios de algunas ciudades, a las ocho de la tarde, se escuchan aplausos aislados, un ritual at¨¢vico que solo los mayores podr¨ªan explicar, pero no lo har¨¢n, porque nadie les presta nunca atenci¨®n.
Nadie se preguntar¨¢ tampoco por qu¨¦ hace tanto ya, las estatuas en los parques celebran a taxistas y enfermeros; por qu¨¦ los ni?os quieren ser doctores y la llama eterna de los pebeteros de todas las plazas arde en memoria de cajeras y soldados desconocidos. Los desfiles conmemorativos los encabezar¨¢n transportistas y cient¨ªficos: caminar¨¢n sin solemnidad bajo el sol cegador de los d¨ªas festivos. Les saludar¨¢n banderas, monarcas y ministros, y escuadras de cazas diminutos volar¨¢n sobre sus cabezas, dejando a su paso el rastro de la emoci¨®n en la mirada de los ni?os y el humo de colores. Habremos comprendido al fin que la Salud, o es p¨²blica y universal, o no es; que un pa¨ªs solo puede estar sano si todos sus ciudadanos lo est¨¢n, sea cual sea su mal, su condici¨®n, su situaci¨®n legal.
Sucedi¨® hace mucho, antes de que comenzaran a utilizarse las mascarillas. Los perros eran salvoconductos con los que caminar por las calles, los mercados el lugar donde cruz¨¢bamos un saludo apresurado con los vecinos, entre la incredulidad y el miedo. Los balcones se convirtieron en palcos, la ciudad en el anfiteatro desde el que se aplaud¨ªa cada tarde la funci¨®n m¨¢s hermosa: la de la entrega y el sacrificio diario de unos cuantos para protegernos a todos. Era tambi¨¦n una celebraci¨®n colectiva, compartida: un gesto.
La distancia social transform¨® nuestros saludos, la manera de bailar, de amarnos y de reconciliarnos, la manera de celebrar los goles. Instalamos mamparas entre nosotros, delimitamos per¨ªmetros. Por escasos, los abrazos adquirieron m¨¢s valor, recordamos la importancia del deseo y de los besos. Despedidas y otros estribillos, huecos ya de tan usados, encontraron su raz¨®n de ser y su sentido. El modo en que nos miramos recuper¨® un cierto prestigio que hab¨ªa perdido.
Se hicieron series sobre aquello, claro, de muchas temporadas. Trataba la ficci¨®n de atrapar aquellos d¨ªas; d¨ªas de silencio, tel¨¦fonos y necrol¨®gicas, de palabras graves, de dolor y de cenizas, pero lo consigui¨® solo a medias.
Y discutimos. Algunos dijeron que la culpa hab¨ªa sido del Gobierno, otros se?alaron a sus cr¨ªticos, y los dem¨¢s responsabilizaron al resto; muchos convinieron en que el enemigo era el miedo. Los fallecidos, mayor¨ªa un¨¢nime, escucharon en silencio.
El valor a menudo es individual, pero se contagia con facilidad, deviene pandemia. La historia la escriben los vencedores, as¨ª que la de esta crisis nos tocar¨¢ escribirla a nosotros. Elijamos con cuidado los adjetivos, esmeremos la caligraf¨ªa. Despreciemos las hip¨¦rboles, las romanzas de los tenores huecos. Par¨¦monos, como el poeta, a distinguir las voces de los ecos.
La memoria es corta, pero la emoci¨®n permanece, no se borra.
Por eso cada d¨ªa, aunque habr¨¢ pasado ya alg¨²n tiempo, a las ocho de la tarde se oir¨¢n aplausos aislados en algunas ciudades, en algunos barrios. Los mayores tratar¨¢n de explicar su origen, pero nadie les har¨¢ caso, porque no habremos aprendido nada.
Pero quiz¨¢ algunos j¨®venes se unan una noche al ritual y aplaudan, aunque sin comprender del todo por qu¨¦, acaso por un at¨¢vico sentido de comunidad, de tribu, de pertenencia. Y no tendr¨¢ importancia; la vida continuar¨¢ como hasta entonces, lenta, ajena, aburrida. Pero todo estar¨¢ bien.
Fernando Le¨®n de Aranoa es cineasta.
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