Cosas inconcebibles que ya son normales
El estado de alarma, que abandonamos despu¨¦s de tres meses, ha dejado en nuestras vidas h¨¢bitos y novedades que, si antes nos los hubieran contado, no habr¨ªamos cre¨ªdo
El par¨¦ntesis sin precedentes del estado de alarma, que abandonamos despu¨¦s de tres meses, ha dejado en nuestras vidas h¨¢bitos y novedades que antes nos habr¨ªan resultado inimaginables. Salimos de ¨¦l acostumbrados a cosas que, si nos las hubieran contado, no habr¨ªamos cre¨ªdo. Esta es una lista de todo eso que antes no estaba y ya tenemos asumido como normal.
La mascarilla. Al principio se miraba raro a los pocos que se la po...
El par¨¦ntesis sin precedentes del estado de alarma, que abandonamos despu¨¦s de tres meses, ha dejado en nuestras vidas h¨¢bitos y novedades que antes nos habr¨ªan resultado inimaginables. Salimos de ¨¦l acostumbrados a cosas que, si nos las hubieran contado, no habr¨ªamos cre¨ªdo. Esta es una lista de todo eso que antes no estaba y ya tenemos asumido como normal.
La mascarilla. Al principio se miraba raro a los pocos que se la pon¨ªan, quitando los turistas orientales, y eran tratados de hist¨¦ricos. Cuando empez¨® el miedo costaba empezar a pon¨¦rsela, pero un d¨ªa se obr¨® el vuelco: el raro era el que no la llevaba. De pronto nos vimos teniendo conversaciones como si nada con ella puesta. La calle ya es una muchedumbre de medias caras donde te cuesta reconocer a los conocidos.
No tocarse. Dejar de apretarse la mano se tom¨® al principio a cachondeo, como una excentricidad pasajera de las circunstancias: el 11 de marzo los Reyes visitaron a los Macron y fue noticia que se saludaran de lejos, pero sonriendo por lo raro que era todo. Esa noche fue el Liverpool-Atl¨¦tico de Madrid y los jugadores tambi¨¦n se re¨ªan haciendo un nuevo saludo: chocar los codos. Ahora ya no se r¨ªe nadie de no tocarse. Es m¨¢s, uno se alarma si le tocan. Hoy alguien que se abalance a abrazar a otro, aunque fuera la reina de Inglaterra, ser¨ªa visto como un elemento peligroso. Se lleva encima el jab¨®n hidroalcoh¨®lico (nueva palabra) como si fueran las llaves. Se pone encima de la mesa en el bar, para compartir.
Distancia social. Este fue el concepto ideado para resumir que todo el mundo se quede a dos metros del otro. Ya lo hemos interiorizado, calculamos el per¨ªmetro imaginario como si fu¨¦ramos personajes de videojuego, que se mueven con un circulito alrededor. Cristaliz¨® enseguida en sillas vac¨ªas entre pasajeros, reuniones de ministros con mesas kilom¨¦tricas. En estas im¨¢genes y situaciones se col¨® una nueva sensaci¨®n de soledad. Comenz¨® a ser habitual ver lugares vac¨ªos, abandonados por la gente: la calle, las ruedas de prensa, el Papa en San Pedro. Ya hacemos colas perfectas como finlandeses con toda naturalidad.
Telecosas. Hemos entrado en la era del saber no estar, algo que desconoc¨ªamos e incluso estaba mal visto, por ejemplo en el trabajo. Hacer mero acto de presencia es un engorro que ha sido arrasado. Este viernes hasta hubo una cumbre europea de jefes de Gobierno en videoconferencia, cada uno en su despacho, y ya era rutina. Un viaje menos a Bruselas y todo igual de hablado. Lo sorprendente es lo r¨¢pido que fue, por obligaci¨®n imperiosa. En unos d¨ªas todos ten¨ªamos instalado Zoom. A la semana se hac¨ªan televerm¨²s con los amigos o la familia. Los ni?os ya asist¨ªan a clase desde su cuarto y se conectaban solos. Miles de chavales han descubierto que si el colacao se cae sobre el ordenador deja de funcionar. Sus padres han pensado que quiz¨¢ tienen que comprar otro ordenador. Asomarse desde casa ha humanizado a mandatarios, famosos, presentadores. Al salir del estado de alarma, estamos mucho menos dispuestos a perder una ma?ana para ir a un rollo de reuni¨®n. Ha sido una brusca irrupci¨®n de lo pr¨¢ctico. A¨²n no sabemos sus efectos y la parte mala, pero no habr¨¢ vuelta atr¨¢s.
No ver gente, y ver gente que no ve¨ªamos. Ya asumimos como normal llevar meses sin ver a alguien que frecuent¨¢bamos, y al mismo tiempo nos relacionamos con vecinos que ten¨ªamos enfrente y no hab¨ªamos visto en nuestra vida. Todos quedan lejos. Al principio eso produjo una emotividad tal que dabas conversaci¨®n hasta a los pesados que llamaban para venderte algo. Ahora ya nos hemos acostumbrado, pero ha quedado un poso de amabilidad inusual en las relaciones. Hay algo distinto, de m¨¢s humanidad, de fondo. No se sabe cu¨¢nto durar¨¢.
La ciudad amable. Las calles sin coches ni ruido, con aire limpio, donde se oyen los pajaritos, la vida del barrio, han sido un descubrimiento. Algo ha cambiado en nuestra percepci¨®n de lo que es posible, su alcance est¨¢ por ver pero de momento se han disparado las ventas de bicicletas. Al menos en Madrid se nota que la gente lo toma todo de otra manera, es una ciudad m¨¢s lenta. Ha sido un cambio crucial y sentido que, no obstante, a¨²n no ha tenido ning¨²n eco pol¨ªtico. El fin del estado de alarma tambi¨¦n deja muchas preguntas en el aire.
La desaparici¨®n de los turistas. Hace recobrar la ciudad a sus habitantes. Se vive mejor sin turistas, pero tal como est¨¢ montado no podemos vivir sin ellos. Es una contradicci¨®n sobre la mesa que tambi¨¦n espera respuesta.
La sanidad p¨²blica. Nos hizo salir a aplaudir todos los d¨ªas durante casi tres meses. Sab¨ªamos que estaba ah¨ª, y estaba, y menos mal. Pero se nos hab¨ªa olvidado. Ha marcado un hito: se supone que ning¨²n Gobierno osar¨¢ plantear recortes en los pr¨®ximos lustros.
La educaci¨®n, asignatura pendiente. En el estado de alarma los ni?os han sido el ¨²ltimo mono, los colegios han sobrevivido como han podido, lanzados de improviso a lo virtual, y para septiembre se abre un abismo de inc¨®gnitas sobre el modelo de educaci¨®n, que tiene implicaciones en la conciliaci¨®n de los padres con la vida laboral. Entre todas las preguntas de futuro, esta es una de las m¨¢s grandes.
Las residencias de ancianos son un negocio y no nos hab¨ªamos enterado. Las principales compa?¨ªas est¨¢n en manos de fondos de inversi¨®n extranjeros. En los ¨²ltimos a?os hab¨ªa atra¨ªdo al capital de riesgo: su margen de beneficio est¨¢ entre un 20% y un 25%; prometen rentabilidad de hasta un 5%. Solo el 10% son p¨²blicas. Esto hab¨ªa en un mundo inc¨®modo que no se quer¨ªa ver, ahora es donde m¨¢s personas han muerto. La Fiscal¨ªa tiene abiertas ya 224 investigaciones. Es otra cuesti¨®n candente sin respuesta pol¨ªtica.
Somos m¨¢s conscientes de c¨®mo funciona el mundo globalizado, hemos tenido que mirar fuera. Comprobar que lo que ocurre en China nos afecta muy r¨¢pido. Descubrir d¨®nde est¨¢n las f¨¢bricas de cosas como un respirador mec¨¢nico. Que hay muchos objetos que aqu¨ª no hacemos y se compran fuera. Que las cosas se pueden acabar porque no llegan. Qui¨¦n recoge nuestra fruta. C¨®mo est¨¢ organizada la distribuci¨®n de los supermercados. C¨®mo se organizan en otros pa¨ªses de Europa ante un mismo problema. Que los suecos se pueden equivocar y los portugueses acertar.
La renta m¨ªnima. Hasta anteayer era un imposible, utop¨ªa. De pronto, ning¨²n partido pol¨ªtico se opuso. Hasta ha parecido de caj¨®n y se ventil¨® con rapidez.
Las comunidades aut¨®nomas. Era un ente administrativo bastante ausente como protagonista de la actualidad, aunque todos vivimos en una de ellas. Ahora hemos recordado que ten¨ªan la mayor¨ªa de las competencias m¨¢s dif¨ªciles en esta crisis: sanidad, educaci¨®n. El presidente del Gobierno se ha estado reuniendo cada semana con todos sus dirigentes, algo ins¨®lito. De pronto se ha visto un pa¨ªs m¨¢s variado y plural, con m¨¢s necesidad de coordinaci¨®n. Ha vuelto un sentido de pa¨ªs entrelazado con los mismos problemas. Para los nacionalismos ha sido un fastidio.
No hablar de Catalu?a. Incre¨ªble, durante tres meses dejamos de discutir sobre ella. Lo echaremos de menos.
Gastar menos. Esta austeridad impuesta, con el m¨ªnimo indispensable y la perspectiva de tiempos inciertos, ha replanteado el consumo en cada casa porque se ha visto que se puede vivir con menos. Se cuestiona la vida que llev¨¢bamos. Aunque es violento decirlo, hay cosas de la pandemia que nos han gustado, el par¨®n como liberaci¨®n y oportunidad de pensar.
Ir sin dinero. Hasta pagas el pan o en el quiosco con tarjeta. Incluso el de los helados ha puesto un dat¨¢fono. Cuando te piden dinero por la calle, ya nunca llevas nada suelto. Para los mendigos y los m¨²sicos ambulantes es un drama.
Conspiraciones. Mucha gente se cree todo lo que lee por ah¨ª, y encima no sabe ni d¨®nde lo ha le¨ªdo, ya lo sab¨ªamos, pero esta crisis ha marcado r¨¦cords, pol¨ªticos incluidos. El desvar¨ªo ha pegado fuerte en medio de la confusi¨®n, con teor¨ªas paranoicas que se superaban unas a otras. Pero al mismo tiempo los l¨ªderes m¨¢s populistas y bocazas se han estrellado: Trump, Bolsonaro, Boris Johnson. Y se ha restaurado el papel de los cient¨ªficos, de los que saben. Para descubrir que la opini¨®n autorizada es muy prudente y admite saber poco, y que una vacuna no se hace de la noche a la ma?ana, es un logro de la medicina, del estudio y del dinero.
La fragilidad. Todo puede pararse de golpe. Cierra tu empresa de la noche a la ma?ana. Eso no lo sab¨ªamos, pens¨¢bamos que nuestras sociedades eran invulnerables, salvo invasi¨®n marciana o guerra nuclear. La irrupci¨®n de la naturaleza imparable, y encima en su versi¨®n m¨¢s microsc¨®pica, como un aviso o una burla, desbarata cierta concepci¨®n del mundo. El cambio clim¨¢tico, una cat¨¢strofe, de pronto se hace m¨¢s cre¨ªble, y posible, y temible.
Confinamiento. Si hay algo que ahora sabemos, es que se puede estar metido en casa dos meses, ya lo hemos hecho. Si hay que volver a encerrarse no nos asustaremos.
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