¡°Si no nos mata el virus, lo har¨¢ la tristeza¡±
La suspensi¨®n de viajes y reuniones sociales agrava el aislamiento de las personas mayores, el 20% de la poblaci¨®n
Mar¨ªa Y¨¦boles se qued¨® viuda a los 57 a?os. Ahora tiene 89 y sigue luchando. Entonces era por su pensi¨®n de viudedad ¡ª"me encontr¨¦ a Javier Arenas en un restaurante cuando era ministro de Trabajo y tuvimos una discusi¨®n"¡ª y ahora pelea para que las mujeres de su edad no se queden en casa solas, aisladas, acobardadas por el virus, enfermas de tristeza.
¡°Hace unos d¨ªas, a medianoche, me llam¨® una amiga¡±, cuenta la presidenta de la asociaci¨®n de viudas de Zamora, ¡°y me dijo: ¡®Mar¨ªa, tengo mucho miedo, me siento muy mal, llevo tres meses sin pisar la calle¡¯. Me cont¨® que su hija no la dejaba salir por temor a que se contagiara. As¨ª que llam¨¦ por tel¨¦fono a la hija y le dije: ¡®O ma?ana sacas a tu madre a dar un paseo o la saco yo¡¯. Hombre, ya est¨¢ bien. Yo s¨¦ que lo hacen para protegernos, pero se equivocan. Somos mayores, no tontas¡±.
Mar¨ªa y sus amigas forman parte de un colectivo muy grande. De los 47 millones de espa?oles, casi el 20%, es decir, unos nueve millones, tienen m¨¢s de 65 a?os. De ellos, m¨¢s de dos millones viven solos. Y de los que viven solos, el 72% son mujeres. El azote del virus y las medidas de confinamiento est¨¢n destruyendo tambi¨¦n el mundo que, con m¨¢s ganas de vivir que achaques, se hab¨ªan construido para cuando las responsabilidades quedasen atr¨¢s.
Hay quienes, como Guillermo Garc¨ªa, un ex guardia civil de La Palma del Condado (Huelva), se lo toman con filosof¨ªa: ¡°Yo tengo ya 87 a?os y me hac¨ªa hasta cinco viajes al a?o con el Imserso, pero ahora los han suspendido y estoy aparcado. Pr¨¢cticamente solo voy de mi casa a la plaza, me tomo un caf¨¦ con un amigo y me vuelvo para atr¨¢s. Ya no se sale con esa alegr¨ªa que se sal¨ªa antes, sales pero no sales, sales cohibido¡±.
Hay quien ni a la plaza va. Para Ena Velasco, de 70 a?os, el mundo se ha vuelto cuesta arriba. ¡°A las personas mayores¡±, explica desde su casa en el barrio madrile?o de La Ventilla, ¡°el confinamiento obligatorio nos dej¨® traumatizadas. Una persona joven puede decir: esto pasar¨¢. Pero nosotros no. Nos est¨¢n amargando el final de nuestra vida. Es as¨ª como me siento, amargada. Yo iba a dos centros culturales, pero ahora est¨¢n cerrados. Te dicen que sigamos en contacto por Internet, pero no saben si tienes ordenador, o si te alcanza para pagar la cuota de conexi¨®n. Todo est¨¢ hecho para los j¨®venes. Ellos est¨¢n acostumbrados a lo virtual, pero nosotros necesitamos tocar, palpar, ver al profesor, a los nietos, al m¨¦dico... Y ya ni los m¨¦dicos te atienden, tambi¨¦n ellos est¨¢n confinados, como protegi¨¦ndose, con miedo. Llamas al ambulatorio y no te cogen el tel¨¦fono, y cuando te lo cogen, te dan cita para una consulta telef¨®nica para varios meses despu¨¦s, aunque le digas que tienes depresi¨®n y piensas cosas horribles. Hasta ahora me sent¨ªa joven, ya no. Si no nos mata el virus, lo har¨¢ la tristeza¡±.
Cristina Mart¨ªn pertenece al grupo cooperativo Tangente, que trata de dar consuelo a mujeres como Ena Velasco, ayudarlas a combatir la soledad no deseada, tejer redes de afecto en los barrios de Madrid. ¡°En los ¨²ltimos meses¡±, explica, ¡°el cierre de los centros de mayores y de los centros culturales ha agravado much¨ªsimo la situaci¨®n de aislamiento y soledad. La p¨¦rdida de contacto social y con los familiares es muy grande y eso ha derivado en muchos casos en un agravamiento de la salud. Al tratarse adem¨¢s de poblaci¨®n de riesgo, la angustia y el miedo se traducen en estr¨¦s, ansiedad, trastornos de sue?o...¡±.
Maite del Campo tiene 66 a?os y vive en San Sebasti¨¢n. Josefina, su madre, tiene 89 y reside en Zamora. En los meses del confinamiento absoluto, madre e hija quedaban a una hora fija para hablar por tel¨¦fono mientras paseaban por el pasillo de sus casas respectivas. ¡°Se le ocurri¨® a ella¡±, recuerda Maite, ¡°y la verdad es que fue una buena idea. Mi madre tiene mucho miedo a quedarse quieta. Sabe que a esa edad es muy dif¨ªcil recuperar la movilidad que pierda¡±. Madre e hija son un buen ejemplo de un fen¨®meno cada vez m¨¢s frecuente debido al aumento de la esperanza de vida. ¡°Las dos estamos jubiladas¡±, explica Maite, ¡°pero esos 23 a?os que nos separan se agigantan debido a la brecha digital. Nosotros tenemos acceso a cosas que ellos ni se imaginan, y a m¨ª me da un cierto miedo que eso mismo nos pase a nosotros dentro de unos a?os. Un ejemplo son los bancos. Yo ya he visto c¨®mo dos personas delante de m¨ª se tuvieron que marchar de una sucursal sin hacer una gesti¨®n porque no entend¨ªan la tecnolog¨ªa... Y, durante el confinamiento, los que hemos tenido acceso a la tecnolog¨ªa hemos podido seguir vi¨¦ndonos. La generaci¨®n de mi madre, solo por tel¨¦fono¡±.
Rafael Villafranca trabaj¨® toda su vida de profesor y ahora es presidente del club de jubilados de Cascante, en la Ribera de Navarra. Durante los ¨²ltimos a?os su preocupaci¨®n ha consistido en ¡°sacar a la gente de casa¡±, que los jubilados siempre tuvieran algo que hacer. ¡°Los martes y los viernes¡±, explica, ¡°ten¨ªamos bingo en el club de jubilados. Siempre acud¨ªan 60 o 70 personas, las mujeres arregladas para la ocasi¨®n. Luego estaban los viajes del Imserso, y tambi¨¦n los de un d¨ªa que organiz¨¢bamos por nuestra cuenta. El ¨²ltimo fue en marzo a la bas¨ªlica de Javier, ahora ya nada¡±.
La preocupaci¨®n actual de Rafael Villafranca es otra: ¡°Hay miedo, bastante miedo entre la gente mayor. Me consta que hay hijos que quieren que sus padres salgan a la calle y ellos no quieren. Y estoy muy preocupado porque me parece que revertir la situaci¨®n va a costar mucho. No se van a atrever f¨¢cilmente a volver a la vida anterior. Nos van a hacer falta dos o tres a?os, y a estas edades eso es mucho tiempo¡±. Y luego est¨¢ lo que m¨¢s duele:
¡ªLa ¨²ltima vez que abrac¨¦ a mis nietos fue por carnavales...
El viernes por la tarde, en la asociaci¨®n de jubilados de la calle Idiakez, en el centro de San Sebasti¨¢n, solo hay una mesa ocupada. Jos¨¦ Luis, de 84 a?os, relojero jubilado, cumple con precisi¨®n su ritual de todas las tardes desde que el virus cambi¨® las ciudades y los rostros. ¡°Despu¨¦s de comer en casa con mi mujer y mi hija¡±, detalla, ¡°vengo aqu¨ª, me pido un cortadito, veo la serie y sobre las seis y pico vuelvo a casa. Antes sal¨ªa a andar con los amigos, pero ya los amigos no van y lo ¨²nico que hago es esto¡±.
La nueva normalidad es un hombre de 84 a?os solo, en medio de un bar desangelado, mirando un televisor colgado en la pared desde detr¨¢s de una mascarilla, con el paraguas encima de la mesa.
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