Atrapadas en la prostituci¨®n: ¡°Y luego lo llaman dinero f¨¢cil¡±
El Gobierno prepara dos leyes para combatir la pr¨¢ctica, que engulle a cerca de 350.000 mujeres en Espa?a. Un recorrido de madrugada por el pol¨ªgono de Marconi, en Madrid, muestra las condiciones en las que ejercen

Lo primero que hace Susana (nombre ficticio) al llegar al descampado en el que ejerce la prostituci¨®n al atardecer es esconder la ropa entre los matorrales. Nadie de su familia sabe que est¨¢ aqu¨ª. Si se la roban ¨Ca veces pasa¨C, tendr¨¢ que volver a casa con su chaquetita de domador, las sandalias de plataforma y las nalgas al aire. Es un h¨¢bito com¨²n en este pol¨ªgono industrial a unos 14 kil¨®metros del centro de Madrid. No solo es un cambio de ropa, otras mujeres dicen a su entorno que est¨¢n trabajando en un bar o cuidando a un anciano, nunca que pasan jornadas largu¨ªsimas en este lugar, convertido en uno de los epicentros de la prostituci¨®n en la capital. Las hay que los domingos apagan el m¨®vil para que sus hijos no lean los mensajes de los clientes fijos.
Es ya de noche y un equipo de M¨¦dicos del Mundo ¨Duna trabajadora social, dos voluntarias y un voluntario¨D recorre las calles del pol¨ªgono Marconi, al sur de Madrid, donde est¨¢n las prostitutas, rodeadas de matorrales, basura, colchones viejos y las luces de los coches que recorren la zona en procesi¨®n. Ofrecen materiales de protecci¨®n a las mujeres: una bolsa llena de condones (fresa para las felaciones, XL y natural), lubricante, mascarillas y spray desinfectante para los tejidos contra la covid. Su misi¨®n es darles acompa?amiento ¨Dbromean con ellas, se dirigen a ellas por su nombre¨D, escuchar sus historias, a veces terribles, y, sobre todo, tratar de sacarlas de aqu¨ª. Pero nunca es f¨¢cil. EL PA?S les acompa?a en este recorrido. El acuerdo es no tomar fotograf¨ªas y ocultar identidades y nacionalidades de las mujeres.
La trabajadora de la ONG pregunta a Susana qu¨¦ tal las vacaciones. Ella cuenta que ha estado con su hijo en un hotel de un pueblo de mar y que su ni?o le dec¨ªa: ¡°Mami, qued¨¦monos a vivir aqu¨ª¡±. Lo dice sonriendo, pero el aire trivial y alegre de la conversaci¨®n se desvanece enseguida cuando se refiere a la vuelta al pol¨ªgono tras el verano. Cuenta que hace d¨ªas un cliente quiso romper el preservativo a escondidas para tener sexo sin protecci¨®n. Una de las voluntarias explica despu¨¦s que a veces las mujeres se quedan embarazadas tras estas agresiones. ¡°Y luego lo llaman dinero f¨¢cil¡±, apostilla otra de las voluntarias. En la furgoneta con la que visitan a las mujeres llevan tests de embarazo.
Espa?a concentra el mayor porcentaje de hombres que pagan por sexo de Europa, y es el tercero del mundo despu¨¦s de Tailandia y Puerto Rico, seg¨²n un informe de 2016 de la Fundaci¨®n Scelles, de Francia, especializada en analizar la explotaci¨®n sexual. Se calcula que unas 350.000 mujeres se prostituyen en Espa?a en pol¨ªgonos, clubes y pisos. Hasta ahora, ning¨²n Gobierno ha abordado de forma transversal la situaci¨®n de estas mujeres. Hay dos leyes en tr¨¢mite con medidas contra la prostituci¨®n. La m¨¢s avanzada es la futura ley de libertad sexual que persigue castigar la explotaci¨®n de la prostituci¨®n ajena.

Los datos no son oficiales, son c¨¢lculos, pero la polic¨ªa considera que la gran mayor¨ªa de las prostitutas en Espa?a, el 80%, son v¨ªctimas de trata sexual. Seg¨²n Naciones Unidas, la trata es la acci¨®n de captar con amenazas o por la fuerza a personas para explotarlas. Les empuja la precariedad, no tienen documentos para trabajar, muchas han vivido violencia y agresiones sexuales en la infancia. Las ONG que trabajan con ellas comparan el trauma que sufren con los que viven las v¨ªctimas de tortura. El Gobierno tambi¨¦n ha previsto una ley integral contra la trata, a¨²n sin texto, en la que quieren atender a las mujeres aunque no presenten denuncias, crear itinerarios alternativos para que puedan encontrar un trabajo. La falta de documentaci¨®n en regla es uno de los obst¨¢culos m¨¢s grandes de las que quieren dejar la prostituci¨®n y una de las razones principales, junto a la precariedad laboral, para empezar a ejercerla. Por eso M¨¦dicos del Mundo pide al Ejecutivo modificaciones de la ley de extranjer¨ªa para facilitar su regulaci¨®n.
Todas estas iniciativas legislativas y el ruido pol¨ªtico que las acompa?a suenan muy lejanos en la oscuridad de Marconi. Susana no tiene papeles. No puede buscar trabajo. Tampoco Belinda, una mujer negra con melena eterna. Lleva siete a?os en Madrid, la mayor¨ªa de las noches en este punto de la acera. La violencia y el dolor est¨¢n presentes en los relatos que escuchan las voluntarias. Belinda explica gesticulando que no permite que le empujen con violencia la cabeza para las felaciones. ¡°?Un respeto!¡±, exclama. ¡°Luego llego a casa cansada y con dolor en todo el cuerpo¡±.
En esta noche de mediados de septiembre, quiz¨¢ porque empieza a refrescar, hay menos mujeres y menos tr¨¢fico. En el pol¨ªgono, se distribuyen casi por nacionalidades. Sobre todo hay mujeres rumanas, nigerianas, latinoamericanas y algunas espa?olas. Otra zona es la que ocupan las prostitutas transg¨¦nero y otra, donde se encuentran las personas que sufren un mayor deterioro f¨ªsico, el ¨¢rea de las adictas a la droga, en la que el voluntario de la ONG cuenta que muchas apenas pesan 40 kilos y caminan como zombies. ¡°A saber qu¨¦ les piden a esas mujeres, qu¨¦ les har¨¢n¡±, dice la trabajadora. En el grupo de las nigerianas algunas van con un tanga y chaquetillas min¨²sculas. Son todas muy j¨®venes. Hablan poco, apenas han podido aprender el castellano. Cuando hace fr¨ªo, van vestidas igual y se calientan con bidones y pal¨¦s que les venden hombres que pasan por la zona. A veces la polic¨ªa les apaga los fuegos con agua y les ponen multas por encenderlos en la v¨ªa p¨²blica.
Juani y Mar¨ªa se hicieron amigas en este infierno. Juani, latinoamericana, vio un d¨ªa aparecer a Mar¨ªa por el pol¨ªgono y pens¨® que era una vecina de la zona, con su jersey sin escote y su melena rubia. Mar¨ªa empez¨® a prostituirse durante la pandemia, ya pasados los 40, despu¨¦s de que muriera su marido. Tiene un hijo. Cada una se sienta en una silla en un extremo de la calle. A Juani le duele mucho un pecho. Le ha salido un bulto que le preocupa y ense?a el pez¨®n mientras tuerce el gesto. Mar¨ªa le quita hierro para no preocupar a su amiga.
A unos metros, una persona hurga por el suelo junto a una caseta sucia rodeada de basura. A simple vista parece un adolescente mir¨®n. En realidad acaba de quitarse la peluca negra larga, los tacos y la falda. Tiene algo m¨¢s de 20 a?os. ¡°Puteo desde los 16 a?os¡±, dice. Ahorra todo lo que gana para operarse el pecho, dulcificarse los rasgos, y quitarse el pene, ¡°pero hacerlo bien, con clase, para que no me dejen una hamburguesa ah¨ª abajo¡±. Fuma un purito fino. Al d¨ªa siguiente tiene cita para pedir la hormonaci¨®n. Lleva desde los 13 queriendo hacerlo. Tiene una cicatriz desde la mu?eca al pliegue del codo disimulada por varios tatuajes superpuestos. Se intent¨® suicidar. Le ingresaron en psiquiatr¨ªa. Dice que su madre es ¡°un mal bicho¡± porque no quiere que se opere: qu¨¦ dir¨¢ la abuela, qu¨¦ dir¨¢n las vecinas. Cuenta que su padre intent¨® violarle. Le da vueltas a c¨®mo podr¨¢ pagar las operaciones en negro, con dinero contante y sonante en fajos. Hoy se va despu¨¦s de tres horas y 115 euros. Eso es un dineral. Algunos servicios en Marconi se cobran a cinco euros.
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