Historia de un corresponsal
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No s¨¦ por d¨®nde empezar. Tampoco lo sab¨ªa entonces. Hace algo m¨¢s de 30 a?os, una mujer que fumaba puros y nunca perd¨ªa la calma me propuso trabajar en la secci¨®n de Internacional de EL PA?S. Aquella redactora jefa, Maril¨® Ruiz de Elvira, era muy inteligente, pero ese d¨ªa, a saber por qu¨¦, me ofreci¨® el puesto. Pude haber respetado el axioma marxista y negarme a ingresar en un club capaz de admitir a un socio como yo. La tentaci¨®n, sin embargo, result¨® irresistible. Las p¨¢ginas de Internacional eran las primeras del peri¨®dico, lo que indicaba la importancia con que se valoraba esa informaci¨®n, y en ellas firmaba gente a la que yo atribu¨ªa (creo que ah¨ª no me equivocaba) caracter¨ªsticas casi mitol¨®gicas. Pens¨¦ que me dar¨ªa tiempo a aprender algo antes de que, inevitablemente, descubriesen mi ignorancia.
No era solo la asombrosa red de corresponsales, a la que pertenec¨ªan periodistas como Pilar Bonet (durante la reuni¨®n londinense del G7 sobre la URSS, en 1991, la vi marcar el tel¨¦fono del entonces ministro de Exteriores, Eduard Shevardnadze, y charlar con ¨¦l), Pepe Comas, Soledad Gallego-D¨ªaz o Jes¨²s Ceberio. Tambi¨¦n andaban por all¨ª, en la Redacci¨®n o enviados por el mundo, monstruos como Miguel ?ngel Bastenier o Carlos Mendo. Esos dos, cuando se cruzaban por un pasillo, no perd¨ªan el tiempo salud¨¢ndose. Se lanzaban preguntas diab¨®licas, cosas del tipo: ¡°?Qui¨¦n era el ministro de Defensa de la India en 1954?¡±. Y conoc¨ªan la respuesta.
Con el tiempo, yo tambi¨¦n fui corresponsal. Me pareci¨® incre¨ªble que me enviaran a Londres, y a¨²n m¨¢s incre¨ªble que luego siguieran desplaz¨¢ndome por lugares fascinantes. El caso es que era dif¨ªcil meter mucho la pata, porque los editores de Madrid expurgaban con mimo los fallos. Una vez, cuando estaba en Washington, Luis Mat¨ªas L¨®pez me llam¨® para indicarme que hab¨ªa cometido un error al referirme a una determinada operaci¨®n militar, y de paso me dio una lecci¨®n gratuita sobre la intrincada organizaci¨®n interna del Ej¨¦rcito iraqu¨ª.
Mantener corresponsales a tiempo completo sale muy caro. Con la crisis de la industria period¨ªstica, casi todos los medios han ido cerrando sus redes exteriores o reduci¨¦ndolas al m¨ªnimo. Hay quien dice que las corresponsal¨ªas ya no tienen sentido porque el ordenador nos conecta minuto a minuto con la actualidad mundial. Es un punto de vista. Pero de las redes brotan con la misma fuerza la verdad y la mentira (en alg¨²n disparate ha incurrido este mismo peri¨®dico por fiarse de las redes) y nada resulta tan fiable como tener a alguien all¨ª donde ocurren los hechos, viendo y escuchando personalmente. Si ese alguien es capaz, adem¨¢s, de descifrar el acontecimiento y de interpretarlo, lo que aporta es muy valioso.
EL PA?S se ha negado a plegar velas y a mirar el mundo desde lejos. La informaci¨®n internacional sigue ocupando el primer lugar en la barra de secciones de la edici¨®n digital y la red de corresponsales, en vez de menguar, se ha ampliado. En las Am¨¦ricas, el despliegue es impresionante. Y se hace lo imposible por estar donde hay que estar. Disponer de un periodista como Jaime Santirso en la ciudad china de Wuhan, el epicentro del coronavirus, es un lujo. Como lo fueron las cr¨®nicas de Alfonso Armada, Gervasio S¨¢nchez y Ram¨®n Lobo desde Bosnia o Sierra Leona, o las de Maruja Torres desde Panam¨¢ (le mataron a Juantxu Rodr¨ªguez, aquel fot¨®grafo espl¨¦ndido), o tant¨ªsimas otras. Como lo ser¨¢n, supongo, las cr¨®nicas a¨²n por escribir, o retratar o filmar o retransmitir. Ese lujo del que hablo requiere enormes cantidades de sacrificio, esfuerzo, talento y dinero.
La informaci¨®n internacional se derrama por diferentes secciones (es el caso del coronavirus) y confiere solvencia a este artefacto period¨ªstico para el que ya no hay horas de cierre ni horas de apertura. Ha cambiado la tecnolog¨ªa, han cambiado los h¨¢bitos de lectura, pero las cosas esenciales son las mismas de antes. Al mando de la legi¨®n extranjera sigue habiendo alguien (ahora se llama Andrea Rizzi) capaz de mantener la calma mientras se suceden las alarmas, y la red de corresponsales mantiene una calidad casi exagerada.
No deber¨ªa haber tipos capaces de trabajar tanto y tan bien como Marc Bassets, ni reporteras tan perspicaces como Ana Carbajosa o Mar¨ªa R. Sahuquillo, ni sabios de la cosa europea como Bernardo de Miguel, ni testigos tan fidedignos como Francesco Manetto, ni descifradores del caleidoscopio italiano tan precisos como Daniel Verd¨². No deber¨ªa haber tipos y tipas de ese nivel, y del nivel de los much¨ªsimos que no cito, porque intimidan a los polizones como yo. Pero es lo que hay. Los disfruto en calidad de lector. En calidad de miembro (todav¨ªa) de un club que jam¨¢s debi¨® haberme aceptado, procuro seguir aprendiendo y disimulo. Alg¨²n d¨ªa me descubrir¨¢n.
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