Territorio personal
El diario inicia una etapa clave con la implementaci¨®n de un modelo de suscripci¨®n digital. Los lectores podr¨¢n acceder a 10 art¨ªculos mensuales; despu¨¦s necesitar¨¢n suscribirse. El precio es de 10 euros al mes, con una oferta del primero por un euro. Este art¨ªculo pertenece a una serie sobre los pilares de EL PA?S
He ido a la hemeroteca de EL PA?S para saber cu¨¢ndo le¨ª la frase por primera vez. Fue en 1994; yo ten¨ªa 16 a?os. La escribi¨® Manuel Vicent al salir de un encuentro con un brujo cubano que le ech¨® los caracoles para que el escritor supiese su futuro. Le dijo, el brujo, que morir¨ªa sentado en una mecedora sin molestar a nadie. Y Vicent escribi¨®: ¡°Siempre he so?ado que una manera elegante de acabar con este baile ser¨ªa sentarse en una mecedora blanca con un sombrero de paja junto al Mediterr¨¢neo y guardar un silencio definitivo durante muchos a?os mirando el horizonte sin mover una pesta?a¡±.
Esa larga frase me persigui¨® durante tanto tiempo que hab¨ªa d¨ªas en que cre¨ªa que la hab¨ªa convertido en un prop¨®sito. ?l fue mi primera firma de EL PA?S, la primera que, cont¨¢ndome su muerte, hice parte de mi vida. Y encontr¨¦ muchos a?os despu¨¦s este art¨ªculo suyo de 1988: ¡°Una mecedora blanca, algunas diosas de escayola en el jard¨ªn, las paredes de la terraza pintadas con cal, una parra de sombra amorosa, lib¨¦lulas y campanillas moradas en la alberca, las persianas verdes, cortinas que inflan la brisa durante la siesta, sonido de una mosca vibrando en la penumbra, el Mediterr¨¢neo en la ventana (¡) Dejar pasar las horas, desechar cualquier ambici¨®n, vivir el sol en medio de una elegante austeridad, tomar aceite de oliva, andar descalzo sobre la sal, navegar en aguas de dulzura y no desear nada sino amigos y ensaladas de apio. He aqu¨ª el inventario de mi fe¡±.
Ese inventario suyo miles de lectores lo han hecho con ¨¦l y con firmas como ¨¦l que han convertido su territorio, el de las columnas de Opini¨®n, en un lugar personal¨ªsimo al que volver sin dar explicaciones. Desde el an¨¢lisis pol¨ªtico hasta el cient¨ªfico, desde un instante de felicidad o dolor de la vida de alguien. La secci¨®n de firmas de EL PA?S, desde las veteranas e ilustres a las m¨¢s j¨®venes, ha sido siempre una especie de sala de m¨¢quinas con la que abordar, de una forma diferente a la sala principal, el funcionamiento del peri¨®dico. Un espacio privilegiado en el que conviven especies distintas que, de no encontrarse con la palabra, no se encontrar¨ªan nunca. Del diario tiran las noticias y las grandes coberturas; al diario lo explican columnistas para los que, como dice Mario Vargas Llosa, ¡°practicar el periodismo es una manera de estar al d¨ªa¡±.
Un d¨ªa, cuando muchos no hab¨ªamos nacido, Rafael Alberti, uno de los primeros grandes articulistas de este diario, convirti¨® a Picasso en paloma: ¡°Durante toda mi vida he ido buscando una sola paloma. Sin conseguir retenerla para siempre, la misma de aquel poema que dediqu¨¦ a Pablo Picasso que, de tanto vivir rodeado de ellas, lleg¨® a creerse que ¨¦l mismo tambi¨¦n lo era¡±. Y Mar¨ªa Zambrano, otra columnista ilustre, se desped¨ªa de Jos¨¦ Herrera Petere, poeta exiliado y ¡°poema ¨¦l mismo¡±.
Uno se educa leyendo los peri¨®dicos y crece buscando su pasado; al fin y al cabo todo peri¨®dico lo es cuando se termina de leer. Umbral se marchaba antes de que empezase la fiesta para contarla al d¨ªa siguiente en EL PA?S.
Recuerdo de V¨¢zquez Montalb¨¢n tantas cosas (¡°En Espa?a se ha formado una especial casta de monoliberales con la unidimensionalidad de su pensamiento marcada por un toque pijo de palabra, obra y omisi¨®n que merece un lugar en cualquier Museo de la Mujer y del Hombre, naturalmente¡±) que me quedo con una cr¨®nica trist¨ªsima en la que Juan Cruz dice que hubiera dado sus pulmones en aquella carrera para llegar a la puerta de embarque de Bangkok en la que se qued¨® para siempre el escritor barcelon¨¦s.
Hay palabras que ya no se despegan, y las de las columnas son, muchas veces, las que m¨¢s se parecen a m¨ª, a lo que quiero ser o a lo que ya he dejado de ser. Una vez abr¨ª el peri¨®dico y le¨ª a Garc¨ªa M¨¢rquez contando c¨®mo le sali¨® la primera frase de Cien a?os de soledad. Otra vez me encontr¨¦ esta frase de Leila Guerriero: ¡°Todos hemos sido alguna vez el monstruo de alguien¡±. Un sombrero de paja, una mecedora blanca y el Atl¨¢ntico, que me perdone Vicent. Es todo cuando se necesita, siempre que se haya acabado de leer el peri¨®dico. Siempre que se haya acabado de estar al d¨ªa.