Se marcha el mago
Fallece Steve Jobs, el hombre que revolucion¨® el ordenador personal con los Mac, el cine de animaci¨®n con Pixar, la m¨²sica con el iPod, los m¨®viles con el iPhone, y pretend¨ªa cambiar los medios de comunicaci¨®n con el iPad
El pasado 25 de mayo Steve Jobs dejaba el tim¨®n de su compa?¨ªa. Desde el lugar desconocido donde cuidaba de su maltrecha salud, Steve Jobs, cofundador de Apple en 1976, habr¨¢ visto con alivio c¨®mo la empresa soport¨® el terremoto de su partida y su sustituci¨®n, que en un principio era temporal, por su lugarteniente Tim Cook. Las cosas, de momento, van viento en popa para Apple, que en abril pasado super¨® a su eterno rival, Microsoft, y se coloc¨® como la segunda compa?¨ªa del mundo por capitalizaci¨®n burs¨¢til, con un valor de 232.000 millones de euros, solo por detr¨¢s del gigante petrolero Exxon. La inc¨®gnita es c¨®mo afectar¨¢ a la compa?¨ªa el tremendo golpe de la muerte de Jobs, cuya imagen era inseparable de la empresa de la manzana.
A los seis meses de iniciar los estudios en el Reed College de Oreg¨®n, los abandon¨®. Solo iba a clase de caligraf¨ªa
Budista, vegetariano, con fama de autoritario, Jobs fue entregado en adopci¨®n por su madre nada m¨¢s nacer
La rivalidad entre Jobs y Gates es legendaria. Son dos l¨ªderes coet¨¢neos, pero sus or¨ªgenes y sus vidas divergen enormemente
Y todo gracias a Jobs. Expulsado de la que era su casa en 1985 y repescado en 1997, en poco m¨¢s de diez a?os consigui¨® el milagro: colocar a Apple en la cima y hacer de ella una de las empresas punteras del mundo en innovaci¨®n. Un logro m¨¢s de esta especie de rey Midas moderno que solo cobraba un d¨®lar simb¨®lico al a?o, y convirti¨® en oro casi todo lo que toc¨®.
Jobs ten¨ªa el don de anticiparse a los deseos de los consumidores. Lo consigui¨® con los ordenadores iMac, con el iPod, con el iPhone, con el iPad, productos que han conformado la fisonom¨ªa de nuestro mundo. La gente, cre¨ªa, no est¨¢ en condiciones de saber cu¨¢l ser¨¢ el siguiente producto estrella. Por eso le gustaba la frase de Henry Ford, el hombre que hizo del autom¨®vil un producto de consumo masivo: "Si les hubiera preguntado a mis clientes lo que quer¨ªan, me habr¨ªan dicho: 'Un caballo m¨¢s r¨¢pido".
Budista, vegetariano -aunque com¨ªa tambi¨¦n pescado-, con fama de autoritario e intratable, casado y padre de cuatro hijos- a la mayor, fruto de una relaci¨®n juvenil tard¨® meses en reconocerla-, Jobs marc¨® desde el principio por un destino especial. Nacido en San Francisco, en febrero de 1955, sus padres, dos j¨®venes licenciados de la Universidad de Wisconsin, decidieron darle en adopci¨®n. Su madre, seg¨²n contar¨ªa el propio Jobs muchos a?os despu¨¦s, hab¨ªa localizado a un matrimonio de abogados de buena posici¨®n para entregarles a la criatura, pero a ¨²ltima hora lo rechazaron porque quer¨ªan una ni?a. Se abri¨® pas¨® entonces una soluci¨®n de urgencia, la de los Jobs, los segundos en la lista de aspirantes al beb¨¦, un matrimonio de Mountain View, una peque?a ciudad en el ¨¢rea de la bah¨ªa de San Francisco (California). No puede decirse que fuera la mejor manera de llegar al mundo, pero el peque?o Steve Paul Jobs tard¨® en enterarse de estos detalles.
En alg¨²n momento de su vida, sin embargo, el asunto debi¨® de obsesionarle lo suficiente como para contratar a un detective privado para que localizara a su madre biol¨®gica. Result¨® ser Joanne Simpson, especialista en terapia del lenguaje que finalmente se hab¨ªa casado con el padre de Steve, Abdulfattah Jandali, sirio de religi¨®n musulmana, poco despu¨¦s de entregarle a ¨¦l en adopci¨®n. La pareja dur¨® apenas cuatro a?os, tiempo en el que naci¨® una hija, Monna Simpson, una escritora famosa en Estados Unidos. Todo un culebr¨®n que contribuy¨® seguramente a construir la personalidad herm¨¦tica y exigente del jefe de Apple.
?Vivi¨® Jobs el episodio como el primer rechazo de su vida? Es imposible saberlo. En Estados Unidos no son infrecuentes los vientres de alquiler, ni este tipo de acuerdos para evitar el recurso al aborto en casos de embarazos indeseados. Pero no era lo m¨¢s frecuente en los a?os cincuenta. Lo ¨²nico claro es que las relaciones de la se?ora Simpson con su hijo se reanudaron, ya que fue invitada a la boda de Steve, oficiada por su gur¨² budista, en 1991. El padre, en cambio, fue borrado de la memoria del patr¨®n Apple. Los Jobs, la pareja que le cri¨®, eran gente normal de clase obrera, con pocos estudios, que prometieron gastar sus ahorros en dar al ni?o una buena educaci¨®n. Despu¨¦s de asistir a la escuela de Cupertino (California), pas¨® al Reed College de Portland (Oreg¨®n).
Inconformista y autodidacta por naturaleza, dej¨® los estudios a los seis meses de iniciarlos, pero sigui¨® yendo a algunas clases. No faltaba a las de caligraf¨ªa, mientras malviv¨ªa recuperando latas vac¨ªas de Coca- Cola y disfrutando de la caridad de los comedores de los Hare Krishna. Jobs pertenec¨ªa a una generaci¨®n que se entreg¨® a los ¨ªdolos de sus hermanos mayores: devoto de Bob Dylan y de los Beatles, tuvo, a?os despu¨¦s, una relaci¨®n con la cantante Joan Baez. A mediados de los setenta viaj¨® a la India en busca de la paz interior. Experiment¨® con el LSD y volvi¨® convertido al budismo. Sin haber perdido un ¨¢pice del talento y el sentido pr¨¢ctico que le llevar¨ªan a crear Apple, con la ayuda de su amigo Steve Wozniak, en el garaje de su casa, en 1976.
El ¨¦xito temprano, y los tremendos enfrentamientos despu¨¦s en el seno de Apple, las dificultades para competir con los sistemas operativos de Microsoft, que les gan¨® inicialmente la partida, forjaron el car¨¢cter de Jobs. Un tipo trabajador, entregado con pasi¨®n a su empresa, acostumbrado a controlar todas las variables de su vida. Buscar el propio camino, seguir los propios criterios, vivir de acuerdo con lo que uno realmente piensa de las cosas, ese era su ideario. En junio de 2005 aconsej¨® a los estudiantes de Stanford reci¨¦n licenciados: "No os dej¨¦is atrapar por los dogmas, que es vivir con el resultado del razonamiento de otros. No dej¨¦is que el ruido de las opiniones ajenas ahogue vuestra voz interior, Y, lo m¨¢s importante, tened el coraje de seguir vuestros impulsos y vuestra intuici¨®n. Porque de alguna manera son los que saben lo que quer¨¦is ser. Lo dem¨¢s es secundario".
El consejo no parece f¨¢cil de seguir, pero a Jobs le llev¨® a la cima y le convirti¨® en una de las personas m¨¢s reverenciadas y temidas de Silicon Valley. Como ha explicado Jean-Louis Gasse, ejecutivo que trabaj¨® un tiempo a sus ¨®rdenes, "las democracias no crean productos estupendos, se necesita un tirano competente para eso". Y los productos de Apple lo son. La firma de la manzana ha conquistado no solo un mercado, sino una legi¨®n de admiradores. En noviembre pasado, Christie's subast¨® el primer ordenador -el Apple I- salido del garaje de la casa de Jobs, en 1976. Lo compr¨® un italiano, por casi 160.000 euros, para incorporarlo a un museo de Apple.
Es verdad que el mito estuvo a punto de perecer en los a?os noventa, tras una serie de fracasos de la firma de Cupertino, con productos lanzados al mercado que no obtuvieron ¨¦xito. Pero entonces lleg¨® la salvaci¨®n. Apple compr¨® Next, una empresa de ordenadores puntera creada por Jobs en los a?os de exilio aunque no especialmente rentable, y con ella regres¨® el antiguo jefe. La noticia no fue celebrada por todos. Muchos empleados se echaron a temblar. La leyenda dice que coincidir con Jobs un mal d¨ªa en el ascensor pod¨ªa significar un despido fulminante. ?l no lo negaba del todo. En unas declaraciones a la revista Fortune, hace casi tres a?os, explicaba: "Mi trabajo no es ser un tipo f¨¢cil con la gente, sino procurar que mejoren. Mi tarea es unir las diferentes piezas de la compa?¨ªa, despejar los obst¨¢culos del camino y conseguir el dinero para los proyectos clave". No todas las ideas geniales sal¨ªan de su cabeza, pero Jobs era el que escog¨ªa qu¨¦ proyectos desarrollar y el que daba forma definitiva al producto resultante. Su criterio, aseguran empleados y ex empleados, era vital.
Otra cosa era lidiar a diario con un tipo de sus caracter¨ªsticas, que viv¨ªa por y para Apple, seg¨²n confesi¨®n propia. "Solo le pido a la gente que se enamore de la empresa", dijo m¨¢s de una vez. ?l era el primer enamorado de su criatura, sobre la que ejerc¨ªa un f¨¦rreo control.
Dicen que Jobs no se sent¨ªa un mero genio, un gur¨² cultural, sino un verdadero artista. Su nombre figura en m¨¢s de un centenar de patentes de la firma, y la est¨¦tica es una de sus mayores preocupaciones. En tiempos critic¨® a Microsoft duramente, no tanto por la calidad de sus productos como por "su fealdad". En Apple, la belleza ha sido siempre una parte del todo. Desde el Macintosh, uno de los primeros ordenadores personales que lleg¨® a los consumidores, en 1984, hasta el m¨¢s moderno iMac, un ordenador de mesa que solo consta de teclado y pantalla. "El sistema operativo tiene sus dificultades, pero se entiende admirablemente con cualquier aparato que le conectes, c¨¢mara de fotos, de v¨ªdeo, iPod", dice una usuaria que compr¨® un iMac hace un par de a?os al precio, ciertamente no econ¨®mico, de 1.000 euros. Est¨¦tica y funcionalidad se conjugan tambi¨¦n en el iPod, el iPad y en el exitos¨ªsimo iPhone. ?Por qu¨¦ entr¨® Apple en el terreno de la telefon¨ªa m¨®vil? "Todos detest¨¢bamos nuestros tel¨¦fonos m¨®viles, todos ten¨ªamos quejas", dijo Jobs por toda respuesta.
Steve Jobs era un hombre directo, acostumbrado a mandar, sin pelos en la lengua ni tiempo para complacencias. Cuando en octubre de 2003, durante un chequeo rutinario, los m¨¦dicos le descubrieron un tumor en el p¨¢ncreas, decidi¨® tomar el tema bajo su control. Inicialmente, un tumor de p¨¢ncreas era algo bastante serio, pero una biopsia revel¨® que el suyo era de un tipo mucho menos agresivo y perfectamente operable. Pero Job dijo no. No se operar¨ªa y buscar¨ªa otra alternativa, quiz¨¢ de medicina hol¨ªstica. Mientras decid¨ªa qu¨¦ hacer mantuvo una dieta especial. Pero las cosas no funcionaron, y nueve meses despu¨¦s, un tiempo enormemente largo para este tipo de dolencias, se oper¨® en el hospital universitario de Stanford, en San Francisco.
Aunque la intervenci¨®n fue un ¨¦xito, y Jobs reapareci¨® en p¨²blico aparentemente recuperado, la enfermedad no estaba vencida. Su aspecto empeor¨® alarmantemente a finales de 2008. En enero de 2009 fue sometido a un trasplante de h¨ªgado en un hospital de Tennessee. De nuevo emple¨® solo unos meses en recuperarse, pero su salud volvi¨® a deteriorarse a mediados del a?o pasado. Jobs se hab¨ªa convertido en una figura esquel¨¦tica, con el rostro completamente consumido. Finalmente, el lunes 17 de enero se hizo p¨²blico su mensaje electr¨®nico enviado a los empleados de Apple donde, en unos pocos p¨¢rrafos, anunciaba una nueva baja m¨¦dica, sin fecha de regreso. Luego llegar¨ªa su dimisi¨®n como consejero de legado, en agosto pasado.
La enfermedad, al contrario que su trabajo, escapaba a su control. Aunque nadie hablese del tema y el propio Jobs subrayase su derecho a la privacidad, inversores y periodistas se lanzaron a hacer toda clase de especulaciones. Hace unos tres a?os, preguntado por la sucesi¨®n, Jobs respondi¨® con sensatez. "Si algo me ocurre, no ser¨¢ una fiesta, pero hay mucha gente capaz en Apple para sucederme". A corto y medio plazo puede que s¨ª. Las dudas se plantean m¨¢s a largo plazo.
La identificaci¨®n de Jobs con Apple era tal que, seg¨²n las malas lenguas, controlaba desde el dise?o de las sillas hasta la empresa que se contrata para llevar la cafeter¨ªa.
?l hac¨ªa las reglas. Tambi¨¦n en su vida privada. Conduc¨ªa un Mercedes sin placas y, seg¨²n Fortune, a veces aparcaba en los espacios para minusv¨¢lidos. Viv¨ªa en una gran mansi¨®n, pero no profesaba especial amor a los objetos, salvo a los juguetes inform¨¢ticos que crea su compa?¨ªa. Hace a?os adopt¨® un uniforme que se adapta a sus gustos y su est¨¦tica. Una camiseta de manga larga y cuello alto, invariablemente negra, jeans azules y zapatillas deportivas. Tras las gafas de montura ligera brillaban unos ojos intensos y dominantes. Jobs era uno de los mitos vivientes de Silicon Valley, un lugar donde crec¨ªan ¨¢rboles frutales hace unas d¨¦cadas, y donde despuntan ahora las primeras compa?¨ªas de Internet del mundo, empresas punteras como Google o Facebook.
Es legendaria su rivalidad con Bill Gates, fundador de Microsoft, una especie de personalizaci¨®n de la batalla entre las dos empresas. Pr¨¢cticamente coet¨¢neos (Jobs naci¨® en febrero de 1955, y Gates, en octubre de ese a?o), sus or¨ªgenes y su vida no pueden divergir m¨¢s. Gates naci¨® en un hogar acomodado de Seattle, estudi¨® en la Universidad de Harvard (aunque nunca termin¨® sus estudios) y ha desarrollado una segunda personalidad como gran fil¨¢ntropo. Jobs creci¨® en un hogar trabajador en California, fue al Reed College de Portland, dej¨® los estudios a los seis meses, y cort¨® el grifo a las donaciones caritativas nada m¨¢s regresar a Apple. Ambos son grandes triunfadores, pero solo Jobs fue elevado a la categor¨ªa de semidi¨®s, con su culto y sus adoradores, por sus dotes de visionario y los conocimientos tecnol¨®gicos que demostr¨®. Y, al contrario que la de Gates, su carrera registr¨® inusuales retrocesos. Tras el ¨¦xito inicial de Apple, a los 26 a?os era millonario y portada de la revista Times. Pero a los 30 a?os, Jobs se vio de patitas en la calle por incompatibilidad manifiesta con la persona que ¨¦l mismo hab¨ªa contratado para guiar los destinos de Apple, el antiguo jefe de Pepsi Cola John Sculley. ?Por qu¨¦? Diferencias de criterio. En su libro de memorias, Sculley le compara con una especie de Trotski. Un tipo mesi¨¢nico, un purista que persigue la perfecci¨®n m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites razonables. Pero Sculley cay¨®, y Jobs volvi¨® al puesto de mando cargado de ideas.
A?os despu¨¦s reconocer¨ªa que, pese a la amargura del momento, aquel despido fue crucial en su carrera. "Dio paso a la etapa m¨¢s creativa de mi vida". Una etapa en la que fund¨® la empresa Next, se cas¨® con Laurene Powell y dio vida a Pixar, su incursi¨®n en el mundo del cine de animaci¨®n por ordenador, que cosech¨® ¨¦xitos clamorosos con Toy story o Buscando a Nemo y que fue, finalmente, adquirida por Disney.
La enfermedad ha truncado esa espectacular carrera. Para alguien acostumbrado a decidir y a llevar el tim¨®n de una gran empresa debi¨® de ser muy duro rendirse a la evidencia de que lo m¨¢s importante, su salud, fue un tema incontrolable, que se le escap¨® a sus dotes de intuici¨®n, a sus firmes creencias budistas. A todo. Y devolvi¨® a esta deidad de Silicon Valley a la contingente y fr¨¢gil condici¨®n de mortal.
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