Espionaje tecnol¨®gico: el incre¨ªble rescate de un submarino sovi¨¦tico organizado por la CIA
Hace medio siglo, la agencia estadounidense logr¨® la recuperaci¨®n del ¡®K-129¡ä, hundido a 5.000 metros, un alarde tanto desde el punto de vista t¨¦cnico como por mantener en secreto la operaci¨®n
En la madrugada del 11 al 12 de marzo de 1968, hidr¨®fonos emplazados en el fondo del Pac¨ªfico detectaron dos explosiones subacu¨¢ticas. Midiendo el retardo registrado por cada estaci¨®n pudieron establecer su origen y probable naturaleza: un submarino acababa de sufrir una terrible cat¨¢strofe justo sobre el meridiano 180?, la l¨ªnea internacional de cambio de fecha, unos 2.000 kil¨®metros al sudeste de la punta de la pen¨ªnsula de Kamchatka.
Era sovi¨¦tico, concretamente el denominado K-129, que hac¨ªa pocos d¨ªas hab¨ªa abandonado su base de Petropavlosk en patrulla de rutina. Se trataba de un modelo di¨¦sel no especialmente moderno pero s¨ª agresivo: iba cargado con tres misiles nucleares de un megat¨®n, cada uno capaz de arrasar una ciudad.
El almirantazgo sovi¨¦tico envi¨® inmediatamente buques de rescate a la zona donde estimaban se hab¨ªa producido el hundimiento, un movimiento que alert¨® a los servicios secretos occidentales. Pero la operaci¨®n no tuvo ¨¦xito. La profundidad del oc¨¦ano en la zona era de casi 5.000 metros. Tras dos meses de intentos infructuosos, la b¨²squeda se suspendi¨®. El K-129, con su tripulaci¨®n de 83 hombres, se dio por perdido sin que se hubiesen podido determinar las causas del siniestro.
¡®Peces¡¯ esp¨ªas
El incidente intrig¨® a la Marina estadounidense lo suficiente como para investigar lo sucedido. Seis meses despu¨¦s envi¨® a la zona otro sumergible, el Halibut, con la misi¨®n de localizar y fotografiar los restos que deb¨ªan encontrarse en la posici¨®n marcada por los hidr¨®fonos.
El Halibut era un antiguo submarino nuclear adaptado para dedicarlo a ¡°operaciones especiales¡±. Una forma elegante de decir ¡°espionaje¡±. Se desmont¨® la rampa de lanzamiento de misiles y se reforz¨® con un equipo que ning¨²n otro sumergible ten¨ªa: sistemas de precisi¨®n para orientaci¨®n por sat¨¦lite, sonar de ¨²ltima generaci¨®n y una computadora Univac. Y tambi¨¦n un par de c¨¢psulas de exploraci¨®n controladas por cable. Los llamaban, muy adecuadamente, ¡°los peces¡±. Peces que pesaban dos toneladas y hab¨ªan costado cinco millones de d¨®lares cada uno.
Durante dos meses, el Halibut estuvo yendo y viniendo por la zona donde se hab¨ªa detectado la explosi¨®n, arrastrando un ¡°pez¡± en busca de los restos del K-129. No era una operaci¨®n f¨¢cil. El robot deb¨ªa sobrevolar el fondo a pocos metros de altura, lo cual exig¨ªa un cable de remolque de m¨¢s de ocho kil¨®metros. El submarino estaba obligado a mantener un rumbo y velocidad exquisitamente precisos, so pena de empotrar su carga contra el suelo. Para evitar obst¨¢culos, en la oscuridad m¨¢s absoluta, el ¡°pez¡± dispon¨ªa solo de los pulsos que su sonar enviaba a los controladores del Halibut. Tambi¨¦n llevaba unas c¨¢maras y focos para grandes profundidades, pero el haz solo iluminaba un ¨¢rea limitada del fondo. En aquel peque?o rect¨¢ngulo de luz deber¨ªan aparecer en alg¨²n momento los restos del naufragio.
El equipo registr¨® decenas de miles de fotograf¨ªas del fondo. La mayor¨ªa anodinas, aunque en alguna aparec¨ªa alg¨²n pez abisal despistado. Pero por fin, el esfuerzo dio fruto: una de las im¨¢genes mostraba parte de la torreta de un submarino. Estaba tan cerca que hubo que montar un mosaico de varias fotos para tener una vista de conjunto.
Era el K-129, que yac¨ªa en el fondo sobre su costado de estribor. Estaba partido en dos: La secci¨®n de proa ten¨ªa unos 30 metros de longitud. La de popa, con el equipo de propulsi¨®n, hab¨ªa ido a parar a unas decenas de metros de distancia. La parte la torreta, en donde deb¨ªan estar los tres tubos verticales lanzamisiles, estaba da?ada. Uno hab¨ªa desaparecido, quiz¨¢ por efecto de una explosi¨®n; el segundo parec¨ªa vac¨ªo, pero el tercero conservaba el precinto que proteg¨ªa al misil. Y en el interior del casco deb¨ªan encontrarse todav¨ªa otros equipos de inter¨¦s como los transmisores encriptados y los libros de c¨®digos.
El inter¨¦s de la CIA y Nixon
Los mandos norteamericanos debatieron sobre la posibilidad de abrir un boquete que permitiera entrar a un robot submarino y quiz¨¢ recuperar alg¨²n elemento. Pero la idea se abandon¨® pronto. El posible bot¨ªn no justificaba lo caro y complicado de la operaci¨®n. El K-129 era un submarino antiguo. En el tiempo transcurrido desde su hundimiento, gran parte de sus equipos ¡ªen especial los misiles¡ª hab¨ªan quedado obsoletos.
Hasta ese momento, era la Marina quien hab¨ªa llevado el control de la operaci¨®n. Pero cuando la CIA supo del descubrimiento, sus especialistas concibieron un plan mucho m¨¢s osado: recuperar toda la secci¨®n de proa del submarino junto con su contenido, misil y torpedos incluidos.
El proyecto lleg¨® a o¨ªdos de Henry Kissinger, consejero de seguridad nacional, y de ah¨ª, al presidente, Richard Nixon. Ambos se mostraron entusiasmados y as¨ª empez¨® una operaci¨®n digna de las mejores novelas de esp¨ªas.
La CIA encarg¨® la construcci¨®n de un barco enorme que servir¨ªa como plataforma desde donde izar el submarino. Con 180 metros de eslora, era m¨¢s largo que un destructor de la ¨¦poca, su superestructura estaba coronada por una torre similar a las perforadoras de pozos petrol¨ªferos, y a proa y popa dispon¨ªa de h¨¦lices empotradas en el casco para permitirle ajustes finos de posici¨®n cuando estuviese fondeado.
El proyecto recibi¨® la calificaci¨®n de m¨¢ximo secreto pero, naturalmente, la construcci¨®n de un barco tan peculiar no pasar¨ªa desapercibida, as¨ª que hab¨ªa que buscar una pantalla que ocultase su verdadera misi¨®n. La CIA la encontr¨® en alguien que ten¨ªa catalogado como un patriota digno de confianza: Howard Hughes, el paranoico millonario que viv¨ªa recluido en la ¨²ltima planta del Desert Inn de Las Vegas. Hughes acept¨® constituir una sociedad pantalla dedicada a prospecciones minerales en el lecho del mar. Para dejarlo bien claro, el barco llevar¨ªa su nombre: Hughes Glomar Explorer. Oficialmente, no era m¨¢s que una plataforma para recoger n¨®dulos de manganeso en el fondo del Pac¨ªfico.
Al mismo tiempo, la agencia hab¨ªa contratado otra pieza vital: Lockheed Aircraft. Esta compa?¨ªa ten¨ªa experiencia en trabajos muy reservados entre los que figuraba la construcci¨®n de los m¨ªticos aviones esp¨ªa U-2 y SR-71. Lockheed se encargar¨ªa de preparar el mecanismo de la enorme garra capaz de asir el submarino para subirlo a la superficie. El artilugio se llevar¨ªa hasta el Hughes Glomar Explorer en una barcaza sumergible para poderlo instalar por debajo de su quilla sin miedo a miradas curiosas, y una vez terminada la operaci¨®n, esa misma balsa servir¨ªa para esconder el trofeo.
Tras casi cuatro a?os de preparativos y una larga traves¨ªa, el Hughes Glomar Explorer lleg¨® al punto donde deb¨ªa realizar su trabajo en el verano de 1974. Era una ¨¦poca de relativa calma en el oc¨¦ano, calma que no durar¨ªa m¨¢s all¨¢ de unas pocas semanas. Ante todo, hab¨ªa que asegurar que el barco permanecer¨ªa siempre sobre su objetivo. Se instalaron balizas s¨®nicas en el fondo y tambi¨¦n conexi¨®n con sat¨¦lites de navegaci¨®n. No exist¨ªa a¨²n el GPS; solo sat¨¦lites militares Transit que funcionaban esencialmente aprovechando el efecto Doppler y ofrec¨ªan menos precisi¨®n que un navegador de autom¨®vil actual.
Curiosidad rusa
La garra de captura no bajar¨ªa colgada de un cable, sino de un tubo r¨ªgido compuesto por secciones de nueve metros, almacenadas ordenadamente en la bodega. Cada nueva secci¨®n se ensamblaba utilizando la ¡°torre de perforaci¨®n¡± situada en el centro del buque. Una gr¨²a la entraba verticalmente por la parte superior y una mordaza la as¨ªa y roscaba con la secci¨®n inmediatamente inferior. Toda la estructura pod¨ªa inclinarse para compensar el balanceo. El sistema estaba inspirado en los taladros utilizados en prospecciones petrol¨ªferas aunque, naturalmente, nunca se hab¨ªa intentado trabajar a 5.000 metros de profundidad.
Justo cuando la operaci¨®n estaba a punto de empezar, el Hughes Glomar Explorer recibi¨® la vista de un buque oceanogr¨¢fico ruso. Iba erizado de antenas, lo cual suger¨ªa un inter¨¦s que superaba el mero aspecto cient¨ªfico. Pero la explicaci¨®n oficial de que se trataba de un ensayo de miner¨ªa submarina bast¨® para convencer a su capit¨¢n, que se retir¨® dese¨¢ndoles suerte.
Llegar al fondo representaba ensamblar m¨¢s de 500 secciones de tubo. A seis minutos por secci¨®n y contando con inevitables retrasos, la operaci¨®n requerir¨ªa semanas. Cuando ya se hab¨ªa pasado el nivel de los 1.000 metros, apareci¨® una nueva visita: un remolcador de altura ruso, igualmente intrigado por aquel extra?o barco. De nuevo, las explicaciones resultaron convincentes. Aunque los sovi¨¦ticos hubiesen lanzado buceadores, solo hubiesen visto un largo tubo hundi¨¦ndose en las profundidades, algo perfectamente inocente. Eso s¨ª, el remolcador seguir¨ªa en la zona, curioseando durante d¨ªas mientras se desarrollaban las operaciones de ¡°miner¨ªa¡±.
Por fin, el mecanismo de captura lleg¨® a colocarse exactamente sobre el submarino gracias al ajuste que proporcionaban varias h¨¦lices movidas por motores el¨¦ctricos. No era una simple garra, sino un armaz¨®n de cuatro patas que se apoyar¨ªa en el fondo mientras las mordazas se cerraban en torno al casco del submarino. Unos pistones hidr¨¢ulicos deber¨ªan arrancarlo del suelo sin forzar el largo tubo de izado. C¨¢maras de v¨ªdeo y sonar permitir¨ªan seguir todo el proceso desde cinco kil¨®metros m¨¢s arriba.
La debilidad de la garra
As¨ª empez¨® el lento ascenso de la presa. Para aligerar la carga, las patas y pistones se abandonaron en el lecho marino. Llevar¨ªa m¨¢s de dos d¨ªas de esfuerzos mientras el barco cruj¨ªa bajo el peso combinado del submarino y el tubo de izado. De repente, cuando ya se hab¨ªan recorrido m¨¢s de dos kil¨®metros en vertical, cedieron parte de las u?as de sujeci¨®n. El casco del sumergible, ya muy debilitado, se parti¨® en dos: la secci¨®n de mayor tama?o volvi¨® a hundirse en las profundidades, llev¨¢ndose consigo el compartimento de misiles. Al impactar contra el fondo, se fragment¨® en cientos de pedazos, irrecuperables. En las mordazas solo qued¨® un trozo relativamente menor, que fue izado a bordo.
Al inspeccionar su interior se encontraron algunos torpedos, pero no equipos de comunicaci¨®n ni libros de c¨®digos. Al menos, esa es la versi¨®n oficial de la CIA. Tambi¨¦n los restos de seis tripulantes, cuatro de los cuales pudieron ser identificados. A bordo del Hughes Glomar Explorer se celebr¨® un funeral seg¨²n las tradiciones rusa y americana, y los cuerpos fueron devueltos al mar. La ceremonia fue filmada por el personal de la agencia y entregada a?os despu¨¦s a las autoridades rusas. La pel¨ªcula del resto de la operaci¨®n sigue sin divulgarse.
La recuperaci¨®n del submarino K-129 result¨® un alarde tanto desde el punto de vista t¨¦cnico como por el hecho de haberse realizado en el m¨¢s absoluto secreto. Y as¨ª se hubiera mantenido de no ser por algunas filtraciones en la prensa que destaparon la operaci¨®n en marzo de 1975. Desde entonces, muchos han sido los intentos por conocer detalles de lo que se hab¨ªa conocido bajo los nombres clave de ¡°Azorian¡± o ¡°proyecto Jennifer¡±. Con los a?os se han escrito media docena de libros basados en entrevistas con quienes fueron protagonistas de primera mano. La CIA ha publicado tambi¨¦n una versi¨®n muy gen¨¦rica, todav¨ªa con p¨¢rrafos censurados. Pero la historia real, completa, permanece oculta en alg¨²n archivo de alta seguridad.
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