¡®Kidding¡¯: ?No es el odio el invento m¨¢s in¨²til de la humanidad?
La segunda temporada de la serie que dirige Michel Gondry ofrece una lectura agridulce de un presente en el que la p¨¦rdida de la inocencia es, hasta en estos raros tiempos de fin del mundo, inevitable
Jeff Pickles no es Clark Kent pero, como ¨¦l, cree que la humanidad merece ser salvada. En realidad, cree que los ni?os merecen ser salvados. El d¨ªa en que el cohete en el que viajaba Christa MacAuliffe, la primera maestra enviada al espacio exterior, estalla, Jeff Pickles se planta en la residencia universitaria de su hermana Deidre y le dice que quiere usar ¡°eso¡±, el poder de la televisi¨®n. Aquel d¨ªa, dice Jeff, los sue?os de miles de millones de ni?os se han roto. Y ¨¦l quiere hacer lo contrario. Crear sue?os para ellos. Utilizar la televisi¨®n para preservar su inocencia. ?Y puede hacerse eso? S¨ª, o mejor dicho, no. Pod¨ªa hacerse, ya no. He aqu¨ª lo que Kidding, el peque?o tesoro que Dave Holstein y Michel Gondry han edificado juntos (Movistar +), viene a decirnos.
Holstein pretend¨ªa escribir sobre c¨®mo pod¨ªa un buen hombre lidiar con un mundo cruel. De eso b¨¢sicamente trat¨® la primera temporada de la serie. De eso y del duelo, la culpa, la paternidad no asumida o no entendida, o nunca explicada. De la huida de ese v¨ªnculo feroz ¡ªno en vano, la madre de los protagonistas, Jeff y Deidre, se fue un d¨ªa y nunca regres¨®, todo se le hab¨ªa vuelto inexplicablemente insoportable¡ª y de la decidida aceptaci¨®n y comprensi¨®n final del mismo ¡ªel padre, la madre, es el que escucha, no el que habla, ya ha hablado suficiente, ya ha debido tener a quien le escuche¡ª. El recorrido, marionetas y mundo infantil mediante, fue deliciosamente perfecto.
Jim Carrey, en el papel del hombre insobornablemente bueno, capaz de pagar las facturas de quien acab¨® con la vida de su hijo porque el accidente le dej¨® sin trabajo y con una hija a su cargo, se hund¨ªa en el abismo de la culpa por haber atendido menos a sus hijos, Will y Phil, que a los miles de millones de ni?os de todo el mundo que ve¨ªan su programa ¡ªel Se?or Pickles, su personaje, es una marca mundial a la que aman incluso los ladrones de coches, como queda claro el d¨ªa en que roban y tratan de vender a piezas su utilitario: cuando los ladrones se dan cuenta de qui¨¦n es el due?o, lo reconstruyen y lo vuelven a dejar en la puerta de su casa¡ª. Por haber entendido demasiado tarde en qu¨¦ consist¨ªa ser padre.
Lo que certifica la segunda temporada, m¨¢s irregular y aparentemente sin rumbo que la primera y, pese a todo y especialmente pese al cap¨ªtulo central ¡ªel llamado 3101¡ª , finalmente tan certera como aquella, es que el presente no admite una lectura inocente, que la muerte de cierto tipo de televisi¨®n, la familiar ¡ªla familia, y no la convencional sino aquella que consiste en ¡°cualquier persona del mundo que nos quiera¡±, es la verdadera protagonista de la serie¡ª ha supuesto la muerte de la comunidad y la muerte de la confianza, algo que, en estos raros tiempos de coronavirus, est¨¢ volviendo a reivindicarse, porque ?no es el odio el invento m¨¢s in¨²til de la humanidad?
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