¡®The English Game¡¯: Romperle las reglas a los ricos
En esta serie de Netflix, Julian Fellowes, creador de ¡®Downton Abbey¡¯, no solo intenta entender a los trabajadores, sino que le da, adem¨¢s, por tratar de entender el f¨²tbol
Julian Fellowes, creador de la aterradora Downton Abbey, lleva d¨¦cadas tratando infructuosamente de entender a los trabajadores. La fe en que alg¨²n d¨ªa lo logre es menor a la fe en que alg¨²n d¨ªa deje de intentarlo. Hijo de diplom¨¢tico y con unos progenitores cuyos nombres completos ocupar¨ªan la mitad de este texto, Fellowes tiene dos problemas con la gente cuyos antepasados no pasaron el siglo XIX entre amas de llaves, ni?eras y un cottage del tama?o de Lleida: la ignorancia y la empat¨ªa. Lo primero se puede perdonar. Lo segundo, menos. En la miniserie The English Game, el escritor no solo intenta entender de nuevo los mecanismos por los que se rige la gente que mira el precio de las cosas antes de comprarlas. Le da, adem¨¢s, por tratar de comprender el f¨²tbol.
The English Game se sit¨²a en 1879, cuando este deporte estaba a¨²n en manos de las ¨¦lites. El equipo de los Old Etonians, que como su nombre indica no pertenece a un grupo de exalumnos de un colegio p¨²blico de Sunderland, sino a los que fueron a la misma instituci¨®n que d¨¦cadas m¨¢s tarde ver¨ªa pasar por sus aulas y salones a David Cameron o Boris Johnson, ha ganado la Copa Inglesa desde los inicios. El presidente de la Asociaci¨®n de F¨²tbol juega en el equipo.
Pero en el norte de Inglaterra, en East Lancashire, un empresario bondadoso decide que es hora de que un equipo de la clase trabajadora cuestione el dominio de las ¨¦lites sobre este deporte (solo sobre el deporte, tampoco nos pasemos). Para lograrlo, ha fichado a dos escoceses, y el problema es que el f¨²tbol es una cosa amateur y de caballeros, o sea, al alcance solo de gente que pueda vivir exclusivamente de su apellido. Este hombre est¨¢ rompiendo las normas, cuando ya sabemos que las normas solo las rompen los que las han redactado.
El mejor jugador, hasta la llegada de estos escoceses mugrientos, es un Etonian apuesto y algo soberbio, capaz de ganar los partidos sin manchar el pantal¨®n blanco de su escuadra. Poco a poco, este personaje se desvela como un bondadoso ser de luz: en un cap¨ªtulo comparte incluso partida de snooker con el mejor de los escoceses. En su camino hacia la redenci¨®n logra reconducir su matrimonio, lastrado por un aborto. Lo hace plantando un bosque en memoria de aquel hijo perdido en su finca en Escocia, lo que har¨ªamos todos en esta coyuntura. Cuando Fellowes deja de lado el f¨²tbol y la lucha de clases con testosterona, convierte la serie en lo que le ha hecho famoso en las p¨¢ginas de Vanity Fair: un culebr¨®n aseado sobre la bondad. Hay orfanatos, tr¨¢fico de beb¨¦s, hijos ileg¨ªtimos y tanta caridad y filantrop¨ªa que uno teme que en alg¨²n plano acabe col¨¢ndose Amancio Ortega.
A pesar de todo, la serie resulta a ratos atractiva. Ver a actores jugar a f¨²tbol siempre tiene un componente accidentalmente c¨®mico ¡ªrecordemos a Silvester Stallone en Evasi¨®n o victoria¡ª y ahora que no hay Liga ni Champions, ofrece cierta solaz. La trama sobre el cambio de paradigma en este deporte se sostiene con pinzas, pero se sostiene. Y es curioso, pues es cuando Fellowes entra en lo que mejor maneja, la vida y sinsabores de los ricos, apoyado en la fascinaci¨®n por oropel que ¨¦l da por hecho que todos tenemos, cuando descalabra con m¨¢s estr¨¦pito. Tal vez porque se le ha acabado la imaginaci¨®n y la capacidad para gestionar una trama con hijos ileg¨ªtimos de padre con posibles consumido por demonios socioecon¨®micos y madre trabajadora pero bondadosa. Tal vez porque ha llegado a la conclusi¨®n de que su p¨²blico ve sus series por los trajes, las cenas y la frase ingeniosa de turno. Eso s¨ª, se equivocar¨ªa Fellowes si dedujera que con esta serie sobre f¨²tbol ha ganado nuevo p¨²blico. Los seres simples y prosaicos nos hemos comido solo el pollo de su ensalada.
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