¡®Unorthodox¡¯: Williamsburg no es Am¨¦rica
La miniserie de Netflix?cuestiona mucho m¨¢s que el sistema abominablemente patriarcal de la comunidad jas¨ªdica: explora la pesadilla inadvertida de lo cotidiano
La historia de Esther Shapiro no es exactamente la de Deborah Feldman, pero tiene su esp¨ªritu. El de alguien que nunca se sinti¨® c¨®moda en su piel, porque era una piel que estaba asfixi¨¢ndola. Su historia no es vieja, y he aqu¨ª lo m¨¢s terror¨ªfico de Unorthodox (Netflix), la miniserie que Anna Winger (Deutschland 83) y Alexa Karolinski (Oma and Bella) tejieron con lo que Feldman cont¨® en su libro de memorias: las de una jud¨ªa ultraortodoxa que escapa de su comunidad en Nueva York e inicia una nueva vida en Berl¨ªn. Que estamos hablando del presente. Que Feldman naci¨® en 1986. Que lo que narra ocurri¨® cuando ella ten¨ªa 17 a?os, es decir, en 2003. Que, en definitiva, siempre hubo otros mundos, pero todos estuvieron, desde el principio, en este.
En 2003, Feldman, como la protagonista de la serie, tuvo que pasearse por un claustrof¨®bico supermercado situado en alg¨²n punto de Williamsburg, el barrio en el que viv¨ªa con sus abuelos, para que la madre y la hermana de su futuro marido evaluasen la mercanc¨ªa. Ni siquiera iban a intercambiar una palabra, iban a mirarla, y a decidir si era la adecuada. Que recibi¨® lecciones sobre c¨®mo de quieta deb¨ªa quedarse en la cama para que su marido le fabricase un beb¨¦. Que, en definitiva, fue usada como pieza de un sistema que opera en las calles de la ciudad que se tiene a s¨ª misma por el centro del mundo pero que permite que la vida de chicas como ella sean dist¨®picamente asfixiantes.
¡°Puedes hacer lo que quieras, esto es Am¨¦rica¡±, le dice en un momento determinado de la historia una maestra de piano a Esty (una tit¨¢nica Shira Haas, que con su f¨ªsico, a la vez duro y vulnerable, y su voz y su pasado yiddish, clave en el desenlace, parece haber nacido para interpretar a esa versi¨®n desesperada de Feldman). ¡°Williamsburg no es Am¨¦rica¡±, le responde Esty. Pero ?no lo es? Unorthodox cuestiona mucho m¨¢s que el sistema abominablemente patriarcal de la comunidad jas¨ªdica: explora la pesadilla inadvertida de lo cotidiano.
Ahora que pensamos m¨¢s que nunca en los vecinos, y en lo poco o nada que sabemos de ellos, Unorthodox, con esos planos de Haas corriendo por las calles de Brooklyn, demuestran que cualquier calle puede ser una trampa cuando existe un depredador. Y ese depredador existe, y lo sabemos, lo sabe Yael (Tamar Amit-Joseph), la israel¨ª que Esther conoce en Berl¨ªn. Pero ?acaso se hace algo para acabar con su poder? ¡°Su poder est¨¢ en tu cabeza¡±, le dice a Esther su maestra de piano. ¡°Las normas son imaginarias¡±, le dice tambi¨¦n. Pero ?y si esas normas son todo lo que ha tenido? Alguien ha permitido que no siga estudiando, y que se la a¨ªsle, en nombre de una pr¨¢ctica sectaria intocable, y lo ha hecho en Am¨¦rica.
Williamsburg tambi¨¦n es Am¨¦rica, y la envidiable tarea de Winger y Karolinski, y, sobre todo, Haas, en cuatro trepidantes y, por momentos, en extremos po¨¦ticos, cap¨ªtulos ¡ª?acaso se ha visto en la televisi¨®n de este a?o algo m¨¢s profunda y po¨¦ticamente liberador que su ba?o en el lago, la manera en que se deshace de la peluca, s¨ªmbolo de una idea de mujer impuesta por la propia mujer?¡ª, no solo es trasladar el infierno que padece aquel que intenta escapar a un destino fatal e impuesto. Tambi¨¦n es la de reconstruir la intimidad con, incluso, el propio cuerpo, inaugurar una libertad de la que nunca se disfrut¨®, y hasta acabar con todos los dioses, en especial, los propios. Porque, en realidad, el dios de Esty fue siempre su abuela, a la que quiso agradar, y a la que solo sab¨ªa querer someti¨¦ndose a sus aparentes deseos, algo que queda claro cuando se lamenta por el hecho de que ¡°Dios esperaba demasiado de m¨ª¡±.
Berl¨ªn ejerce en la historia una doble culpa en la protagonista. No solo est¨¢ traicionando a su familia al regresar a la ciudad de la que procede y en la que vive su madre, que supuestamente la abandon¨® al abandonar la comunidad, sino tambi¨¦n est¨¢ traicionando a todos los jud¨ªos al instalarse en la ciudad que para ellos representa el Mal. Se contraponen la luz, y las calles, de Berl¨ªn, a la oscuridad y el confinamiento de Nueva York. Lo que comparten ambas ciudades es el miedo, el fantasma que viaja con la protagonista, y que, se dir¨ªa, es lo que comparte con Feldman, que lo ¨²nico que lamenta es no haber explotado como lo hace Esty con su marido en el ¨²ltimo episodio. La realidad es siempre m¨¢s cruel que la ficci¨®n.
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