Jes¨²s Quintero, el arte de la comunicaci¨®n
Quintero era lo que su imagen reflejaba, un bohemio, un so?ador y todas esas cosas que dec¨ªan las canciones que le dedicaron
Me anuncian que Jes¨²s Quintero ha muerto, y no me lo creo. Pensaba que tambi¨¦n saldr¨ªa de esta, como hab¨ªa salido otras tantas veces de infartos letales, casi como si nada. Me lo imaginaba inmortal, y no solo en sentido figurado. En los treinta a?os que estuvimos trabajando codo con codo, nunca me lo represent¨¦ muerto. Quiz¨¢ porque ¨¦l ignoraba a la muerte ¡ªsalvo en el programa dedicado a la muerte, Trece Noches con Antonio Gala, pocas veces le o¨ª hablar de ella¡ª del mismo modo que la muerte parec¨ªa ignorarlo a ¨¦l, hasta ahora.
La ¨²ltima vez que hablamos por tel¨¦fono, har¨¢ un par de meses, ya achacoso y con problemas de neumon¨ªa, me estuvo hablando de futuros proyectos, siempre estaba pensando en los programas que a¨²n ten¨ªamos que hacer. Yo le dec¨ªa ¡°Jes¨²s, que tienes ochenta y dos a?os, y yo diez menos, y ya nos patinan las neuronas¡¡±. Pero ¨¦l segu¨ªa inasequible al desaliento pensando en nuevos-viejos programas, como si todav¨ªa le quedara lo mejor por hacer.
Y eso da idea del personaje. Porque lo m¨¢s importante para Jes¨²s era su trabajo, su archivo, su obra. Solo era enteramente ¨¦l cuando se pon¨ªa delante de un micr¨®fono o de una c¨¢mara para interpretarse a s¨ª mismo ¡ªse reconoc¨ªa actor frustrado¡ª haciendo de Loco de la colina, de Perro verde, de Lobo estepario o de Rat¨®n colorao.
Jes¨²s Quintero era su mejor yo, su mejor ¨¦l, cuando se met¨ªa en la piel del Loco de la colina, que es lo que fue, es y ser¨¢ siempre: el Loco. Un loco que no hac¨ªa locuras. Las locuras se las dejaba a Quintero. El Loco era lo que Quintero quiso ser siempre, un Quintero puro, limpio de paja y polvo. Fuera de la Colina y fuera de su personaje, Jes¨²s Quintero pod¨ªa ser un desastre, incluso lleg¨® a arruinarse tres veces. Pero en lo realmente suyo, la comunicaci¨®n, era un genio. No era el mejor en su especie, era ¨²nico. Se le pod¨ªa parodiar (y de hecho lo parodiaron muchas veces), pero no se le pod¨ªa imitar (aunque tambi¨¦n lo intentaron algunas veces) porque para hacer lo que hac¨ªa Jes¨²s Quintero hab¨ªa que ser Jes¨²s Quintero, haber vivido lo que ¨¦l hab¨ªa vivido, haber alternado con la gente con la que ¨¦l hab¨ªa alternado, conocer los secretos de la madrugada, de la buena y de la mala vida.
Quintero era realmente lo que su imagen reflejaba, un bohemio, un so?ador y todas esas cosas que de ¨¦l dec¨ªan las muchas canciones que le dedicaron, desde los Romeros de la Puebla a El Barrio o Joaqu¨ªn Sabina. Qui¨¦n ha visto a un periodista al que le dediquen canciones¡ Pero es que Quintero no era un periodista ni un comunicador al uso. Era un artista, un artista de la comunicaci¨®n. Su aspiraci¨®n era hacer de la radio y de la televisi¨®n un arte. Se planteaba sus `programas como pel¨ªculas o como obras de teatro. Deb¨ªan tener atm¨®sfera, ritmo, medida, silencios, clima y cl¨ªmax. Por eso se rodeaba de artistas, de poetas, de directores de cine y de iluminadores de prestigio. No se conformaba con que las cosas estuvieran bien. Aspiraba a la perfecci¨®n, aunque no la consiguiera porque la perfecci¨®n es enga?osa y esquiva.
Como Federico Garc¨ªa Lorca que invent¨® un mundo que no exist¨ªa antes que ¨¦l, el mundo lorquiano, o como Federico Fellini que invent¨® el mundo felliniano, Quintero tambi¨¦n creo su propio mundo, el mundo quinteriano, lleno de personajes quinterianos, de preguntas quinterianas y de silencios quinterianos.
Quintero era eso que a ¨¦l le gustaba decir de sus queridos Beni de C¨¢diz o Lola Flores, un fin de raza. Con ¨¦l muere una manera muy particular de entender la comunicaci¨®n y la vida. Con ¨¦l muere ese don natural que ten¨ªa para hacerse escuchar. Le bastaba abrir la boca para que la gente atendiera. Para hacerse escuchar y para escuchar, que era quiz¨¢ el secreto para que sus personajes se le abrieran en canal cuando los entrevistaba. Nadie ha conseguido desarmar a un entrevistado como lo desarmaba Quintero sin el menor asomo de agresividad, solo con una sonrisa c¨®mplice y un silencio.
?l, que hizo del silencio un arte, acaba de entrar en el silencio m¨¢s largo, el silencio eterno, aunque aqu¨ª los j¨®venes lo seguir¨¢n descubriendo en internet y seguir¨¢n alucinando con ese pirao, envuelto en humo del cigarro, que dec¨ªa aquellas cosas, guardaba aquellos silencios y se re¨ªa con aquella risa tan suya: ja, ja, ja¡
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