¡®Luz de luna¡¯: nostalgia de la buena contra el algoritmo
Hay muchas cosas de la serie que abochornan un poquito hoy, pero tambi¨¦n hay audacias, iron¨ªas, dobles sentidos y raptos de talento e inteligencia
Huyo de la nostalgia, pero la nostalgia corre m¨¢s que yo. No es dif¨ªcil correr m¨¢s que yo: hay nonagenarios con bast¨®n que me adelantan por la calle. La nostalgia no necesita entrenamientos de atletismo para ganarme, le bastan pasitos cortos, como los que suele dar. Huyo de la nostalgia porque me ense?aron que no hab¨ªa peor enemigo y que era mejor caer en la droga y en las tragaperras. Empieza uno mojando la magdalena de Proust en el colacao con grumos, me dec¨ªan, y termina con espasmos en el brazo a lo Elon Musk.
Entiendo m¨¢s o menos el camino que lleva de la idealizaci¨®n de la infancia al racismo violento, pero no todas las nostalgias alimentan monstruos. Algunas, bien manejadas en la intimidad de un sal¨®n, solo dan modorra y sue?ito bueno.
Luz de luna, por ejemplo, se presenta en Filmin con la posolog¨ªa adecuada: un chute poderoso sin contraindicaciones restaurativas. Uno puede gozar de la serie de los ochenta sin a?orar ese barrio que nunca existi¨® donde todos los vecinos se daban los buenos d¨ªas y se felicitaban las pascuas. Se ve Luz de luna con la conciencia de su vejez, algo que no suele pasar tanto con el cine, que aguanta mejor el paso de los a?os. Es normal: la tele es fungible, nunca se hace pensando en la posteridad, sino en el dato de audiencia de la ma?ana siguiente. Gracias a eso, pasadas una o dos generaciones, se convierte en un recordatorio de la imperfecci¨®n del mundo que la pari¨®. La nostalgia que provoca una serie como Luz de luna es del tipo consciente: no terminas nunca de trasportarte a la infancia en la que la emit¨ªan, no hay viaje en el tiempo.
Hay muchas cosas de Luz de luna que abochornan un poquito hoy ¡ªy quiz¨¢ ya abochornaban entonces¡ª, pero tambi¨¦n hay audacias, iron¨ªas, dobles sentidos y raptos de talento e inteligencia que dan mucha envidia y que no se encuentran en las producciones aseaditas y homog¨¦neas de hoy, patol¨®gicamente obsesionadas con no dejar atr¨¢s a nadie y evitar cualquier posible malinterpretaci¨®n o ambig¨¹edad. Es refrescante encontrarse con un Bruce Willis y una Cybill Shepherd aparentemente desentendidos de los espectadores, actuando como si solo importaran ellos y no hubiera que dar explicaciones. No s¨¦ si quiero volver a vivir en ese mundo gamberro y despreocupado, pero estoy convencido de que a muchos espectadores les har¨ªa bien esa aspereza narrativa como ant¨ªdoto contra la condescendencia de los algoritmos.
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