El faro mexicano en el coraz¨®n de ¡®Xic¨¢go¡¯
El Museo Nacional de Arte Mexicano, ubicado en el barrio de Pilsen de la Ciudad de los Vientos, es un hogar con las puertas abiertas para la comunidad local y las innumerables maneras de vivir la identidad transfronteriza y migrante
En Pilsen, en la zona central de la ciudad de Chicago, las esquinas de las aceras son enormes calendarios aztecas de hierro. Le recuerdan a la gente de d¨®nde vienen los pies que los pisan. Y en el coraz¨®n del barrio, bordeado por casas bajas de fachadas sencillas y peque?os porches desgastados, el discreto parque Harrison. En sus pelados campos de b¨¦isbol juegan los equipos juveniles, custodiados por un colorido mural de Quetzalc¨®atl ¡ªla serpiente emplumada de la mitolog¨ªa mesoamericana¡ª y por un edificio que se erige con una resistencia desafiante. Las grecas oaxaque?as que adornan su fachada lo delatan con orgullo desde lejos: es el Museo Nacional de Arte Mexicano, pero es mucho m¨¢s que un museo.
El nuevo director, Jos¨¦ Ochoa, que reemplaz¨® al principio de este a?o a Carlos Tortolero, quien fund¨® y lider¨® el museo desde sus comienzos m¨¢s humildes, tiene su propia met¨¢fora para describir el lugar que ahora maneja. ¡°Yo hablo del museo como un faro. Como si estuvieras perdido en el mar y hay una luz que te trae a casa. Da igual que hayas vivido en M¨¦xico toda la vida; o seas primera generaci¨®n mexicano-americano, o quinta generaci¨®n; o que hables espa?ol o no; o hables ingl¨¦s o no; cuando llegues aqu¨ª te vas a reconocer en las paredes¡ Hay una parte de todas las versiones de lo que somos¡±.
Este mensaje reverbera en una ciudad tan segregada como Chicago, que tiene una poblaci¨®n dividida pr¨¢cticamente en partes iguales ¡ª30% blanca, 30% latina, 30% afroamericana¡ª y en la que los barrios tienen due?os evidentes. Ces¨¢reo Moreno, el curador jefe del museo desde hace tres d¨¦cadas, bautiz¨® su ciudad con una palabra nueva por all¨¢ en 2002, cuando a una exposici¨®n de artistas mexicanos asentados en la ciudad le puso el nombre de Xic¨¢go. Desde entonces, esta curiosa ortograf¨ªa sincr¨¦tica condensa elegantemente el fulgor del faro.
En ese momento ya llevaba alumbrando unos 20 a?os. Comenz¨® tenuemente en 1982, hasta que abri¨® sus puertas de manera definitiva un lustro despu¨¦s. Tortolero recibi¨® como donaci¨®n de la ciudad un cobertizo para embarcaciones, donde algunas de las personas m¨¢s adineradas resguardaban sus barcos de los recios inviernos del Medio Oeste. Una sencilla reforma le dio aires de museo a esta bodega-taller y la convirti¨® en el custodio de una identidad que son muchas a la vez.
En ese entonces, alrededor de 1990, la localidad de Pilsen ten¨ªa una poblaci¨®n 88% latina, la gran mayor¨ªa descendiente de migrantes mexicanos que en los a?os sesenta empezaron a cambiar un distrito originalmente checo ¡ªpor eso ese nombre en honor a una ciudad del este de Europa conocida por darle cerveza al mundo¡ª, desafiando un fuerte racismo hasta hacerse con el alma misma del lugar. Pero tambi¨¦n en ese momento, cuando Pilsen fue m¨¢s mexicano que nunca, Tortolero vio la necesidad de que la inercia de la asimilaci¨®n no se llevara por delante la esencia del barrio.
Fue visionario. Precisamente desde ese momento la gentrificaci¨®n comenz¨® a acechar. Las incontables taquer¨ªas que no envidian en nada a los establecimientos ¡°aut¨¦nticos¡± al sur de la frontera se volvieron cool. Su buena ubicaci¨®n, apetecible. Lentamente, los precios de los alquileres fueron subiendo. Muchos vecinos se desplazaron m¨¢s al oeste o al sur de la ciudad, barrios en los que la vida es menos amable y transcurre codo a codo con la pobreza y la violencia. Ahora, Pilsen es 70% latina, que no es poco, pero no es lo mismo. Y el museo, tras una importante renovaci¨®n en 2001, se transform¨® en otra met¨¢fora: un muro de contenci¨®n.
Se construy¨® a trav¨¦s de la educaci¨®n, el h¨¢bitat natural de Tortolero y quienes lo acompa?aron desde el principio. Se dise?aron programas y alianzas con los colegios locales y a trav¨¦s del arte los j¨®venes de la zona aprendieron a expresarse, a descubrir qui¨¦nes son. Se termin¨® de cristalizar en 1997 con la creaci¨®n de Yollocalli ¡ªdel n¨¢huatl, yolotl, coraz¨®n, y kalli, casa¡ª, una iniciativa que ofrece una programaci¨®n gratuita para adolescentes y j¨®venes hasta los 24 a?os. Es el ¨²nico programa para j¨®venes premiado m¨²ltiples veces por la Casa Blanca.
Desde 2013 est¨¢ ubicado en La Villita, barrio aleda?o a Pilsen, y a d¨ªa de hoy es un espacio comunitario abierto y gratuito con estudios, laboratorios, estudio de radio y una importante biblioteca de arte. Desde all¨ª dentro se han producido unos 50 murales en toda la ciudad, como ese Quetzalc¨®atl ¡ªcomisionado por los Chicago Bulls¡ª que vigila el parque, y hasta se han vuelto un destino tur¨ªstico en s¨ª mismos. Tambi¨¦n se hacen podcasts donde los j¨®venes ¡ªque reciben una modesta remuneraci¨®n por su trabajo de comunicaci¨®n¡ª hablan de todo un poco. Yollocalli les deja claro que son lo que son, pero tambi¨¦n que pueden ser lo que quieran ser. Pasados los a?os, hay exalumnos del programa regados por todos los ¨¢mbitos de la ciudad. Con ellos la huella se expande, pero todos saben d¨®nde est¨¢ su casa.
El Museo Nacional de Arte Mexicano es m¨¢s que un museo. A pesar de ser la primera instituci¨®n latina en volverse miembro de la Alianza Americana de Museos ¡ªlo cual le permiti¨® codearse con instituciones del prestigio del MoMa o, sin ir m¨¢s lejos, el Art Institute of Chicago, uno de los museos m¨¢s importantes del mundo¡ª, los ojos de esta instituci¨®n est¨¢n fijamente posados en su comunidad. Se deben a ella y le sirven de la manera que sea. Jos¨¦ Ochoa cuenta, por ejemplo, c¨®mo el museo ha actuado de agente fiscal, recaudando cientos de miles de d¨®lares para ayudar a asegurar pr¨¦stamos para que los vecinos puedan comprar sus casas y no tengan que irse del barrio. ¡°?Por qu¨¦ un museo actuar¨ªa as¨ª defendiendo el derecho a la vivienda? Pues, eso es lo que hacemos¡ Ante cualquier necesidad de la comunidad, sea de derechos de mujeres o ni?os o de migrantes, nosotros hemos estado involucrados en servicios para atenderlos. Es como que tenemos una atracci¨®n gravitacional y cuando pasa algo la gente viene ac¨¢ primero y pregunta: ?qu¨¦ vamos a hacer?¡±, dice sin disimular su orgullo.
Pero tampoco quiere quedarse ah¨ª. Si algo define a esta instituci¨®n es su ambici¨®n, su aversi¨®n a la par¨¢lisis que en ocasiones convierte a los museos m¨¢s peque?os, tal vez menos glamurosos, en almacenes de polvo. Desde que recibi¨® la batuta de la mano de Tortolero, Ochoa es consciente de que a la par de todo el trabajo con la comunidad y en educaci¨®n, el museo debe crecer y estar, como siempre lo ha estado, a la vanguardia.
Como cuando en 1994 organiz¨® la primera edici¨®n del Festival Sor Juana, un evento multidisciplinario en honor a Sor Juana In¨¦s de la Cruz y a las mujeres artistas mexicanas a ambos lados de la frontera. En 30 a?os ha recibido a artistas de la talla y variedad de la actriz Ang¨¦lica Arag¨®n, las escritoras Ana Castillo y Elena Poniatowska o las m¨²sicas Julieta Venegas, y este mismo a?o, Silvana Estrada, entre innumerables m¨¢s.
Para proyectar la luz del museo todav¨ªa m¨¢s lejos, lo primero, asegura, es mejorar la financiaci¨®n, que por ahora es capaz de dar estabilidad, pero no ofrece mucho margen de crecimiento. Para ilustrar, se?ala que mientras que el departamento de recaudaci¨®n, que busca activamente donaciones y alianzas, tiene tres personas y recoge el dinero que traer¨ªan 12, el ¨¢rea educativa tiene unos 20 trabajadores. El ¨¢rea de mercadeo consiste en una persona.
Pero esto no lo desanima. Como es inevitable cuando est¨¢ rodeado de la energ¨ªa pujante del museo y la rebosante decoraci¨®n de su oficina, Ochoa habla del futuro con mucha ilusi¨®n. En los pr¨®ximos a?os, tienen previsto abrir una nueva sede en Valladolid, Yucat¨¢n, y llevar una exposici¨®n propia a Madrid en el a?o 2026. El faro alumbra m¨¢s fuerte que nunca.
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